Ramón Monegal no iba a ser perfumero, como tres generaciones de su familia desde 1916, sino arquitecto. En algún momento, “la responsabilidad familiar pesó más que mis deseos de crear casas o edificios“. Empero, algo de la construcción aparece en sus perfumes; algo de literatura también, y de artes visuales. Es decir, en los perfumes cabe de todo. Para entender por qué, conversamos con el creador de Matador, Agua Fresca de Rosas (Adolfo Domínguez, 1995) y otras fragancias durante su visita relámpago a Costa Rica.
¿Cómo es llevar adelante una casa con historia en un país como España? Es decir, ¿hay reconocimiento suficiente? ¿Hay claridad de los aportes que hace España a este campo?
—Digamos que en España, lamentablemente, siempre está mejor visto lo que viene de fuera... Los propios tenemos que demostrarlo primero fuera, que es un poquito lo que yo he estado haciendo en los últimos años.
“También he incorporado a la quinta generación, que son mis hijos, los que me están ayudando, para obtener ese reconocimiento. Ahora ya sí que en España han reconocido un poquito todo lo que hemos hecho y nos está yendo muy bien en el mercado español, que ha sido uno de los últimos que hemos abierto”.
Evidentemente, en Europa hay muchas casas de larga tradición. Pero me pregunto si usted percibe que en los últimos años ha habido un interés mayor y más acuciosidad de parte del cliente por conocer a fondo la fragancia, los perfumes, el trabajo que hay detrás.
—Para un perfumista eso es muy importante porque nunca se ha reconocido suficientemente la labor que hacemos, pero las nuevas generaciones tienen más información. La obtienen de las redes y esto ha obligado a todo el sector a profesionalizarse, a profundizar y a entender un poquito más el perfume, el lenguaje del olor y dar la libertad a una serie de de creadores, sean perfumistas o directores de arte, a que puedan construir su marca para poder comunicar efectivamente lo que ellos quieran.
“Antes era un círculo muy cerrado a la industria y era muy difícil poder ingresar en él. Ahora no, hay libertad, y realmente vemos que hay miles de opciones. El cliente lo que quiere es sentirse único, oler de una de forma única”.
—Me imagino que parte de ese proceso de profesionalización y profundización que usted dice tiene que ver con el lenguaje, así como pasa con otras cosas como el café, por ejemplo, cuyo lenguaje técnico no lo manejaba tanta gente hace unos 20 años...
—Sí, hay una cuestión que es de vocabulario, pero yo voy más allá. Yo voy hablando del lenguaje del olor, que existe, y el olor existe para informar.
“Lo que pasa que es un es un lenguaje que nosotros los humanos no somos capaces de descifrar porque no lo hemos aprendido, pero en cambio en el mundo animal nadie les ha enseñado descifrar los olores que hay en la naturaleza y ellos lo saben perfectamente, saben diferenciar lo que es bueno, lo que es malo, los estados emocionales, es decir, cuando uno ve la capacidad que de información que transmitimos a un perro es brutal.
“Yo estoy luchando un poquito para que el perfume deje ser un olor abstracto y se convierta en un olor descifrable. El perfume es lo que son sus ingredientes, y estudiando sus ingredientes, sus orígenes botánicos, podemos llegar a los valores que transmiten.
“Eso a mí me permite que los clientes entiendan mejor la obra que estoy haciendo yo, que no se queden con lo básico de ‘me gusta’ o ‘no me gusta’. Hay otras informaciones que deberíamos de saber que vienen de parte de las flores o de las raíces o de las maderas o de los frutos, porque todo es información”.
—¿Qué lo emociona a usted en un perfume?
—Es complicado decir esto porque sí que es verdad cuando era joven y descubría que se hacían cosas que yo no había imaginado, pues tenía una cierta emoción.
“El olor tiene capacidad de emocionar siempre y cuando seamos nosotros lo que los que lo hagamos convivir nuestras experiencias para que después con su recuerdo nos emocionemos. O sea, un olor simple propiamente dicho no tiene la capacidad de emocionar. Es cada uno de nosotros conviviendo con él quienes creamos unas experiencias que se quedan en la memoria y eso sí que tiene capacidad de de emocionar”.
— Es poder entender el olor, el aroma, el perfume, todas sus manifestaciones. De ahí que está muy entrelazado con nuestra vida, con nuestro cuerpo también.
— En las varias vidas de una vida, el olor está muy está muy presente. Nuestra memoria olfativa se nutre de todas estas experiencias, todas estas emociones vividas en contacto con un olor, y el olor hace que luego lo podamos revivir tantas veces como queremos. Él tiene esta capacidad de revivir que es brutal.
—¿Usted cree que a veces algunos clientes cometemos errores en la forma en la que elegimos los perfumes que utilizamos?
—Mi teoría es que no hay buenos o malos perfumes, hay perfumes bien llevados y hay perfumes mal llevados. ¿Qué entiendo yo por un perfume bien llevado? Todo el mundo sabe definir su actitud o su personalidad a través de una imagen visual en la que trabaja pues desde el peinado o las barbas, los accesorios, el vestido, y que va cambiando dependiendo de del momento y de las circunstancias. }
“Pero el problema que tenemos es que sabemos construir esta imagen visual, sabemos definir la actitud, pero luego no tenemos el conocimiento y no sabemos que el perfume es el responsable de nuestra imagen olfativa, que es el olor que desprende que va por delante nuestro y que se queda después de que nos hemos marchado. Y lo que deberíamos de hacer bien es maridar la imagen visual con la imagen olfativa.
“Pero para ello deberíamos saber descifrar las obras olfativas, los relatos olfativos, cuáles son las actitudes que están definiendo y cuáles son los valores que están transmitiendo. El mal perfume es aquel en que la imagen visual te está dando una actitud y la imagen olfativa te está definiendo lo contrario”.

