Aquel lunes, a José Luis González le dio hambre más temprano.
Es uno de los transportistas ubicados en una esquina en el corazón del barrio El Carmen, Alajuela.
Con el estómago rugiendo tan temprano, poco antes del mediodía, ya José Luis estaba instalado en la soda Don Luis, atendido por Deyanira Castillo, dueña del negocio.
Allí, al igual que la mayoría de sodas alajuelenses, la semana empieza con olla de carne. Ese es el platillo principal de los lunes y la razón por la cual muchos comensales se daban cita en el estrecho comedor de Deyanira y sus dos hermanas.
Aquella mañana del 21 de enero José Luis no comió verdura. Quería pescado, y Deyanira se lo preparó.
“Ahí no olía a gas”, recuerda.
El postre del día era arroz con leche. Él se lo fue a comer a la esquina donde se juntan a esperar clientes.
“Me comí el arroz con leche y al ratito se escuchó la explosión. Desde aquí se podía ver todo el humarascal. Por un poquito y no lo cuento. No me tocaba”, reflexiona.
Este jueves, José Luis y sus compañeros, reunidos en la misma esquina, repasaron los instantes de pánico de aquel lunes . El reloj marcaba la 1:05 p. m., cuando se escuchó un gran estruendo seguido por largas lenguas de fuego que salían de la pequeña soda.
Las razones por las cuales el cilindro se rompió súbitamente son ahora el centro de la investigación de las autoridades y los bomberos.
Restos del tanque de aluminio todavía están en análisis de laboratorio, confirmó el director de Bomberos, Héctor Chaves.
El incidente, que suma tres víctimas fatales , consternó a los vecinos y destapó el caos sobre el manejo del gas en el país.
Una legislación longeva y deficiente. Pocos controles estatales. Empresas reticentes a la supervisión. Cilindros viejos y válvulas inseguras. Y, al parecer, un floreciente mercado negro, son problemas en un sector en que hoy participan 475.000 usuarios.
Ahora, tanto autoridades estatales como las empresas y los mismos usuarios apuran por normativas más estrictas y modernas.
Un minuto. Unos 300 metros al este sobre la misma acera de la soda, Mario Rojas y su mamá, Lidia Sánchez, cuentan cómo se salvaron.
“Nosotros íbamos ahí (a la soda) todos los días. Tenían un buen trato y le alistaban a uno lo que quisiera comer”, recuerda Mario. “A mí me gustaba ir los lunes porque había sopa”, añade su mamá.
Ese día, doña Lidia fue, como de costumbre, por la sopa. Llegó muy tarde –faltaban 20 minutos para la 1 p. m.– y como tenía que ir con su hija a ver un local para alquilar, comió rápido y se despidió de Bella, como le dicen a Deyanira.
“Teníamos un minuto o menos de haber salido cuando explotó el cilindro”, narró la alajuelense.
Mario también había comido muy rápido y salió a tiempo del local. “Ahí nunca olió a gas, por eso no hubo oportunidad de nada”, dijo.
A 100 metros de donde funcionó la soda Don Luis, doña Daysi Chacón tiene su propio negocio. Algunos clientes aseguran que después de la tragedia se “despabiló” y sacó el cilindro de la cocina, pero ella dice que fue mucho antes.
“Tiene 20 años de cocinar con gas y nunca se ha llevado ni un susto, pero está alerta”, contó.