Hay varios Mario Vargas Llosa. Fue un escritor que, como pocos, puede deslumbrar a ciertos lectores con alguno de sus temas y géneros mientras repele por completo a otros. El columnista era blanco frecuente de críticas; algunas novelas de corte erótico no fascinan a los amantes de sus libros históricos y viceversa. Pero la obra del Nobel de Literatura peruano irradia toda una preocupación por lo político, la ideología, el poder en muchas manifestaciones, y eso complica su lectura, como suele ser con un gran autor.
Con libros como La ciudad y los perros (1963) y La fiesta del Chivo (2001), marcó su época hasta fallecer este domingo a los 89 años. Ya estaba retirado en gran medida, pero seguía dando de qué hablar, ya fuera por su vida de jet-setter, por sus preferencias políticas recientes o por las relecturas que han merecido las obras del boom latinoamericano del que fue punta de lanza, con el premio Biblioteca Breve en 1963.
“Es uno de los escritores latinoamericanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX en adelante, que junto con Gabriel García Márquez, con Carlos Fuentes, con Julio Cortázar, formó parte de la que tal vez sea la generación más importante de escritores latinoamericanos”, dice el escritor Álvaro Rojas Salazar.
Rojas recuerda que Vargas Llosa también dedicó significativos ensayos al estudio literario, e incluso su tesis doctoral analizó al Nobel colombiano (García Márquez: historia de un deicidio, 1971). También destacaron escritos sobre Gustave Flaubert (La orgía perpetua, 1975), Víctor Hugo (La tentación de lo imposible, 2004) y múltiples reflexiones más.
“Es un intelectual muy completo, un escritor que al mismo tiempo es un ensayista que teoriza sobre la literatura y, bueno, aparte es una una figura política en su país, en Latinoamérica. Tiene todo un recorrido intelectual en el campo de la política del cual también ha dado cuenta en ensayos y en artículos de opinión”, agrega el ensayista y cronista.
A lo largo de su extensa trayectoria, Vargas Llosa publicó más de 50 títulos, entre ficción, ensayo, crítica, teatro y múltiples entrevistas. Cuando se le otorgó el Nobel del 2010, la Academia Sueca destacó su “cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y derrota del individuo”.
“Otros grandes escritores latinoamericanos, como por ejemplo Juan Rulfo, tuvieron elementos agrarios, o el mismo García Márquez, elementos de la cultura agraria o del realismo mágico y, en Alejo Carpentier, de lo real maravilloso. Vargas Llosa se inscribió estrictamente en una narrativa que encontró en lo político, en lo ideológico, en la historia y en la cultura popular de América Latina, su fuente de inspiración”, considera el escritor Carlos Cortés.

“Creo que para una parte de la izquierda latinoamericana siempre fue un gran traidor y para los neoliberales latinoamericanos fue como un gran profeta”, considera Cortés. “Yo considero que en realidad no fue ni una cosa ni otra, creo que fue un hombre lúcido que trató de entender su tiempo, un tiempo complejo, un tiempo recio, como lo decía él, un tiempo duro y difícil, pero a través de estos grandes murales narrativos”.
“Con su muerte, si bien su última obra maestra (La fiesta del Chivo) tiene 25 años, se cierra simbólicamente esta literatura centrada completamente en una visión política del continente. Esto ya no se da en la literatura contemporánea de América Latina: la política está presente, pero de otra manera”, comenta Cortés, autor de El año de la ira (2019).
Vargas Llosa, entre literatura y política
Ciertamente, las novelas de Mario Vargas Llosa fueron las más conocidas entre lectores y críticos, con títulos como La guerra del fin del mundo (1981) y La casa verde (1966) presentes siempre en librerías y bibliotecas. Pero desde los años 70 ya participaba activamente en política, con protestas enérgicas contras las dictaduras que asolaban distintos países de América Latina.
Esa rama de su literatura se explora, claro, en La fiesta del Chivo (2001), anatomía del régimen de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, la guerra de Canudos del siglo XIX que figura en La guerra del fin del mundo (1981), o la individualidad política y personal de Roger Casement en El sueño del celta (2010).
Para los 80, Mario Vargas Llosa ya participaba activamente en la política de su país, como asesor, brevemente pensó asesor a Fernando Belaúnde y luego surgió figura política con perfil suficiente para competir contra Alberto Fujimori, sorpresivo ganador en 1990. Fujimori terminaría amenazándolo con quitarle la ciudadanía, con lo que España acogió al escritor.

Desde su muerte este domingo, las redes sociales se han llenado de la pregunta perenne sobre cómo separar al autor de sus opiniones políticas, así como de críticas renovadas al peruano, que en sus últimos años apoyó reiteradamente a cuestionados políticos. De pensamiento liberal, apoyó o fue tibio con figuras cuestionadas como la misma Keiko Fujimori, Jair Bolsonaro o Juan Manuel Kast, distantes incluso del liberalismo que pregonaba el peruano.
“Es un personaje que, tal vez, de manera extraordinaria, manifestó, en su larguísima trayectoria como figura pública, una especie de no división entre esa parte creativa, esa parte artística vinculada a sus escritos literarios, y una muy furibunda postura de derechas”, considera la académica Alexandra Ortiz Wallner.
“Así que es por eso un personaje polémico, un personaje que creo que, dada la acentuación de esas posturas ideológicas tan extremistas y reaccionarias, fue perdiendo en ciertos círculos el aprecio de muchos diferentes tipos de lectores, además a través de las generaciones”, dice Ortiz, autora de El arte de ficcionar: la novela contemporánea en Centroamérica (2013).
Ortiz destaca, empero, que deberíamos releer novelas como La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en la catedral. Para ella, presentan “la construcción muy interesante de espacios urbanos, espacios rurales, de relaciones humanas, gran interés en experimentar con las estructuras del tiempo, con las estructuras del lenguaje”. Asimismo, aparecen personajes que fueron marginales en la literatura de décadas anteriores con una voz distinta, algo destacable en la producción literaria de Mario Vargas Llosa.

La sociedad del espectáculo
Poniendo de lado su participación en la política, otro aspecto de la vida de Mario Vargas Llosa también atizó controversia, y fue su figura pública de los últimos años, incluso después de denunciar el devenir en espectáculo de gran parte de la cultura mundial (La civilización del espectáculo, 2013).
“Otro aspecto que que lo marcó mucho, creo yo, como figura pública, fue el paso que dio al convertirse en parte de la sociedad del espectáculo: cuando él decide trasladar, digamos, su centro de residencia a España y ahí digamos combinar su figura pública con un mundo bastante artificial, mezclado entre el llamado jet set, que tenía que ver con ciertas figuras en los años 80 y 90 y 2000″, dice Alexandra Ortiz Wallner.
Ya para los 90 era algo que advertían sus críticos, como el periodista Carlos Morales, que en 1994 reseñaba Lituma en los Andes y argumentaba de sus últimos escritos: “Vargas Llosa ha llevado a cuestas una rara contradicción desde que, allá por los 70, se divorció de la izquierda y aburguesó todas sus prácticas de vida mientras su obra tomaba partido con los descamisados, él se alineaba cada vez más con el neoliberalismo del FMI”.
Pero la crítica de “espectáculo” en la vida de Vargas Llosa no se trataba solamente de dramas antiguos como el pleito con García Márquez, el matrimonio su tía política inmortalizado en La tía Julia y el escribidor (1977) ni otros aspectos de su vida personal ya conocidos por la audiencias. Era, más bien, figurar una y otra vez en las llamadas “revistas del corazón” en España después de su matrimonio con Isabel Preysler, para cuando ya sonaban menos sus nuevos títulos.
“Para muchas personas su figura empezó a ser una figura aún más decadente. Y eso es interesante porque es una especie de auge y caída de de un de una figura que sí fue muy importante creo yo en los inicios de su trayectoria como escritor”, opina Ortiz.
