Algunas de las acuarelas más tempranas de Edvard Munch nos muestran frascos, botellas, jarros y cuanta cosa se hubiera topado donde un apotecario. Su padre y su hermano eran doctores, de modo que los acompañaba a menudo a esa colección de novedades que, a mediados del siglo XIX, transformaban nuestro entendimiento del cuerpo humano.
El pintor noruego es conocido mundialmente por El grito (1893), cuatro cuadros y una litografía que muestran a un hombre desfigurado por una angustia que trasciende lo individual. En su diario de 1892, describe un paseo con amigos interrumpido ante una encendida puesta de sol: “Mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad. Sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza“.
Munch creció rodeado de muerte y enfermedad: madre y hermana muertas de tuberculosis, otra internada por trastorno bipolar, y claro, sus propios padecimientos psiquiátricos. La salud atraviesa su obra como una infección, pero también le insufla vitalidad a su pintura, como la lucidez en la agonía.
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Una exposición actual en el Museo Munch de Oslo, Lifeblood (con el doble significado de la sangre y el alma) extiende esta reflexión al campo médico propiamente. Intercala sus obras con instrumentos médicos, imágenes y documentos de lo que, por entonces, avanzaba la medicalización de la vida. Eran años de descubrimientos como los antibióticos, las vacunas, los rayos X, la vida microscópica que expandía nuestra concepción del cuerpo, sus límites y la posibilidad de extender la vida.
“La enfermedad y la locura y la muerte fueron los ángeles negros al lado de mi cuna”, dijo Munch. Lo acompañaron toda la vida. De 1919 es su Autorretrato con la gripe española, donde aparece su tanque de oxígeno; al lado, el museo muestra el objeto en sí, que utilizó hasta su muerte por neumonía en 1944.
El cuerpo enfermo es una confirmación de la vida, una revelación de lo que nos sostiene, por medio de la fragilidad que revela. Munch lo observó como pocos artistas, volviendo a él una y otra vez en su arte, dibujando así un retrato de una época de innovación, esperanza, pandemias y miedos.
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