Acapulco. A una semana del impacto del huracán Otis, Acapulco vive el éxodo de su población debido a la falta de víveres e insumos y a la pérdida de sus viviendas, por lo que buscan refugio con familiares y amigos.
En vehículos particulares o autobuses, miles de acapulqueños salen diariamente en dirección a la capital del país, Querétaro, Puebla, Chilpancingo y otros municipios de Guerrero.
La terminal de autobuses de la ciudad luce abarrotada y se realizan cerca de 100 viajes, en promedio, a Chilpancingo y a la Ciudad de México, tanto en la mañana como en la tarde.
Los vehículos transportan de 40 a 50 pasajeros de forma gratuita, e incluso algunas personas viajan de pie.
“¿Por qué quiero irme de Acapulco? Porque no hay comida, no hay víveres, no hay cajeros abiertos, no hay luz. Es la necesidad de todos, no nos vamos porque queramos irnos. Voy a Chilpancingo, quisiera irme a México unos días, pero a dónde voy a llegar”, dice desesperado Héctor Palacios.
Elizabeth de Loya cuenta que se va a la Ciudad de México con su familia, ya que en el puerto no hay médicos que puedan atenderla durante su embarazo.
Por su parte, Eva comenta: “Me voy con mis hijas porque no hay luz, no hay medicamentos, todo está saqueado, y regresaré cuando haya medicamento, y si no, no regresaré”.
Vuelve la actividad a cuentagotas en Acapulco
Acapulco cumple hoy una semana sin la vida turística por la que era conocido mundialmente.
Aunque la actividad económica comienza a reactivarse con la reapertura de algunos negocios de venta de comida y la restauración del transporte público, las huellas de Otis están en todas partes.
A lo largo de la Costera Miguel Alemán, principal vialidad del municipio, en lugar de turistas, hay pobladores que sortean escombros y basura en busca de comida; circulan vehículos con sirenas encendidas, ya que la emergencia sigue presente.
La escena en la zona hotelera es casi idéntica a la que Acapulco experimentó el miércoles 25 de octubre, cuando el huracán categoría 5 descargó su furia sobre hoteles, centros nocturnos, restaurantes y playas; todos quedaron destrozados por el viento y la lluvia, como si fuese una zona de guerra.
Una semana después, hoteleros y comerciantes continúan limpiando sus negocios del lodo, levantando las estructuras caídas, algunos con la ayuda del Ejército, la Guardia Nacional o la Marina, y otros con la colaboración de sus empleados. Pero el progreso es lento.
Los centros comerciales continúan paralizados y saqueados; algunos contrataron seguridad privada para proteger sus instalaciones y ofrecen empleo a los habitantes del municipio para limpiar los escombros.
Las tradicionales calandrias, que solían iluminar la vida turística en la costera, quedaron abandonadas entre hoteles de lujo. Allí, un grupo de calandrieros protege sus carrozas de los saqueos y solicita apoyo a las autoridades para que esta tradición acapulqueña no desaparezca.
Otis se llevó la decoración de estas “discotecas rodantes”, como les llaman en el puerto, y se necesita al menos $500 por unidad para ponerlas en marcha nuevamente, según lo informado por los operadores, quienes tenían la esperanza de aumentar sus ingresos en esta temporada de fin de año.
“Actualmente, la vida turística está apagada. Acapulco está devastado. Ya pasó una semana y si no empezamos a trabajar duro, no nos recuperaremos”, señala Gustavo Rafael Maitorena Peña, conductor de una calandria.
En el Club de Yates, un sitio emblemático de recreación en la Bahía de Acapulco, el panorama es desolador debido a la cantidad de embarcaciones hundidas y apiladas a lo largo de la costa debido a los vientos de Otis.
Ahora es una zona de búsqueda de capitanes, marineros y pescadores que desaparecieron mientras cuidaban sus embarcaciones.
La mayoría de los clavadistas de La Quebrada creen que, si tienen suerte, el turismo se reactivará en uno o dos años. “La mayoría se mudará hasta que la situación mejore. Irán a Cuernavaca, Chilpancingo y Ciudad de México”, dice uno.
“Discos, la Roqueta, el malecón, no hay paseos en yate, no hay Quebrada, no hay paseo en la banana. Espero que el turismo se restablezca lo más pronto posible, pero lo veo difícil porque esto fue más fuerte que Paulina”, sentencia Gustavo Rafael Maitorena, calandriero.
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