La mala experiencia que vivió Maikell McDonald el sábado pasado en el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Liga Deportiva Alajuelense en Turrúcares lo hizo llorar.
Derramó lágrimas en la cancha por una situación que nunca debió darse, al ser víctima de una engorrosa y reprochable conducta antideportiva y antihumana por parte de adultos, quienes de forma despiadada se ensañaron contra un niño de 10 años.
Así, tal cual, como lo lee.
Lo más grave es saber que los adultos que lanzaron insultos racistas contra el futbolista eran familiares de otros pequeños que estaban en la cancha.
Porque para nadie es un secreto que los aficionados que llegan a los partidos de fase regular en los campeonatos de liga menor son los papás, los tíos, los primos, los abuelos, los hermanos de quienes están en un proceso de formación, construyendo su sueño futbolístico, combinando entrenamientos con estudios y esperando con ansias los días de partido.
Dentro de su inocencia, Maikell hizo lo que otros no han hecho, porque llorando se dirigió al árbitro y con mucha sabiduría el silbatero controló la situación, al suspender el partido durante seis minutos, llamarle la atención a los irrespetuosos adultos y amenazarlos con suspender el encuentro.
En el último minuto de juego, el menor de los hijos de Jasper McDonald anotó y le dio el triunfo a la Liga en ese clásico de la categoría U-10.
Pero quizás, lo que Maikell aún no llegue a comprender es que esta mala experiencia que vivió el sábado se vuelve en uno de los mejores goles que ha hecho, por varias razones.
La primera es que provocó que en el país se hablara de nuevo sobre lo deplorables que resultan los insultos racistas y que si entre adultos son inadmisibles, el hecho de que se den desde un grupo de personas mayores de 18 años hacia un niño, simplemente reflejan lo mal que estamos como sociedad y la dura crisis de carencia de valores ante la que nos encontramos.
Se nos olvida que esa conducta vergonzosa es un pésimo ejemplo para esos niños que son el futuro y, quizás, esos familiares cegados por el fanatismo que incurrieron en esa crueldad, ni siquiera se tomaron un segundo para pensar en que mañana pueden ser ellos los que tengan que consolar a su pequeño futbolista en formación por algo similar.
No en vano, durante la jornada 8 del Apertura 2019 y en el marco de la conmemoración del mes histórico de la cultura afrocostarricense, se realizó una campaña contra el racismo, promovida por la vicepresidenta Epsy Campbell, en conjunto con la Unafut, Promérica y el INS, para unir esfuerzos contra la discriminación y el racismo en eventos deportivos.
Por cierto, durante varios días intenté realizarle una entrevista a la vicepresidenta sobre por qué y cómo se pueden atacar el racismo y la discriminación mediante el deporte, pero no hubo respuesta por parte de su asesor de prensa.
Con lo vivido por Maikell el sábado, de nuevo pienso que el tema sí es muy válido de abordar.
Otro motivo que me lleva a pensar que el chiquito marcó uno de sus mejores goles es porque esta experiencia, apenas a sus 10 años, lo llevó a toparse muy temprano con un episodio que contribuye a forjarle ese carácter, que ya es ganador, porque no se dejó vencer ante adultos que se burlaban de él y de su hermano Jonathan, de ese goleador que es su ídolo.
También es su mejor gol, porque esta situación abona más ganas de anotar a ese temperamento fuerte que tiene para jugar, porque de Yherland y de Jonathan no solo heredó la habilidad para festejar en la red rival.
El mejor gol de Maikell es que siendo un niño nos hizo caer en cuenta a los adultos —o al menos a muchos, porque en redes sociales hay personas que siempre justifican lo injustificable— que hay que respetar a los demás y que los insultos racistas son una verdadera bajeza.
No estaría mal que todos los equipos que compiten en los campeonatos de liga menor tomen cartas en el asunto, porque no se trata de colores, es un tema de sentido común y de formación, de respeto, que pasa infelizmente y que se da con más frecuencia de lo que usted se imagina, pero que es un mal que se debe cortar de raíz.
Y quizás usted no lo sepa, pero esa es una de las razones primordiales por las que las canchas del CAR tienen dos graderías completamente separadas, una para el equipo casa y otra para el visitante.
Imagino yo que quienes estuvieron en la zona de donde emanaban los improperios sabrán exactamente quiénes incurrieron en esa conducta incorrecta y por el bien de sus propios hijos darán nombres y apellidos de los responsables.
Nunca se deja de aprender y no está mal que quienes pierden la cabeza así, “al calor del momento”, lanzando insultos contra niños en un partido de fuerzas básicas, tengan un refrescamiento de acatamiento obligatorio sobre normas básicas de convivencia y respeto.
Se pueden promover charlas de valores, dictar reglas de conducta, establecer un código de comportamiento y de acatamiento obligatorio, acudir a expertos en psicología para que los adultos recuerden la importancia de actuar como adultos, como padres de familia y que dejen a los niños explorar, vivir y disfrutar del fútbol como lo que son, niños.
Se debería implementar la política de que quien no acate las reglas, tendrá que abandonar el recinto para que todos podamos disfrutar del espectáculo. Y en esto, no está de más recordar que el fin del fútbol es construir y no destruir. Es unir y demostrar que aunque haya simpatizantes de dos equipos, todos podemos llevar la fiesta en paz.
Que en lugar de la chota, las burlas y los memes sobre el rival, cada quien invierta más tiempo en mostrar interés por su propio equipo y que sea seguidor del club que sea, comprenda que el racismo y cualquier forma de discriminación son males que como toda peste, hay que exterminar.
Para Maikell, lo más reconfortante fue el abrazo de su hermano Jonathan, quien acababa de terminar su entrenamiento con el primer equipo de Alajuelense y llegó su mamá, doña Ana, para contarle lo que pasó y le pidió que hablara con su hermanito.
Jonathan fue a buscarlo de inmediato. Como lo encontró más tranquilo, lo que hizo fue felicitarlo por el gol en el clásico y aprovechó para decirle a Maikell lo orgulloso que se siente de él. Sus palabras fueron mágicas para el chiquito.
Pero si resulta absurdo que al goleador histórico de Alajuelense contra Saprissa le sigan achacando cosas de su pasado, es más ilógico aún que a Maikell quieran involucrarlo en una historia que no es suya, porque como todo chiquito, tiene derecho a quemar sus propias etapas, a vivir el fútbol como un niño y a construir su propia carrera.
Eso sí, lo que garantiza desde ya es que el apellido McDonald seguirá vigente por muchos años más en partidos y que tras él, también vienen los hijos de sus hermanos, porque son una familia que lleva el fútbol en la sangre.
Algo que puede constatar en esta conversación que tuve con Maikell el día que Alajuelense presentó a Jonathan como su último refuerzo, tras su paso por Catar: