
Ya tenemos una imagen en mente de cómo luce la región del Amazonas. Tenemos otra sobre cómo piensa y siente una mujer de 80 años. Alguna idea tendremos de cómo se percibirá el futuro. Pero O último azul (Sendero azul), la ganadora del Oso de Plata en Berlín, subvierte todo eso en una película fresca y llena de humor.
La distribuidora Pacífica Grey estrena en salas de Costa Rica esta cinta de Gabriel Mascaro, el realizador de la premiada Neon Bull. Aparte de su estreno, aplaudido por 1.500 espectadores en la Berlinale, tuvo gran éxito de público en Brasil y se ha estrenado ya en muchos países.
Sendero azul se ubica en un Amazonas atravesado por la ruina industrial, en un futuro no tan distante. Colorida, curiosa, tensa y que descoloca a ratos: así es la película de la que Áncora conversó con su realizador.
—¿Cómo surgió la idea de colocar a esta mujer en un paisaje muy particular, con esa Amazonía curiosa?
—Lo interesante de esta película es que empecé con una una impresión muy personal. Mi abuelo murió y mi abuela empezó a pintar. Entonces, percibí ahí, con mi abuela en casa, como una reconexión de su vida, resignificando su vida hacia otro horizonte, ¿no?
“Obviamente, es apenas un sentimiento que me toca y ahí empecé a investigar y pensar cómo abordar el tema: quiero hacer una película sobre una señora que encuentra otra mirada para su vida. Comencé a investigar películas con personas mayores y encontré, por un lado, que el conflicto principal es la finitud de la vida, la inminencia de la muerte, o una pareja quedando en soledad con la muerte de uno, o sobre una despedida.
“Y por otro lado, sobre nostalgia, sobre un señor mayor como desconectado del presente, recordando sus gloriosos tiempos del pasado, entonces es más un luto de la vida que pasó. No quería hacer una película sobre nostalgia ni sobre la finitud de la vida, sino una película enfocada en el presente, la vida descubierta de nuevo. Pero es curioso que este género es asociado a cuerpos jóvenes: coming of age [sobre crecer o madurar] distopias, fantasías o road movies.
“Empecé a querer jugar un poco con esta tradición y hacer una película un poco de cierta manera juguetona que imita a los géneros que no permiten, no aceptan el cuerpo mayor para hacer un jueguito, un juego de géneros para un cuerpo que en sí es un cuerpo disidente.
“Un cuerpo que no es aceptable por estos géneros de cine porque no es mujer joven. Quería hacer una película que empieza un poco con una distopía, después cambia a una road movie, algo de fantasía, de absurdo y después algo de coming of age“.

—Este juego comienza por desplazarnos ligeramente hacia el futuro, movernos hacia un futuro que es y no es reconocible en el presente.
—Para mí, más que el futuro, es como un tiempo suspendido. Cuando pensamos la distopía, la asociamos con tecnologías disruptivas que cambian la dinámica social; en este caso no hay ninguna tecnología nueva, todo ahí está ya en nuestro mundo real.
“Era más como pensar una distopía especulativa que piensa un cambio cultural que normaliza esta idea política de aislar los cuerpos mayores en una colonia y que eso esté normalizado en la sociedad. Más que un futurismo, es un desplazamiento de realidad para pensar sentimientos que ya hay en nuestra vida, un cambio cultural que nos descoloca y pone ahí una capa de absurdo”.
—¿Cómo fue el proceso de construcción de ese personaje junto con la actriz Denise Weinberg?
—Fue maravilloso porque es una actriz muy buena que viene de una tradición más de teatro que de cine o de mainstream de las telenovelas. Se conectó del personaje con el personaje de una manera muy singular y aparte creo que está sintiendo un poco en su piel un poco las mis reflexiones de este personaje: cuando recibió el guión se quedó muy emocionada porque no había leído nada como tanta generosidad para un cuerpo mayor.
“En el contexto brasileño, la primera generación de actrices del mainstream de la televisión, en general todas se hicieron procedimientos para esconder la la vejez. Casi no hay referencia de mujeres más viejas en el mainstream. Esta actriz es como es, trata su arrugas como una herramienta de creación, es parte de cómo construye el personaje. Fue muy especial comprender estas cuestiones, pensar y amoldarse a eso y colocarlo en práctica delante de la cámara".

—Quería preguntar por ese paisaje que también imagina de otra manera, en ese conflicto entre la ruina industrial y el mundo natural dañado.
—Sí, era muy especial para mí cuando empecé a crear esta capa del combate entre la productividad y este cuerpo que ya no es útil para la sociedad, como un cuerpo no productivo.
“La Amazonia viene como un elemento muy especial porque en nuestro imaginario, es un lugar paradisíaco, de floresta, y empezar la película con una fábrica de procesamiento de carne de lagartos era importante. Es hablar del desplazamiento de la distopía, no por la tecnología, sino a partir de un cambio cultural: imaginar una película que empieza con una Amazonia domesticada, confinada.
“Y esta misma Amazonia en algún momento va a a presentar la idea de utopía, el caracolito de azul, con su poder mágico, de fantasía, de utopía. La película tiene una cierta creencia en la vida, en la potencia, en el encuentro. Entonces, juega con la distopía, pero es una película bastante apasionada por la vida. Tiene utopía y tiene creencia en el deseo de esta señora mayor que quiere resignificar su vida”.
