FIRMAS PRESS.- Hace poco, se cumplieron cinco años desde el día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que el mundo se enfrentaba a una pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2, más conocido como covid-19.
El 11 de marzo de 2020, el director general de la OMS, doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció: “La OMS ha estado evaluando este brote durante todo el día y estamos profundamente preocupados tanto por los niveles alarmantes de propagación y gravedad, como por los niveles alarmantes de inacción”. Acto seguido, añadió que la covid-19 podía caracterizarse como una pandemia.
La plaga, que apareció en la ciudad china de Wuhan en diciembre de 2019, no tardó en cruzar fronteras y se extendió rápidamente por todo el mundo. Tres años después, cuando la OMS declaró, el 5 de mayo de 2023, que el coronavirus SARS-CoV-2 ya no era una emergencia pública internacional, el saldo de la pandemia había sido devastador.
El doctor Tedros advirtió en ese momento de que la noticia no significaba que la covid-19 hubiera dejado de ser una amenaza para la salud pública. En efecto, hoy, cinco años después de su aparición, todavía se dan contagios.
Esta enfermedad ha causado más de 777 millones de contagios y más de 7 millones de muertes en todo el mundo, según datos de la OMS. Pero expertos de la misma organización estiman que la verdadera cifra de fallecimientos causados por el coronavirus podría ser de unos 15 millones.
Solo en Estados Unidos, el número de muertes por covid-19 superó los 1,17 millones entre el inicio de la epidemia y el año 2023, la mayor cantidad de muertes de cualquier país. Como explico en mi libro Una plaga del siglo XXI, “con unos 330 millones de habitantes, Estados Unidos es el tercer país más poblado del mundo, detrás de China e India y, por lo tanto, se puede pensar que el tamaño de su población incidió en la elevada cifra de muertes. Pero si se hace una comparación basada en la cantidad de muertes por millón de habitantes, se observa que ese índice en Estados Unidos fue de 3.502 por millón de habitantes, mientras que en India fue de 378 decesos por millón de habitantes, y en China, aún menor, de cuatro fallecimientos por millón de habitantes”.
Mientras India y China tomaron medidas muy estrictas frente a la amenaza del coronavirus, en Estados Unidos, el entonces presidente Donald Trump (de nuevo en la Casa Blanca desde el pasado 20 de enero) minimizó al principio la gravedad de la pandemia y tardó en tomar medidas que ni siquiera fueron tan estrictas como las implementadas en otros países.
El primer caso de contagio del coronavirus en Estados Unidos se confirmó el 21 de enero de 2020: un hombre que había regresado hacía poco de Wuhan y fue internado en un hospital de la ciudad de Seattle, estado de Washington. Al día siguiente, Trump dijo que el virus estaba “totalmente bajo control”. “Se trata solamente de una persona que llegó de China y la tenemos bajo control. Vamos a estar bien”, declaró. Un año después, la covid-19 había causado más de medio millón de muertes en ese país, con uno de los índices de fallecimientos más altos del planeta: 1.641 decesos por millón de habitantes.
Hubo que esperar a que Joe Biden asumiera la presidencia, el 20 de enero de 2021, para que se pusieran en práctica medidas salvadoras, entre ellas, un masivo plan de vacunación.
Hace cinco años, no podíamos imaginar que un virus se extendería por todo el mundo como un incendio descontrolado y que causaría una mortandad mayor que la de cualquier guerra librada por Estados Unidos.
Drásticos cambios marcaron la vida de todas las personas. Las calles de las ciudades se vaciaron; empresas y escuelas suspendieron toda actividad; los aeropuertos cerraron y las líneas aéreas entraron en pausa; muchos trabajos y el estudio pasaron a modalidad remota, y el aislamiento lo dominó todo: cada quien se encerró en su casa junto a su “burbuja”.
Las consecuencias psicológicas del confinamiento fueron muy graves, sobre todo para los jóvenes, privados del contacto social.
Salir de la casa con el rostro cubierto por la obligatoria mascarilla y rehuirle a la cercanía con otras personas, se volvió la constante.
Además de las muertes y de otras consecuencias devastadoras, la covid-19 –como dijo Tedros– erosionó “la confianza entre las personas, los gobiernos y las instituciones, pues estuvo acompañada por un torrente de desinformación”.
Cinco años después, debemos preguntarnos si aprendimos la lección. Ante nuevas amenazas, ¿seremos capaces de responder como una sociedad planetaria unida, hermanada en el empeño de protegernos mutuamente?
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Andrés Hernández Alende es un escritor y periodista radicado en Miami. Sus novelas más recientes son El ocaso y La espada macedonia (Mundiediciones).
