De vez en cuando, algún libro de divulgación logra su cometido: que cientos de miles de personas se interesen más en un tema, que indaguen en sus especificidades y hallen sus vacíos, en suma, que hablen del asunto. El infinito en un junco lo logró hace cinco años, convirtiéndose en un inesperado bestseller dedicado a la historia del surgimiento del libro en la cuenca del Mediterráneo.
Irene Vallejo, su autora, es minuciosa en su repaso de la palabra escrita en el mundo clásico. Pero más que enumerar hallazgos arqueológicos o dirimir cuestiones filológicas, encuentra en la historia una forma de revitalizar nuestra curiosidad por el formato del libro en sí, su poder, sus limitaciones y su posición en la cultura contemporánea.

LEA MÁS: Irene Vallejo: ‘Costa Rica se convirtió para mí en algo más que un nombre en un mapa’
Junto con libros como la edición costarricense del Manifiesto por la lectura (EUNED), Vallejo se ha convertido en una abanderada de las letras en toda su extensión, como defensa de las alicaídas democracias y como vínculo con lo que nos hace humanos. De todo eso habló en la Feria Internacional del Libro, a la que fue invitada de honor. Allí conversó con Áncora sobre estos años frenéticos de dialogar con miles de lectores sobre su libro y sus pasiones.
A lo largo de estos cinco años, ¿qué ha aprendido de usted misma como autora?
La verdad es que todavía siento una perplejidad y momentos de absoluta incredulidad por lo que ha sucedido. Cuando escribía el libro, no lo esperaba ni remotamente y creo que ha acontecido contra todo pronóstico, con un libro que no parecía reunir las cualidades (para ser un superventas), por ser un ensayo, por hablar sobre el mundo clásico. Aparentemente no es un asunto de urgente actualidad ni una polémica palpitante del momento presente.
“Lo escribía en un momento en el que reinaba gran pesimismo sobre el futuro de los libros y abundaban discursos apocalípticos acerca de la sustitución de los libros, por las pantallas, por las nuevas formas de entretenimiento y, en todo ese entorno, resultaba casi osado escribir desde un lugar de esperanza y de confianza en el futuro de los libros. Yo misma lo hacía más por un deseo íntimo, por una convicción profunda de que no tuvieran razón todos los agoreros.
“Cinco años después creo que se ha demostrado que el libro está en el centro de muchas de nuestras polémicas y debates contemporáneos. Todo lo que ha sucedido en estos años sobre la censura de libros, que hemos visto regresar incluso en democracias tan asentadas como la de Estados Unidos, la desaparición de ciertos títulos de las bibliotecas, de las escuelas, sobre todo libros destinados a los niños...
“Demuestra indirectamente que los libros no son tan superfluos, y no son estos objetos anacrónicos que nos decían, porque solo sufre persecución aquello que es realmente poderoso, que tiene una semilla de comunicación, de transformación y de influjo sobre las personas.

“Ha sido para mí la posibilidad de un encuentro con las comunidades lectoras en distintos países y en distintas culturas y de comprobar hasta qué punto nuestra experiencia es tan cercana, a pesar de la distancia de los idiomas, de los continentes, de las formas de vida.
“Leer libros se está convirtiendo de alguna manera, a través de los clubes de lectura, de esas comunidades que se reúnen dejando de lado la prisa de este mundo, y se dedican a reunirse a hablar sobre libros. La lectura se está convirtiendo en una nueva forma de socializar en la corta distancia, una forma muy humana de crear comunidad y de fomentar una solidaridad que lleva a tantas personas a proyectos de promoción de la lectura en territorios periféricos o en la ruralidad.
“Sigilosamente, sin que forme parte de los grandes titulares, los libros siguen creando una marea —hasta cierto punto rebelde— contra algunas tendencias de nuestra vida contemporánea”.

Mencionaba ese pensamiento negativo sobre el futuro del libro, y eso va en paralelo a la preocupación por la crisis, la presunta muerte de las humanidades. Es crisis del espacio de estudio en la academia y de la forma en la que carreras como la suya (y como la mía) tienen cabida en un mundo como el nuestro, como el actual. Me parece que el éxito de un libro como ‘El infinito en un junco’, que es un libro de ensayo de divulgación en el mejor sentido de la palabra, prueba que la gente está hambrienta de humanidades y está hambrienta de enriquecerse de lo que las humanidades nos aportan.
Creo que este es uno de los grandes temas actuales. No es casual que de la crisis de las humanidades hayamos desembocado en la crisis de las democracias. Hay un nexo profundo entre ambas y durante las últimas décadas no hemos sido suficientemente conscientes o no hemos sabido explicar esa conexión profunda entre lo que las humanidades aportan a la sociedad y el fortalecimiento de la vida democrática.
“Las humanidades tienen que ser estudios transversales en todos los grados, carreras, titulaciones, porque no hay profesión que no vaya a afrontar conflictos éticos en el transcurso de sus cometidos. La lectura, el idioma, el pensamiento y el conocimiento de la historia abren los ojos hacia la complejidad.
“Es curioso que en estas sociedades, que se están volviendo cada vez más complejas a pasos agigantados, las nuevas herramientas tienden a simplificar la realidad. Las redes sociales, los buscadores, nos envuelven en burbujas, unas burbujas de sentimiento en la que nos trazan un perfil y a continuación empiezan a suministrarnos contenidos que nos dan la razón, que nos afianzan, incluso que nos radicalizan en aquellas ideas y convicciones y prejuicios que ya teníamos (cada una de nosotros, porque todos tenemos prejuicios).
“Frente a eso, creo que las humanidades nos confrontan con lo radicalmente otro, con otros discursos, otras ideas, otros pensamientos, otras miradas, y nos ayudan a ser conscientes también de nuestros sesgos, a mirar el mundo desde una perspectiva más amplia.

Toda esa sabiduría nosotros la buscamos afanosamente porque es cierto que tenemos una sed permanente de sentido. No nos basta experimentar la vida, necesitamos encontrarle una razón, un propósito, un proyecto, un objetivo. Y creo que ahí es donde las humanidades nos facilitan entender lo que nos está sucediendo.
Muchos movimientos que tienden a la censura, autoritarios, de derechas de toda índole en el mundo, en Europa en particular, pero también de este lado del mundo, se refieren a la tradición, a la historia, a una forma de entender el alma nacional, por decir una expresión ya anticuada, a la vez que rechazan que las universidades sigan teniendo la oportunidad de estudiar todas esas cosas...
En la novela 1984, George Orwell decía que para dominar el presente hace falta dominar el pasado. De lo que se trata aquí es de una pugna por el relato de nuestras tradiciones y de nuestra identidad, y se trata de crear una versión única del pasado, como si el pasado fuera algo inmóvil, libre de conflicto, y claro, esa imagen es inexistente.
“El estudio de la historia nos demuestra que esas etapas del pasado que ahora idealizamos como ‘tradiciones’ en realidad son más conflictivas, más contradictorias, más matizadas y no fueron tan ideales como las contemplamos en la distancia. Entonces, claro, se trata también de acallar esas voces.
“Dicho esto, también creo que las universidades, en algunas ocasiones, no han sido capaces de comunicar y de compartir con eficacia el conocimiento con la sociedad. A veces se han apartado, y han cultivado un tipo de conocimiento muy especializado que es útil y necesario para hacer avanzar todas las disciplinas, pero también tiene que haber un vaso comunicante con la sociedad.
“Historiadores, filósofos, filólogos, creo que tenemos que estar participando en los debates públicos e intentar explicar los conceptos, hacer pedagogía, formar parte del debate y nutrir esa capacidad de crítica para que la ciudadanía sea menos manipulable”.
Pensaba mucho en ciertos discursos tiernos, lindos, del placer de la lectura. Leer es divino, es un placer enorme. Pero, ¿no le preocupa que a veces cierto discurso ‘cute’, de que la literatura es solo placer, nos haga olvidar que leer también es confrontar otras ideas, también es descolocarse?
También es incomodidad. Estamos obsesionados por la creación de espacios cómodos y seguros, cuando en realidad la literatura está intentando llegar a los debates más profundos y tocar los nervios más dolorosos de nuestra sociedad. No siempre leer tiene que ser placentero.
“Es maravilloso que lo sea y yo creo que a la lectura se entra principalmente por la puerta del placer, pero la experiencia de leer nos enfrenta con nuestras propias contradicciones, que quizás son las más dolorosas y difíciles de afrontar”.
