La escuela tiene que ser el espacio para ser felices, crecer, aprender, saberse libre y cuestionar su entorno. Sin embargo, hay niñas, niños y jóvenes que encuentran en sus aulas espacios de desprecio, burlas, maltrato y apodos por parte de sus pares, con la complicidad silenciosa de adultos que observan la violencia, sin actuar de manera contundente. Es “cosa de niños”, se atreven a decir algunos.
El riesgo de considerar la violencia como un “juego de niños” es que llegue a normalizarse, a tal punto de que se reaccione con más violencia o se llegue a una autolesión. De ahí, que el centro educativo debe adoptar un rol de educador para la paz, abriendo espacios para el diálogo y la reflexión sobre la importancia de la salud mental y el respeto por las diferencias.
El bullying no se puede polarizar en un asunto de buenos y malos, agresores y agredidos, sino debe abordarse de manera integral y con un enfoque preventivo con todos los estudiantes y, en la medida de lo posible, integrar también a sus familias.
Desde 2016, trabajo con niños de Primaria en talleres de escritura creativa para la prevención de la violencia en aulas y comunidades, y resulta alarmante cómo ellos vinculan la palabra bullying a conceptos tales como: “vómitos, dolores de cabeza, inseguridad, frustración, desvelos, burlas, pérdida de peso, tratar mal a los padres, desconfianza, cortarse, enojo, sentirse menos, antisocial, desprecio, mal humor, miedo, autolesiones, ansiedad, estrés, mentir, enfermedades psicológicas, ciberbullying, suicidio”.
Todo esto está ocurriendo en las aulas: el espacio de la comunidad que debería de fomentar toda seguridad y confianza para el desarrollo físico, social y emocional del individuo.
Escolares costarricenses reportan cómo el acoso escolar, ya no solo es presencial, sino que viaja por sus celulares, vía WhatsApp, con mensajes de texto en los que comparten fotografías de compañeros del aula con ofensas.
“A algunos los ofenden por su nacionalidad, por como hablan, por su color de piel o por la religión”, afirmó una estudiante de sexto grado de una escuela en San José.
Este tipo de violencia no es exclusiva de los centros educativos de la Gran Área Metropolitana, también está presente en zona rurales y se traduce en autolesiones y ausentismo desde los niveles de Primaria.
Mediante talleres de escritura creativa y trabajo en equipo, he sido testigo de cómo niñas, niños y jóvenes manifiestan a través personajes imaginarios, cuentos, cartas y poemas la necesidad de que se generen más espacios en sus aulas que fomenten el trabajo en grupos, la solidaridad y de que los adultos de cada centro educativo no hagan caso omiso a los apodos hirientes, empujones y burlas que escuchen en las aulas y durante los recreos.
Hablar más sobre salud mental
El abordaje sobre las emociones no merece tiempo de espera. Niñas y niños deben hallar en sus centros educativos la confianza necesaria para expresar lo que sienten y para encontrar en el personal docente y administrativo respuestas asertivas orientadas a la prevención de la violencia, el maltrato y las autolesiones.
Para ello, el Ministerio de Educación Pública (MEP) debe redoblar los esfuerzos que ha venido haciendo en este tema desde 2012, mediante los protocolos de actuación para intervenir en situaciones de acoso, matonismo o bullying en los centros educativos.
Hace falta más formación docente en esta área, tomando en cuenta las múltiples manifestaciones de violencia que ya no solo circulan por los pasillos de las escuelas, sino que también viajan a través de los dispositivos móviles de los estudiantes.
Conversar más sobre salud mental en las aulas y generar redes de apoyo como comunidad educativa es el único camino posible.
Emitir “una boleta de conducta” o una llamada de atención pública no es la forma; urge que más actores se involucren en la construcción de soluciones, para evitar que la ignorancia y el silencio sigan sembrando tristeza y odio desde la educación Primaria.
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