“Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre…”, es como Christine de Pizan comienza su relato sobre cómo y por qué escribió el libro que la convirtió en la primera mujer europea en ganarse la vida como escritora: La ciudad de las damas, publicado en el año 1405.
Su capacidad para escribir, es decir, de tener opinión propia, se originó en el estudio de los libros más dispares, como ella misma los califica, práctica indispensable para toda persona que desee ocuparse en el oficio de pensante.
¿Qué tiene esto que ver con mi artículo? Pues que para ejercer la ciudadanía, que entre otras cosas implica votar, se debe —sí o sí— pensar. Practicar el razonamiento es imposible si usted no se rodea de fuentes de información veraces y variadas. Nadie lleva a cabo el arte de la reflexión sumiéndose en sus propias ideas; ideas que, además, por la gracia de nuestro malherido narcisismo, creemos que son originales y están exentas de toda influencia dudosa.
Si quiere apuntarse como una de las personas que ejecutarán el nunca bien ponderado voto informado, no tendrá más alternativa que tomarse el tiempo, disciplinarse y estudiar.
No existe salida fácil: el desempeño de una ciudadanía activa nunca se da por generación espontánea.
Sí, con el objeto de evitar el riesgo de dejarnos engañar, debemos estudiar varios aspectos: la publicidad y, como afirma un lector, don Camilo Cifuentes Correa, “la credibilidad y autoridad moral, académica y política de quien debate y expone sus puntos de vista para merecer el premio” de la adhesión.
Lo anterior pese a que para ocupar la presidencia, según la Constitución Política, basta con ser costarricense por nacimiento, ciudadano en ejercicio, del estado seglar y mayor de 30 años.
Permítame, entonces, hacerle las siguientes sugerencias concretas sobre algunos aspectos a los que usted debería prestar especial atención.
Primero, atienda las fuentes de información más prolíficas. Lea con detalle varios tipos de periódicos y los comentarios que la gente escribe en ellos; repare en las vallas publicitarias que se tope de camino; y, por supuesto, vea y escuche muy bien los videos, principalmente los que circulan en las redes sociales, pues son los más abundantes y variados debido a su gratuidad.
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Tal vez deba usted suscribirse a redes sociales de diferentes tipos, aunque sea durante el período electoral, para que tenga una visión más rica y realista de la campaña, incluidos aquellos partidos que, por su escaso presupuesto, publican en ellas solamente.
Descifre los programas de gobierno de los partidos, las hojas de vida de quienes aspiran a puestos de elección popular, que hallará en el portal del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE). Interprete, igualmente, los eslóganes y todo aquello que cada partido produzca para nuestro consumo.
Busque en sitios serios para que conozca los antecedentes laborales e intelectuales de quienes desean un cargo en la función pública.
Si puede, eche una mirada a algunos libros sobre análisis político para que tenga mejores ideas sobre cuáles factores intervienen de forma disimulada en el resbaladizo mundo de los comicios.
Note cómo miran, gesticulan, hablan y se mueven. Vea también las fotografías y fíjese en quiénes están en ellas. Escuche con atención lo que dicen y el tono que usan.
Dedique tiempo a solas para pensar y sacar conclusiones por su cuenta sobre todo lo que ha leído, visto y escuchado; sopese, por ejemplo, si los candidatos y las candidatas se ven u opinan muy diferente a como lo hacían antes de su aspiración política (cambio de un discurso religioso a uno laico, un tono más suave o duro o la desaparición de alguna reivindicación, por citar algunos).
Si privilegian el uso de frases cortas impactantes y con las cuales una mayoría estaría de acuerdo, por ejemplo, prometer que fortalecerán la democracia o escucharán al pueblo, pero sin argumentar de qué manera lo harán. Si ofrecen sin decir cómo ni cuándo, o prometen cosas que sería imposible que una sola persona las concrete (por ejemplo, eliminar impuestos o crear empleos). Tome en cuenta si se ven demasiado simpáticos, enojados o inexpresivos; si la música que usan en los videos es muy dulzona o triunfalista, si otorgan mucho peso a una característica personal (como la edad) o apelan a sentimientos de esperanza, alegría, felicidad.
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Advierta si hacen piruetas o recurren a dichos y chistes para hacerse los graciosos o graciosas o a pequeñas obras de teatro (como sacar la ropa sucia, jugar fútbol, montar a caballo). Pregúntese si hablan como si fueran “la última botella de agua en el desierto” y si menosprecian abiertamente a la gente con propaganda ridícula.
Dedique tiempo a hablar con personas informadas y confiables; escúchelas y discuta con ellas sus ideas. Dé su opinión en las redes sociales, respaldada en fuentes de información e intentando generar debates.
¿Le parece que todo esto es mucho trabajo? Sí, lo es. ¿Que no quiere o no puede?, entonces, le sugiero otra manera de hacer política: no comparta textos, imágenes, videos y audios sin fuentes oficiales o verificables; configure sus redes para que no lo agreguen a grupos donde se difunden fake news.
Contra una clase política cuyo espectáculo nos hace cuestionar que ya ni siquiera se trata de imponer una visión de mundo, con sus valores, mitos, estereotipos y prejuicios, sino de tener poder, existe algo que podemos hacer (además de amargarnos): tomar en nuestras manos lo que gracias a la democracia es de nuestra propiedad: definir quienes quedan fuera y quienes siguen jugando en el proceso electoral que, aunque bastante tragicómico, continúa siendo una preciosidad que tenemos como nación.
A la clase política que no sabe la máxima platónica según la cual la virtud característica del gobernante es la sabiduría o el buen criterio, y la aristotélica, que pone al bien común en el centro, digámosle de una vez por todas quién manda en el barrio.
La autora es catedrática de la UCR.