
En todas las ciudades del mundo hay zonas donde el aire pesa más. Incluso en medio de la novedad y el desarrollo, la demolición y la reconstrucción, el olvido y el descuido, algunos rincones de San José conservan esa atmósfera de historia profunda. Es el caso de donde hoy se alza el Museo Nacional, contiguo a una Plaza de la Democracia que también ha cambiado mucho con los años.
La institución dedicada a la historia y la historia natural de Costa Rica se ubica en el antiguo Cuartel Bellavista, construido en 1917. Allí se trasladó el museo en 1950, en su periplo por distintas sedes tras la fundación en 1887. Se pudo mudar allí porque el cuartel ya no era tal: ya no había más Ejército en Costa Rica. Y no existía porque allí mismo, en ese edificio, se tomó la decisión simbólica de abolir la fuerza militar que albergaba.
Allí, el 1.° de diciembre de 1948, el presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República, José Figueres, dio dos golpes a una de las almenas del muro ubicado en el sector suroeste del jardín. El primero apenas se vio; el segundo, que sí hizo saltar un pedazo de muro, quedó para la historia en el lente de Mario Roa Velásquez.
Hoy es un plácido rincón de un jardín visitado por miles de ticos y extranjeros, justo después de recorrer el jardín de mariposas y de entrar a las salas de historia. La institución cuenta su historia en fotografías, objetos y en las paredes del edificio, que narran ese paso “de cuartel a museo” parteaguas de la historia nacional.

¿Qué fue del Cuartel Bellavista?
El Museo Nacional no conserva todas las partes de la antigua sede militar. Algunas fueron demolidas o remodeladas con los años. Empero, se conservan elementos de las prisiones, los servicios para los militares y espacios de trabajo: torreones, muros, corredores, escalinatas, troneras y almenas hablan de su pasado.
En el museo se pueden apreciar imágenes de insignes fotógrafos como Manuel Gómez Miralles (1886-1965) y Mario Roa (1917-2004). La exposición De Cuartel a Museo se extiende “en los espacios destinados a bodega de municiones, celdas, cocina, duchas y sanitarios, durante su funcionamiento como cuartel militar”, según explica la institución.
Gracias a un golpe de suerte, Mario Roa Velásquez logró capturar la imagen de José Figueres Ferrer derribando un trozo del Cuartel Bellavista, el 1.° de diciembre de 1948. La foto se convirtió en un ícono del hito histórico.

Según detalla la comunicadora Maribel Mendieta en el sitio web del museo, fotografías de las fachadas del Bellavista muestran a “los combatientes que vivieron en el cuartel, cuyo servicio estuvo enfocado a la instrucción militar y el almacenaje de armas y municiones”.
“En el camino hacia la abolición, el 25 de noviembre del 48, el gobierno aprobó el plan de supresión del ejército, presentado por el entonces Ministro de Seguridad, Edgar Cardona Quirós, a quien también se le nombra coronel de las nuevas fuerzas públicas. Asimismo, dentro de la Asamblea Nacional Constituyente del 49, voces como la de Fernando Lara, mantuvieron la propuesta de la Junta de Gobierno de abolir el ejército”, explicó la historiadora del museo, Gabriela Villalobos, en un comunicado.
Cardona mismo, por cierto, lideraría una intentona de golpe, tras la cual, en 1949, finalmente se disolvió el cuerpo militar. En tiempos agitados como este, y como aquel, es crucial recordar que la paz requiere esfuerzo, que es camino y no solución: es un esfuerzo mantenerla.

El Cuartel Bellavista nos recuerda otra época política y otra ciudad, también. El nivel de la calle que rodeaba al cuartel, dedicado a la instrucción militar, era mucho más bajo y lo que había alrededor, por mucho tiempo, era un caserío, junto a algunas casas más grandes. Su construcción inició en 1917 y aceleró con la dictadura de los Tinoco; luego se retomarían los trabajos en 1928. José María Barrantes replanteó algunos planes para la edificación en 1936... y mucho nunca se concretó.

Los principales cuarteles de San José eran el Bellavista y el de Artillería, con su plaza, hoy el Banco Central.
No solo un monumento
Después de que Costa Rica optase por abolir el Ejército y apostar por una sociedad enteramente civil, la nueva República construyó una política exterior anclada a ese hecho inédito en la región. De esta manera, las últimas ocho décadas de relaciones internacionales de nuestro país giran en torno al concepto de la paz (que nunca está libre de conflicto), que luego se extendió a la conservación de la naturaleza.
San José está salpicada de monumentos consagrados a la consecución de la paz en distintos momentos históricos. Una lista exhaustiva sería difícil por la profusión de elementos conmemorativos de toda escala (¡abundan las palomas!), pero algunos son muy visibles.

Por ejemplo, en la Casa Amarilla del Ministerio de Relaciones Exteriores, en barrio Otoya, se puede apreciar un fragmento del Muro de Berlín en el centro de la Plazoleta Juan Mora Porras. No está abierto al público, pero se puede apreciar desde el exterior.
Un ejemplo triste es la obra Desarme de armas, de Mario Parra, un monumento conformado por armas fundidas en el Parque de la Paz, al sur de la capital. Instalada en el 2002, impresionaba por los cañones enrevesados y la punzante imagen de las armas hechas añicos, inutilizables, en medio del verdor poblado de ciudadanos del segundo parque más visitado de la capital.
Hoy quedan pocas armas y la humedad ha hecho lo suyo. Sería fácil pasar al frente y no notarlo, o quedarse un rato preguntándose qué habrá sido aquel monumento.
¿Dice este abandono algo sobre nuestro compromiso con la paz? Eso ya queda para la valoración social, política y personal. Pero los vestigios están allí, en muchos rincones de la capital y del país, un recordatorio del compromiso que, hace 77 años, cambió el rumbo de una pequeña nación centroamericana.
