Hace poco más de 11 años, cuando algunos todavía no usábamos WhatsApp y el BlackBerry era algo relevante, surgió uno de los primeros fenómenos virales en redes sociales: el Ecce Homo de Borja.
Muchos recibimos y compartimos protomemes de una pintura espantosa de Cristo, con la boca torcida, ojos de terror y un combo de barba y cabello esponjosos, que nos sacaba la risa y el morbo antes que indignación por el sacrilegio artístico o la profanación religiosa.
El latinismo ecce homo ya era famoso en círculos de arte, pues a muchas pinturas y esculturas que representan a Jesús bajo arresto, fustigado y sometido a un proceso sumario por sedición contra el Imperio Romano, se les denomina comúnmente ecce homo: “mirad al hombre”, frase atribuida al prefecto Pilato. Sin embargo, para muchos ajenos al arte católico tradicional y las películas de Semana Santa, el término se hizo popular gracias a este adefesio pictórico.
El Ecce Homo en cuestión se encuentra en el Santuario de Misericordia, aproximadamente a seis kilómetros de Borja, un hermoso pueblo aragonés a 67 kilómetros de Zaragoza. La obra original fue pintada en 1930 por el maestro Elías García Martínez, profesor de arte. Se trata de un pequeño mural en la capilla del santuario, desmejorado por el paso del tiempo y la humedad. A pesar de ello, el rostro hipotético de Jesús era perfectamente reconocible.
Es aquí donde interviene en 2012 la señora Cecilia Giménez Zueco, una vecina del lugar a quien se atribuyó desde un inicio una mala práctica artística que destruyó los rasgos humanos del Ecce Homo. Para el momento de los hechos, Cecilia contaba con 81 años y su cara se hizo famosa junto con “su creación” en noticieros de todo el mundo. Desde entonces, el Ecce Homo de Borja se convirtió en un ícono de la cultura; sí, ¡plop!
Reconozco que, en aquella época, reí como un asno al ver la mueca retorcida del pobre Ecce Homo luego de la intervención de Cecilia y, más aun, tras enterarme por los medios de comunicación sobre el origen del problema.
Los años pasaron y quizás muchos lo olvidaron, pero aquel rostro deforme se convirtió en mi extraña obsesión. Una oportunidad de viajar a España se presentó en diciembre recién pasado y la visita personal al Ecce Homo de Borja fue incluida en mi itinerario mochilero.
Descubrí en Facebook la Fundación Benéfica Hospital Sancti Spiritus y Santuario de Nuestra Señora de Misericordia, encargada de administrar las visitas al Santuario de Misericordia. Me puse en contacto con ellos y amablemente me dieron instrucciones para llegar a Borja en autobús desde Zaragoza y desde Borja al santuario en taxi.
Así, el 11 de diciembre llegué cerca de la una y media de la tarde a Borja, un pueblo encantador pero carente de amenidades para un despistado extranjero que arriba justo a la hora de la siesta, cuando todo está cerrado.
Luego de una vuelta por las hermosas callejuelas de Borja y no encontrar ningún taxi, decidí caminar hasta el Santuario de Misericordia. Google Maps en mano y mochila en la espalda, salí del pueblo y me dirigí a mi encuentro con el Ecce Homo entre viñedos, la agradable soledad de la campiña aragonesa, un fuerte viento que anunciaba la llegada del invierno y, ¿el camino de Santiago? Poco sabía que transitaba por una variante de la ruta jacobea hacia Santiago de Compostela en Galicia, cuyas flechas amarillas me llenaron de nostalgia al recordar aquellas que me guiaron hasta el “campo de las estrellas” desde el Sur de Francia años atrás.
La pequeña peregrinación hacia el Ecce Homo me puso frente a un espejo imaginario. El silencio y la soledad del camino me desdoblaron mentalmente y me figuré hablando conmigo mismo, preguntándome: ¿Para qué venís? ¿Vas a seguir burlándote de la pintura y de la pobre señora? ¿Eso es lo que querés publicar en redes sociales, solo para llamar la atención con algo que casi nadie recuerda? “Es un chiste pasado de moda y vas va a quedar como un cuarentón inmaduro y desfasado”, me dije. Y, a medida que me acercaba a la montaña donde se ubica el Santuario de Misericordia, más vergüenza y confusión sentía.
Sumido en mis dudas y sin sentido claro de mi misión, llegué a la hermosa casona del siglo XVI donde se ubica la capilla que alberga al Ecce Homo, ubicada en una pequeña montaña donde se observa el camino que dejé atrás y una diminuta Borja.
Fui atendido por Merche, una fina y amable señora encargada del lugar y quien me había dado las instrucciones para llegar al santuario semanas atrás. Tuve la buena fortuna de ser el único visitante a esa hora, así que Merche me dedicó más tiempo de lo que supongo habitual para contarme una historia del Ecce Homo que nunca había escuchado ni leído, un relato muy distinto al divulgado por los medios de comunicación en su época.
Merche conoce a Cecilia a la perfección y su historia con el famoso mural. Me explicó que aquella no fue la única vez que Cecilia realizó esfuerzos para evitar que el rostro de Jesús desapareciera por el paso del tiempo. Añadió que esa mujer enviudó hace muchos años y es madre de dos chicos, uno de ellos falleció a corta edad y el segundo padece parálisis cerebral y requiere atención permanente.
En el 2012, a sus 81 años, Cecilia dedicaba una parte del día a cuidar a su hijo y otra parte a la restauración. Así, un desafortunado día, mientras Cecilia se ausentó temporalmente de la capilla para atender a su hijo, una persona encontró humor en la pintura inacabada, tomó fotos y las divulgó, dando origen al fenómeno viral que todos conocemos.
Esto impidió que Cecilia terminara lo que había empezado por dos razones: en primer lugar porque la capilla del Santuario de Misericordia fue tomada por medios de prensa que acudieron al lugar para cubrir el extraño suceso que tanta risa causaba y para abordar a la octogenaria restauradora y, en segundo lugar, porque las burlas a mansalva minaron el ánimo de la señora, sumiéndola en una comprensible tristeza.
Lo más importante de la historia de Merche es esto: la actual apariencia del Ecce Homo no es un resultado final ni es un accidente artístico, sino un proceso de restauración que quedó a medias, un proyecto que nunca fue terminado.
Cada quien decide si otorga credibilidad a la explicación de Merche, pero yo decidí creerle, no encuentro mala fe ni segundas intenciones en estas nobles personas de Borja. Además, juzgo razonable que el actual Ecce Homo intervenido por Cecilia es víctima de un proceso inacabado más que de una mala práctica artística.
Algunos bocetos de pinturas famosas de grandes artistas parecen dibujos hechos en el kínder o por personas sin ninguna habilidad para el arte como yo, precisamente porque son líneas temporales imperfectas que dieron origen a hermosas obras.
Conmovido y más avergonzado que antes, pregunté a Merche por Cecilia, con la breve esperanza de conocerla. Relató que Cecilia, a sus 92 años, reside en un hogar de asistencia para personas mayores junto a su hijo, quien también es adulto mayor. Relató que vive en paz, rodeada de cariño y los malos momentos vividos quedaron en un dulce olvido. Saber esto me conmovió aún más.
Con la vista un poco empañada y un nudo en la garganta, me dediqué a tomar algunas fotografías del Ecce Homo con la intención de compartirlas, ya no como una conquista personal tras conocer uno de los mayores fenómenos mediáticos de los últimos años, sino como un acto de redención, pues pasé de la burla a la empatía hacia Cecilia, su historia y su obra sin terminar, redención que no estaría completa sin la oportunidad de escribir este artículo y darlo a conocer a quienes dedican parte de su domingo a la lectura.
Agradezco a Merche en el santuario de Misericordia en Borja, Zaragoza, España y al periodista Víctor Fernández Gutiérrez, la primera persona a quien conté esta historia y me animó a escribirla.
Cecilia, estés donde estés, te pido perdón y te mando un fuerte abrazo.