Desconozco las razones que han llevado al gobierno del presidente Rodrigo Chaves a autorizar la participación de agentes de la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS) en un curso de capacitación auspiciado por el Gobierno de Taiwán, y a la Promotora de Comercio Exterior (Procomer) a enviar a Taipéi una misión de promoción de exportaciones.
Inmediatamente, se piensa que ese acercamiento a Taiwán después de 18 años de haber roto relaciones diplomáticas con la isla obedece al afán de congraciarse con el gobierno actual de Estados Unidos.
En efecto, es posible que eso haya influido. Ahora bien, Taiwán en sí es un socio comercial muy interesante para cualquier país. De hecho, una gran mayoría de países del mundo, sobre todo aquellos con las economías más importantes, tienen significativa representación comercial o cultural en Taipéi y mantienen un comercio muy dinámico con la isla, pese a no tener relaciones diplomáticas “tradicionales” y al disgusto y reiterados reproches de Pekín.
De acuerdo con su producto interno bruto (PIB), Taiwán ocupa el vigésimo lugar en el ranquin mundial, es el decimosétimo mayor exportador mundial y el decimosexto mayor importador.
Taiwán es el mayor productor de microprocesadores en el mundo. De sus fábricas salen gran parte de los principales componentes de la vida moderna. Su dinámica economía auténticamente capitalista y su régimen político basado en el Estado de derecho, la separación de poderes y el pleno ejercicio de las libertades individuales, han convertido a Taiwán en un socio comercial y fuente de inversiones confiable para cualquier país.
Hasta 1971, fue el Gobierno de la República China asentado en Taipéi el representante chino en Naciones Unidas. Solo los países de la órbita soviética reconocían al Gobierno de Pekín.
Suiza, Suecia y Dinamarca fueron los primeros países occidentales en reconocer al régimen de Mao. Francia lo hizo en 1965 y Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China en 1979, pero mantuvo abiertas sus relaciones comerciales y militares con las autoridades de Taiwán.
Hoy, son pocos los países que aún mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán: en América Latina y el Caribe: Belice, Guatemala, Haití, Paraguay, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, y Santa Lucía.
Taiwán conserva su estatus de observador tanto del Sistema de Integración Centroamericano como del Parlacén y es el mayor accionista extrarregional del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE).
El Gobierno de Pekín considera a Taiwán como parte integral de la República Popular en rebeldía: “una provincia renegada”. Durante muchos años, el intercambio entre las dos sociedades fue casi nulo. En la medida en que las economías de ambos países se han ido diversificando, los intercambios se han multiplicado y, en la actualidad, China continental es el principal socio comercial de Taiwán (Estados Unidos es el segundo) y Taiwán es la principal fuente de inversión extranjera en el continente.
Hasta hace relativamente poco, la República Popular había mostrado poco interés en desarrollar sus relaciones con los pequeños países del Istmo centroamericano, con excepción de Panamá. China tiene, sin lugar a dudas, una proyección externa de gran potencia y con razón. Es la segunda economía más grande del planeta. Es un importante actor en el sureste asiático, tanto desde el punto de vista económico como militar, y las comunidades de origen chino asentadas en esos países desde hace cientos de años constituyen importantes vehículos de influencia.
En África, Oceanía y América Latina, además de ampliar mercados y establecer relaciones de clientela con los diferentes países, China busca ante todo asegurarse el acceso a las materias primas que carece. Su política de cooperación enmarcada en el gran proyecto de la Nueva Ruta de la Seda está enfocada en la consecución de esos grandes objetivos.
Las naciones centroamericanas no presentan interés en ninguno de los tres rubros. Lo que esos pequeños países ofrecen es fácil acceso al gran mercado del mundo, Estados Unidos, en particular a su costa este. El canal de Panamá es una vía oceánica de máxima importancia, pero los puertos centroamericanos en el Atlántico también ofrecen ventajas geoeconómicas de importancia.
Pese a las reticencias de gran parte de su población, el futuro de Taiwán –al igual que el del Hong Kong de hoy– se vislumbra incorporado a China. ¿Cuán pacífica será la reunificación? ¿Cuánta autonomía conservará la isla? Son dos de las grandes interrogantes que políticos y analistas se hacen. Lo que sí sabemos es que mientras la economía y la sociedad taiwanesas mantengan su dinamismo, nos beneficiamos todos.
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Cristina Eguizábal Mendoza es politóloga.
