Rocío Aguilar Montoya adelantó su llegada al mundo dos meses, es decir, que es sietemesina. Ella nació, en diciembre de 1956, en la casa familiar, ubicada en Escazú. Esta condición la hizo luchadora para sobrevivir, según le decía su madre, doña Hilda Montoya.
Las palabras de su progenitora llevaban razón, siendo una niña de tres años aprendió a leer, para lo cual usó los periódicos que se compraban en su hogar, desde La Nación y el semanario El Pueblo, hasta el Eco Católico. Fue un abanico ideológico que forjó su crecimiento.
De hecho, para entender el carácter de quien posteriormente iba a dirigir la Contraloría General de la República, el Ministerio de Hacienda y las superintendencias de Pensiones y Entidades Financieras, hay que devolverse a las décadas de entre 1960 y 1980.
Ese periodo estuvo marcado de tortas —como ella misma cuenta— y episodios familiares que forjaron su forma de ser.
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Enseñanzas del hogar
“En la adolescencia me tocó los turbulentos años 70, en los que hubo grupos con una gran inclinación social, hacia la izquierda. A mi casa se podía llegar a conversar con mis papás, sin importar la ideología. Siempre tuve contrastes que me enseñaron a no ser extremista con lo que alguien piensa. Yo iba a un colegio de monjas, pero mi papá era un camarada”, recordó doña Rocío.
Precisamente en la casa de doña Hilda y de don José Joaquín Aguilar aprendió sobre solidaridad, superación, trabajo y respeto a las ideas, incluso a las que no se comparten.
Por ejemplo, su madre quien tenía solo sexto de escuela cuando la crió a ella y sus hermanos, posteriormente, sacó bachillerato por madurez, entró a la universidad, hizo una Maestría para Enseñanza de Matemática y trabajó como maestra unidocente en una zona rural.
Con su mamá también aprendió a coser, ella cosía para ajeno. Este oficio lo mantiene y le ayuda a desconectar del trabajo; al igual que cocinar.
Entre tanto, don José Joaquín estudió electricidad por correspondencia y creó su propia empresa, Electrotica Limitada que estaba ubicada a un costado del Teatro Nacional, en San José. En la compañía de su papá laboraba durante las vacaciones del colegio.
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Una parte relevante de su aprendizaje y ética profesional se forjó en esa empresa familiar. “Recuerdo una vez que me mandaron al banco y me dieron mal una plata, me dieron más de la cuenta. Mi papá me dijo: ‘Rocío, vaya y busque al cajero, porque a él le hará falta (el dinero) al final del día’”, dijo.
Fue en los años 70 cuando ayudó en la instalación eléctrica de la Agencia Datsun, en La Sabana. Tuvo que “pegar” tomas de piso e ir a comprar materiales. En esa etapa, también aprendió a tratar a todo tipo de personas, desde jornaleros hasta constructores; o ir a viviendas de familias adineradas, donde hacían trabajos eléctricos.
En los años 80, cuando ocurrió la crisis económica y hubo una fuerte subida de precios, uno de los proyectos de Electrotica se vio afectado por desajuste en el presupuesto. Fue la instalación en el edificio de Televisora de Costa Rica (Teletica).
“Recuerdo que mi papá me sentó y me dijo: ‘Tengo que cumplir con mi trabajo’. Él había hecho un presupuesto antes de la crisis y para poder hacer el trabajo vendió una propiedad que tenía, para cumplir con su trabajo. Esas son cosas que marcan”, recalcó Aguilar.
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A ella le correspondió, a finales de la década de los años 80, coordinar el último proyecto de Electrotica porque, con el fallecimiento de su papá, la empresa cerró sus puertas. En ese momento, ella laboraba en el Banco Banex.
“En 1989, cuando ya estaba en Banex, hice el último trabajo de la compañía. Recuerdo que había que hacer una instalación en la Coca-Cola y recoger unas lámparas para colocar en un centro comercial en Escazú. Fui y las coordiné y cerramos. Ya era banquera y no podía ser electricista”, rememoró.
Hubo un aprendizaje que le dejó su padre después de su muerte y en el ocaso de la empresa. “Un señor me llegó a buscar al banco porque tenía unas lámparas que mi papá compró y las había pagado, eran para el trabajo de la Coca-Cola. Son cosas que se ganan”, subrayó.
Un mes antes de la muerte de don José Joaquín, doña Rocío se casó con Rómulo Picado, con quien estuvo casada durante 27 años, hasta que falleció. Con él tuvo tres hijos, pero subraya que en total son siete, porque don Rómulo tuvo cuatro hijas de su primer matrimonio.
“Fue la otra persona más significativa de mi vida y dijo fue porque lo perdí. Un hombre extraordinario, excelente padre y con unos valores que alimentaron mi vida. Hoy día tengo siete hijos y soy la mamá y el papá de todos; y nueve nietos”, reconoció.
La toma de la iglesia
La niñez y adolescencia estuvieron marcadas por episodios que doña Rocío recuerda entre carcajadas.
“Mi infancia fue muy feliz. No éramos una familia de grandes recursos, pero cualquier cosa que tuviéramos nos enseñaron a apreciarla. Nos enseñaron a ser solidarios, y nos jalamos una torta porque nos dijeron que a la gente había que ayudarla y regalamos todas las cobijas de la casa. Éramos chiquillos y Escazú era muy rural”, contó.
A inicios de la década de 1970, cuando doña Rocío tenía 14 años, ocurrió un episodio en la comunidad en el cual ella participó. Se trató de la toma de la iglesia de Escazú, durante un fin de semana, cuando el párroco era Javier Solís.
Él había creado un grupo de jóvenes, quienes participaban en proyectos para la localidad, como crear una biblioteca o dar clases a adultos en una escuela nocturna.
En abril de 1971, al padre Javier lo quitan de la comunidad, por quejas recibidas contra él, a raíz de “su apertura”, recalcó Aguilar.
“Entonces se decide tomar la iglesia, un viernes al final de la tarde, porque quitaron al padre Javier. El domingo en la mañana todo mundo quería que abrieran la iglesia para ir a misa. Entonces un señor que apodaron Caballo de Troya abrió las puertas y se dio la misa. Al final siempre se fue el párroco”, afirmó.
El episodio se reseñó en el libro La Iglesia y el sindicalismo en Costa Rica, de James Backer.
A doña Rocío sus padres la dejaron participar en el movimiento durante el día, pero por la noche el papá la iba a recoger.