Continué caminando unos metros hacia adelante sobre avenida Central y mejor me detuve al ver un semáforo peatonal con luz roja en calle 1: el puro centro josefino.
Atrás, el sonido de los tarros y tubos era realmente contagioso y especial. ¿Por qué no paré al pasar frente a semejante espectáculo?
Solo el instrumento que usaba era bastante llamativo. Parecía una especie de pulpo plástico que invitaba a la reflexión en cuanto a nuestros hábitos de consumo y la contaminación del mar.
¿Cómo no romper lo de siempre con un músico a quien no le importaba exponerse a un resfriado?, pensé. Él estaba empapado, bajo la lluvia, tratando de hacer comunidad.
Yo permanecía mirando la luz roja del semáforo con la presión de que la verde sería la que me ordenara seguir como un monito adiestrado hacia casa y despedirme del ‘show’.
Esa convención social donde los colores ordenan qué hacer me hizo retornar, según mi rebelde interno.
Llovía poco desde la perspectiva de un transeúnte con paraguas grande. Caía un baldazo desde la óptica de un músico que, sentado bajo un árbol, le daba ritmo a su batería.
Decidí ir como el cangrejo para (1) saber qué era aquello, (2) apreciar la actitud de un actor dispuesto a descargar su esperanza en los demás y (3) grabar el momento para los lectores.
Son tres motivos para ver el video. Quizá sean más, quizá sean menos. Aquí se expone la muerte del autor y el nacimiento del lector. Que sea usted quien tenga el poder de calificarlo:
El gusto por lo hecho depende de cada quien. A mí me atrajo y por ello el texto.
—Mae, ¡qué tuanis suena esa vara!, le dije cuando paró.
—¡Ah, pura vida, viejito! Me contestó con mucho orgullo.
Así empezó la conversación con Charlie Street Drummer, un baterista de El Roble de Alajuela.
“No importa si está lloviendo o haciendo mucho sol, esto es mi motivación”, recalcaba el ameno greñudo, al tiempo que seguía tocando los tarros.
Me explicaba los diferentes ritmos, tiempos, formas de darle a los bolillos o a las chancletas.
Resulta que Charlie genera un sonido muy particular con lo que queda de ese calzado al golpear unos tubos de PVC, especialmente, unidos con codos por él.
Todo en sí era una mezcla de arte, música y sostenibilidad.
No quería interrumpirlo, pues, sentía que si paraba, perdería alguna recompensa económica producto de su talento.
Carlos Arroyo —como en su cédula— hacía del espacio un lugar agradable. Había quienes frenaban y disfrutaban.
Otros, por el contrario, mantenían su ritmo de caminata y lanzaban monedas en una pequeña cubeta. Como diciendo: “me gusta, te respeto porque la estás pulseando, pero llevo prisa”.
El percusionista sentía que sus platillos no vibraban de la mejor manera debido al agua. Estaba allí desde la 2 p. m. y no se fue sino hasta las 5:30 p. m.
No sabía que yo era periodista. Yo evita hacerlo. Todo lo que me contaba le salía de adentro, sin afán de ser reconocido públicamente. Aunque mi colega Carlos Soto ya le había hecho una excelente cobertura en 2016 junto a otro genio musical.
Charlie me decía que esto lo hacía para escapar de los problemas y para hacer sentir bien a la gente, luego de tanta angustia por las huelgas y el plan fiscal.
El próximo miércoles, 24 de octubre, le abrirá un concierto a Ojo de Buey en Nosara, pueblo guanacasteco que recién sufrió el impacto de las lluvias. Un poco de música les caerá bien a todos. Mi compañero Alonso Tenorio capturó esas tristes imágenes en la pampa:
Nosara, Afectados por las lluvias 06/10/2018. Guanacaste Costa Rica, Nosara se recupera de las fuertes lluvias de días anteriores, como el señor Saúl Canon de camisa azul que perdió todo, el grupo de surf están dando apoyo en la comunidad a limpiar casas, y en el redondel de toros está el albergue general con unas 300 personas y cuentan con una área para animales Fotografía: Alonso Tenorio (Alonso Tenorio)
Volviendo a la GAM.
“Hay que practicar mucho para que esto suene bien”, narraba Charlie, quien tarda unos 15 minutos armando y desarmando su batería confeccionada con residuos plásticos, la cual carga en bus.
“En la calle, lo que tiene que haber es arte y cultura, no violencia y basura” es el eslogan que usa para “reventar” la rutina de miles que caminamos de la casa a los diferentes puntos de encuentro.
¿Por qué casi nadie paró a ver el espectáculo?
Consulté al sociólogo Gustavo Jiménez, experto en Movilidad Urbana, acerca de la corporeidad —contacto con el otro— y cómo esta se comenzó a perder en las ciudades a finales del siglo XIX. En la siguiente entrega de este blog, escribiré acerca de ese fenómeno y la perspectiva profesional de Jiménez.
Lo que sigue, a continuación, es parte del trabajo audiovisual, de 2016, elaborado por mi compañero Kenneth Barrantes:
Y esta es la nota de mi colega Soto, mencionada anteriormente: Las calles se colorean con música. ¡Se las recomiendo!
En mi cuenta de Instagram publico fotos y videos que luego pueden llegar a ser entradas de este blog.
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