
Una tenue luz naranja, contrastada por una azul más profunda, delineó la silueta de un galán. Desde el público, los sentidos se embotaron y la mirada se dilató al unísono: apareció Chayanne. Así comenzó la velada en que vi a mi “papá” en concierto.
Con un sensual vaivén de hombros y caderas, mezclado de sonrisas y aderezado por su voz, Chayanne logra que cualquiera lo desee como el padre de sus hijos. Por eso tiene miles esparcidos por Latinoamérica, donde, con orgullo, me incluyo.
Su introducción estuvo marcada por los ritmos vibrantes de la música tropical. Con Bailemos otra vez y Salomé hechizó al público femenino; no por nada, la mayoría de sus seguidoras siguen siendo aquellas adolescentes que se enamoraron del puertorriqueño hace ya varias décadas. También acudieron algunos esposos, presencia minoritaria pero no indiferente, que levantaban sus brazos rendidos ante la vitalidad del artista.
A los pocos minutos, más de una fanática estaba agitada por llevarle el ritmo. Justo entonces interpretó Centro de mi corazón, siguiendo la esencia de su gira: cantarles sutilmente, lanzando besos por doquier, para estremecerlas.
Ellas respondieron con la locura de una primera noche de bodas, mientras yo quedé anonadada por la cascada de piropos-infalibles y sumamente creativos- provocados ante el movimiento de su figura. Para ilustrar: “quisiera quitarte el sudor a besos” fue uno de los más recatados.
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No todo fue vulgaridad o delirio. Algunas brincaron, otras se abrazaron, y muchas vivieron la música a flor de piel. Eran generaciones abigarradas que disfrutaron el espectáculo por igual. Con esa premisa cayó Provócame, que las devolvió al tiempo donde todo comenzó.
“Tus ojos se clavaron en mí”, cantó el boricua. Mejor dicho imposible: se pegó a sus bailarinas y no dejó nada a la imaginación. Al despojarse de su saco, a complacencia de sus seguidoras, sacó hasta los pasos prohibidos.
La siguiente en el repertorio fue Caprichosa. Durante la época en que esa pieza dominaba las radios y Chayanne era el hombre más codiciado, yo apenas comenzaba a tomar consciencia. Pero él nunca fue ajeno: crecí con los relatos de sus encantos, desde sus primeras visitas al país con Los Chicos, y años más tarde memoricé sus letras como si fueran un himno.
Antes de que cambiara brevemente la atmósfera para cantar Cuidarte el alma, exclamó sonriente: “¡Buenas noches! Mi gente bonita, qué placer estar aquí en Costa Rica. ¡Pura vida! (...) Como siempre digo: ustedes mandan, yo obedezco".
Sin dejar de recorrer el escenario y con su inconfundible tono romántico, sedujo con Atado a tu amor. Invitó al público a cantar, y este respondió sin titubeos, coreando a todo pulmón. En un momento de gratitud se lanzó a la primera fila de fanáticas para recibir sus abrazos.
Esta noche de sábado en el Estadio Nacional, comprobé la habilidad de Chayanne para enamorar, una y otra vez, a quienes le han entregado una carrera sólida de más de cuatro décadas. Y sí, más de una esposa se olvidó —por unos minutos— de su marido.
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De fuego a lluvia en el concierto de Chayanne en Costa Rica
Cinco años y cuatro meses después de su último concierto en Costa Rica —también celebrado en el Estadio Nacional— Elmer Figueroa regresó para volver a encantar al público tico. Sus 56 años no impiden que se comporte como un galán: ágil, coqueto, inagotable.
Si el rojo es pasión, Chayanne es lava. Con Y tú te vas, levantó todos los teléfonos del recinto. Extendiendo las manos hacia el público, convirtió el despecho en energía y, por fin, puso en palabras lo que todas pensaban.
Estaba iluminado en el centro del escenario, con una ovación de pie ante sus ojos, cuando explicó: “Yo no doy nada por hecho y esta es como si fuera la primera vez. ¡Soy virgen esta noche, trátenme con cariño!”.
Naturalmente, el público se transformó en una competencia tácita por ofrecer la mejor respuesta (con respeto, aclaró él mismo). En cuestión de segundos, el ambiente pasó del fuego a la lluvia.
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Como si fuera poco, también hubo espacio para los futboleros. El coro de Palo bonito —canción que suele sonar en los estadios cuando un equipo se proclama campeón— encendió los ánimos. Luego de dedicar una merecida ronda de aplausos a su equipo, banda y bailarines, el turno fue para Fiesta en América. No sería extraño que alguien, en medio de la emoción, haya salido con el hombro dislocado.
Al cierre de esta edición, Chayanne aún no había interpretado Humanos a Marte, Tiempo de vals, Bailando bachata, Un siglo sin ti ni Torero. Sin embargo, algo quedó más que claro: con talento y encanto, se nace. A sus fanáticas de antaño, por supuesto, les cumplió. Y a mí, me reafirmó el vínculo simbólico de figura paterna, aunque él no lo sepa.
Solo me queda decir: Chayanne, bailemos otra vez.
