Desde que como humanidad necesitamos entender el mundo, tuvimos que narrarlo. Al trasladar a las palabras nuestro entendimiento de lo que percibimos, recurrimos a la ficción como una manera de comunicar esas ideas, que terminan dando forma a la vida misma. No por nada Jorge Volpi empiezo su historia de la ficción en el big bang, hace 13.800 millones de años.
El autor mexicano presenta La invención de todas las cosas (Alfaguara, 2025), una honda examinación de nuestra capacidad para tejer historias en torno a todo, incluidos nosotros mismos. Son 700 páginas cargadas de filosofía, de diálogos kafkianos intercalados entre análisis de la ficción y su narración en cada campo del saber.

Áncora conversó con el autor de En busca de Klingsor y Una novela criminal en Guatemala, en el marco del encuentro literario Centroamérica Cuenta. Después de su lectura performática con Nona Fernández, una introducción a su imaginativa historia cultural, Volpi comentó los orígenes del libro y sus valoraciones de la posición de la ficción en nuestra sociedad.
— ¿Por qué le interesó, en este momento de su carrera como escritor, analizar el origen de la ficción?
— Me había interesado hace mucho el tema, por eso escribí hace 15 años Leer la mente, un pequeño ensayo, y siempre quise ampliarlo. Pero claro, lo que necesitaba para poder hacerlo era sobre todo tiempo y calma.
“Y coincidió entonces que iba a cambiar otra vez de lugar de vida después de nueve años en México y me mudé a España, a un a un ritmo mucho más tranquilo que me permitía tener hasta 6 horas de escritura diaria. Eso determinó que me decidiera por fin a escribirlo”.
— Es interesante plantearse la cuestión de la ficción en un momento social y cultural que se lo está preguntando en cada campo del saber...
—Sí, no deja de ser significativo. Más allá de mi propia obsesión por el tema, era natural escribir un libro sobre la ficción en esta época donde tenemos esta angustia frente a lo que es real y lo que es ficticio, frente a la verdad y frente a la mentira. El libro aborda todo el tiempo estos temas sin tener una solución clara, porque no dejan de ser complejas esas relaciones en nuestra época.
— Tenemos en la cultura y en la política lo que llamamos ficciones operativas, algo que se trata en el libro. Pienso que uno de los problemas que estamos enfrentando ahora es que muchas de las ficciones más “ficcionales” en la política se han convertido en política de Estado. Estoy pensando en Estados Unidos, en Argentina, en nuestros propios países...
—En El Salvador, aquí al lado.
— ¿Cómo entender la ficción nos ayuda a comprender esos fenómenos?
— Bueno, sobre todo a darnos cuenta de la naturaleza ficcional de estas políticas de estado y, por lo tanto, a tratar de subvertirlas sabiendo que son ficciones. En muchos casos, como en estos que mencionas, están plagadas no solo de ficciones sino de mentiras. Es decir, de esas ficciones que se desentienden voluntariamente, intencionadamente, de cualquier relación con los datos que provienen de lo real.
“Y que permiten, por lo tanto, justificar todo tipo de atrocidades, de discriminación, de barbarie, generadas puramente de una ficción. Creo que saberlo ayuda mucho, saber que se trata de ficciones y que por lo tanto no tienen valor realmente de verdad. Y esa es una manera también de oponerse a ellas”.

— Ahora, es muy importante desenmarañar la noción de ficción de la de mentira. ¿Podemos explicar esa necesaria distinción?
—Mientras que todas las mentiras son ficciones, no todas las ficciones son mentiras. Para mí, ficción es la manera como el ser humano se enfrenta a lo real. Lo real existe, pero el cerebro humano necesita completar la información de la realidad, producir modelos de lo real a los que yo llamo ficciones. Pero todo el tiempo en esa retroalimentación con los datos de la realidad.
“Los seres humanos fuimos capaces de crear verdades, operacionales, transitorios, que nos ayudan a la convivencia, que funcionan mientras los datos de la realidad no los desmienten.
“En cambio, cuando producimos ficciones con ‘valor de verdad para obtener ciertos objetivos, sean individuales, colectivos o sobre todo políticos, pues entramos al campo de la mentira.
—Y ahí es donde hay que tener muy claro cómo se establecen esas narrativas...
—... para poder desmontarlas.
—En su Breve historia del mito, Karen Armstrong dice que tenemos la tendencia a creer que el mito era la forma en la que se inventaban una historia para explicar fenómenos naturales. Ella dice que no, que tenían perfectamente claro que eran fenómenos naturales, pero que era una forma de comunicar esos fenómenos y la historia. ¿Cómo entendemos hoy el mito? ¿Cómo entendemos hoy ese tipo de ficción?
—Seguimos llenos de esos mitos, solo que reconvertidos en otras cosas. Esos mitos que servían para contar cómo funcionaban los fenómenos naturales en la Antigüedad, hoy puede ser que sea la ciencia la que intenta, con otros relatos, contar cómo funcionan los fenómenos naturales. Se nos olvida que mucha ciencia utiliza la metáfora para que la entendamos.
“La ciencia se vale todo el tiempo de metáforas, porque no hay otra forma de comunicar lo que está descubriéndose. Como dice un libro reciente de Javier Argüello, que toca este mismo tema: ‘Si tiene orden, si tiene sentido, es ficción’. La realidad no lo tiene. Necesitamos la ficción para poderle otorgar ese orden y esa coherencia. Por lo tanto, contamos una historia”.
— En termino del el estilo del libro, ¿por qué optó por esa apelación al lector que está acompañándolo en este viaje?
— Me parecía que era una manera de de volverlo más cercano. O sea, uno puede interpretar que todo el libro está siendo contado por el personaje llamado Bicho, o Gregor Samsa, a Felice, pero también en mi fuero interno cuando lo escribía, sobre todo con una narrataria femenina, yo imaginaba contándoselo a mi hija.
— Es volver un espejo también a la propia práctica. ¿Cómo hacer este viaje extenso a través de las culturas ha cambiado su relación en la que usted piensa en su propia literatura?
— Ha cambiado sobre todo mi percepción de mí mismo y del mundo. Tener esta idea tan clara me hace ahora estar detectando fricciones todo el tiempo, no solamente las que ya me imaginaba, sino incluso sobre mí mismo, sobre lo que creo, sobre la manera como me presento en el mundo, y darme cuenta de que en realidad pues es el relato que estoy queriendo construir todo el tiempo también.

—Y estar consciente que está interactuando con los demás a través de relatos.
—Va creando, exactamente, esas ficciones.
— Ahora hay un modelo de ficción prevaleciente en nuestra discusión que es la inteligencia artificial. Y es muy llamativo cómo las alucinaciones de los large language models están convirtiéndose en una cuestión cotidiana. ¿Cómo entender ese fenómeno de que nos estemos dejando seducir por esas alucinaciones?
—Esto sí es novedoso. Los seres humanos siempre habían sido quienes creaban sus propias ficciones. Ahora creamos un instrumento intermedio entre nosotros y las ficciones.
“La inteligencia artificial, en buena medida, es una máquina para producir ficciones y de pronto lo puede hacer sin la intervención humana. A veces con la ayuda humana, a veces ya sin ella, y eso sí es absolutamente novedoso y va a cambiar nuestra relación con la ficción, me parece que de maneras interesantes”.
— ¿Qué puede cambiar?
— Dígase lo que se diga, estamos llegando a un punto en el que es casi imposible diferenciar la ficción producida por la inteligencia artificial que la producida directamente por la mente humana.
“Y al mismo tiempo sabemos que la inteligencia artificial, esta que tenemos ahora, o sea, estos modelos simplemente de inteligencia artificial generativa, no tienen emociones.
“Puede ser que en otro momento, otras formas de inteligencia artificial que desarrollemos sean capaces de desarrollar emociones por sí mismas. Pero ahora estamos solo frente a simulacros de emociones. Y eso no deja de ser inquietante”.

—No va a reemplazar la literatura, eso está claro. Va a seguir siendo que hay gente que escribe, pero me pregunto si la prevalencia de este tipo de modelos de inteligencia artificial no podría tener un efecto paralizante sobre los escritores, propiamente.
—Ahora doy también muchos talleres y veo a escritores jóvenes que realmente la están utilizando como herramienta todo el tiempo. Más que paralizarlos, por ahora están empezando a convertirla en una herramienta cotidiana para su trabajo literario. Yo no lo hago, por ejemplo, ahí sí tengo que decirte que yo nunca lo he utilizado para lo literario, lo utilizo para otras cosas, pero ya hay muchos que lo están haciendo.
—¿Cuál fue alguna lectura, algún libro o algún pasaje en el que usted tomó conciencia, como una doble distancia de decir ‘esto es ficción, esto me interesa, esa dualidad’?
— Creo que para mí la escritura de este libro estuvo determinada por muchos momentos en mi vida (cuento algunos en el libro). Pero quizás más significativo fue cuando dejé de creer en Dios porque me di cuenta que era una ficción. A partir de que uno se da cuenta que Dios en el que creíste durante, en mi caso, 15 años, era una ficción, es cuando ya descubres que todo es ficción.