El ladrón de perros (2024), película boliviana ganadora de la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga, se estrena este 15 de mayo en salas de Costa Rica. Dirigida por el chileno Vinko Tomičić, su historia de un joven lustrabotas en La Paz ha destacado en múltiples festivales y ahora, tras lucirse en los Premios Platino, se exhibe en salas comerciales del país.
En esta historia situada en La Paz, Bolivia, Martín (Franklin Aro) es un joven huérfano que lustra zapatos en las calles. Sorpresivamente, decide robar el perro de su cliente más fiel, el señor Novoa (Alfredo Castro). Tiene algunas ideas sobre él y su relación con el caballero, en quien ve algo paterno, pero también busca algo de dinero. Más que todo, busca alguna suerte de hogar o cercanía... algo.
El ladrón de perros se había mostrado en junio en el Costa Rica Festival Internacional de Cine, donde gozó de buena acogida del público del Cine Magaly. “Estrenar en Costa Rica es muy importante ya que vivo aquí hace cuatro años. Poder llegar ahora con gran cantidad de funciones y varias salas es muy emocionante”, celebra Tomičić.

- ¿Puede describir el proceso de creación de esta peli: cómo surgió el proyecto y cómo fue creciendo hasta llegar a este punto?
- El ladrón de perros llevó, desde la gestación de la idea hasta su estreno, más o menos ocho años. Fue un desarrollo muy largo que tuvo varios cambios en el proceso creativo (yo pensaba filmar la peli en Coquimbo, que es un puerto al norte de Chile, donde yo crecí).
“En el año 2015, cuando estaba comenzando con el proyecto en Coquimbo, se vio afectado por un tsunami qu terminó afectando y demoliendo gran parte el casco antiguo, que era el universo ideal para retratar la historia. Ese mismo año tuve la oportunidad de ir a presentar la película a un fondo de desarrollo de Ibermedia, en La Paz.
“Viví en Bolivia cuando tenía menos de un año y nunca más regresé. Quedé impactado con la ciudad. Algo que me llamó la atención, más allá de sus características arquitectónicas y geográficas, fue que el oficio del lustrabotas, que en Chile prácticamente esta extinto, allí era vigente y había una gran cantidad de niños que lo ejercían. Se cubren el rostro con un pasamontañas, porque son discriminados y se esconden para no ser reconocidos.

“Fue un impacto visual muy fuerte: me enamoré la ciudad y encontré ese poder visual, que era lo que había perdido de alguna forma. Martín es un chico que lustra calzado, que no tiene familia y que está obsesionado con encontrar una figura paterna, con pertenecer en la sociedad, con encontrar una familia. Me pareció muy fuerte el poder simbólico del pasamontañas”.
Aparte del enamoramiento con la ciudad, el proyecto implicaba múltiples procesos de desarrollo y, sobre todo, talleres de actuación con los jóvenes que protagonizarían el relato.
“Franklin y los demás chicos, los actores de la película, estaban creciendo y no sabíamos si íbamos a perder todo el año de de formación actoral, del trabajo con ellos, pero finalmente se logró y bueno, para mí ha sido fabuloso. Estoy muy emocionado porque logró repercutir muy fuerte internacionalmente y sobre todo en Latinoamérica”, dice el realizador.
- La película se nutre mucho con la interpretación de Franklin Aro. Cuénteme del proceso de trabajo con él, de esa relación estrecha que fueron construyendo.
- Con Franklin, generamos una relación fuertísima hasta el día de hoy. Lo conocí en un casting abierto enfocado en la comunidad de lustracalzado; lo conocí de 13 o 14 años. Me impactó su poder, su presencia y su poder con su mirada y directamente ahí comencé a invitarlo a nuevas audiciones.
“Con más chicos, armé un grupo donde estuvimos alrededor de dos años trabajando, más que nada fortaleciendo el vínculo y haciendo haciendo actividades más lúdicas para que se involucraran con el oficio del cine. Franklin siempre fue quien tuvo la mayor constancia y más ganas de formar parte del proyecto y eso lo llevó a ser el protagonista. Fue muy importante el trabajo con Sofía Quirós (la cineasta tica), que fue la coach de actores.

“Durante el mismo rodaje muchas cosas de su vida fueron incorporándose al guion. Franklin sufría mucho bullying en el colegio y decidimos, a través de la película, enfrentar eso, en la ficción. Eso lo llevó a ganar mucha seguridad. Una de las cosas más bellas que nos ocurrió con Franklin, tras estrenar en Bolivia, es que él antes se negaba como a contar que era lustrabotas y a partir de la película se ganó un reconocimiento y un respeto total, no solo de la comunidad de los lustracalzados, sino de sus propios círculos, amigos, familia y a nivel nacional".
De este modo, la vida se filtra en la película, en sus dramas y sus vericuetos, muy humanos y muy cercanos a los deseos de un personaje que busca un cobijo. Con el panorama complejo y único de La Paz, una ciudad atiborrada de voces y texturas, y como un cruce entre muchos tiempos, El ladrón de perros nos envuelve en una vida muy particular con resonancias universales.
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