
El 7 de noviembre, una nueva criatura cobró vida en las pantallas de Netflix. En solo tres días, Frankenstein alcanzó alrededor de 30 millones de visionados y se ubicó entre las diez películas más vistas en 93 países, ocupando el primer lugar en 72 de ellos, incluido Costa Rica.
Pero, ¿cuál es el secreto detrás de su magnetismo? ¿Cómo una historia con más de dos siglos de existencia logra revivir con tanta fuerza ante el público contemporáneo?
Dirigida por Guillermo del Toro, Frankenstein es una reinterpretación gótica y profundamente emocional de la novela inmortal de Mary Shelley. La obra recupera la tragedia original del creador y su criatura, envuelta en una estética sombría que late como un corazón eléctrico bajo una tormenta.
La historia sigue a Victor Frankenstein, un joven científico consumido por la arrogancia y el dolor tras la pérdida de su madre, que desafía las leyes de la vida para dar forma a un ser hecho de fragmentos humanos. Pero la creación, dotada de fuerza sobrehumana y una fragilidad emocional desgarradora, se convierte en el espejo oscuro de su creador: una criatura que anhela amor en un mundo que la rechaza.
En la visión de Del Toro, padre e hijo, creador y creación, comparten un último encuentro en la inmensidad helada del Ártico, donde la tragedia alcanza su clímax poético en medio de recuerdos y de dos versiones de una misma historia.
La alquimia de Guillermo del Toro
Del Toro, ganador del Óscar, artesano de lo fantástico y director de joyas visuales como Pinocho (2022), imprime aquí su firma inconfundible: la mezcla de la ternura y el horror, el barroquismo de lo grotesco y la sensibilidad del alma humana. Esta fusión le otorga al filme un sello de calidad que trasciende el género del terror y lo convierte en una reflexión sobre la condición humana.
Su reputación internacional y su enfoque artesanal lograron convocar a un elenco de primer nivel: Oscar Isaac, como Víctor Frankenstein, y Jacob Elordi, como la criatura. Esa dupla actoral, que equilibra el peso de la experiencia y la frescura de la juventud, fue esencial para cimentar el éxito del filme, incluso antes de su estreno.
Isaac y Elordi destinados a encontrarse
Isaac, guatemalteco de nacimiento y símbolo de la versatilidad actoral contemporánea, fue la primera elección de Del Toro, incluso antes de que existiera un guion terminado.
Para convencerlo de sumarse al proyecto, las palabras del director a Isaac fueron: “Voy a preparar un festín”. Ese almuerzo creativo derivó en una colaboración profunda y casi mística.
Al leer juntos el libreto de la película, lograron conectarse emocionalmente: “Hay tanto dolor en esas páginas que terminamos llorando”, confesó Isaac a Variety.
Jacob Elordi, por su parte, se unió al proyecto cuando Andrew Garfield abandonó el papel por conflictos de agenda. Su interpretación en Saltburn impresionó a Del Toro, quien lo eligió por “la humanidad en sus ojos”.

El actor describió los días de espera por la confirmación del rol como los más angustiantes de su vida. La expectación, sin embargo, valió la pena: le dijeron sí y su trabajo dio vida a una criatura que es una oda a la inocencia corrompida.
Isaac sabía que Elordi había conseguido el papel, según contó en la misma entrevista. “Guillermo me llamó después y me dijo: ‘¡Lo encontré! La criatura podría ser Jesús. Pero con Jacob, es Adán. Es el primer humano y tiene esa inocencia’”, le dijo el director, según Isaac.
El proceso físico fue tan exigente como el emocional. Elordi pasaba noches enteras en maquillaje, transformándose en un ser que resulta simultáneamente repulsiva y enternecedora.
“Cuando haces una película como esta, el tiempo se te va de las manos. Dejé de usar el reloj (...). No desayunaba, almorzaba ni cenaba, ni pensaba en términos de mañana, tarde o noche. Era solo un momento”, reveló el intérprete de 28 años.

La magia detrás del horror
El impacto de Frankenstein no se limita a sus actuaciones. Sus efectos visuales y ambientación sumergen al espectador en una Europa anticuada, llena de pesadillas y belleza, donde los escenarios parecen latir con vida propia.
Netflix potenció esta atmósfera con el especial Frankenstein: Una lección de anatomía, un documental detrás de cámaras que reveló los procesos de maquillaje, diseño y escenografía, alimentando así la fascinación del público.
A su vez, la distribución global permitió una conexión inmediata entre espectadores de distintos países, creando un fenómeno viral amplificado por redes sociales y críticas entusiastas.
En Rotten Tomatoes, el 85% de las reseñas especializadas son positivas, consolidando al filme como uno de los mayores éxitos del cine digital de 2025.

Ecos de humanidad
Que Frankenstein lidere el ranking nacional no es casualidad. La película ha tocado fibras profundas: muchos espectadores se reconocen en la criatura marginada, en su búsqueda de aceptación, en su necesidad de amar y ser amado.
La narrativa de Del Toro humaniza lo monstruoso y desnuda lo humano, un espejo que refleja nuestras propias heridas, miedos y deseos de redención.
En un mundo obsesionado con la perfección y la apariencia, la criatura de Elordi —rechazada por ser diferente— encarna los dilemas contemporáneos sobre la identidad, la otredad y la empatía. Del Toro logra que el monstruo deje de ser un símbolo del miedo y se transforme en una metáfora del alma incomprendida.
Una historia que nunca muere
Más de dos siglos después, el mito de Frankenstein sigue estremeciendo porque no habla solo del horror de crear vida, sino del horror de vivirla.
Los temas que Shelley plasmó —la ambición, el aislamiento, la responsabilidad moral— resuenan hoy entre los dilemas éticos de la ciencia, la soledad digital y la búsqueda de aceptación.
Guillermo del Toro no revive al monstruo; lo resucita con alma y voz propia, recordando que las grandes historias no caducan. Cambian de forma, mutan con la época, pero siguen latiendo bajo la piel del tiempo, como un corazón que nunca deja de buscar su chispa eléctrica.

