
La fotógrafa brasileña Odara da Floresta tuvo una corazonada a los 21 años que terminó siendo premonición de su peculiar vida actual: pasaría en el bosque y desconectada lo mayor posible de la tecnología digital.
En aquel momento, entró en contacto por primera vez con la comunidad de Costa da Lagoa, en Florianópolis, Santa Catarina, con uno de sus trabajos fotográficos. Fue contratada para la boda de un brasileño con una mujer rusa y se encantó al hacer la travesía en barco para llegar hasta allí.
Al poner los pies en la costa, cuenta que un sentimiento inesperado e incontrolable la invadió: “Voy a vivir aquí algún día”, pensó.
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Maternidad en medio del bosque
Ahora, 15 años después, es madre de dos hijos. El primero nació en el hospital y el segundo “en el bosque mismo”, según dice. “A mi niña la parí en casa”, relata Odara, quien también trabaja como doula (acompañante no médica durante embarazos) y ha asistido en partos de otras mujeres de la comunidad.

La Costa da Lagoa está dividida en 23 puntos. Se puede llegar en coche hasta el tercero y, de allí en adelante, solo en barco o a pie, ya que no hay carretera.
“A partir del punto 13 está lo que llamamos el ‘centrinho da Costa’, donde están la escuela, el restaurante, los puestos de salud y la mayor parte de los nativos”, explicó.
“Hasta hace muy poco no había barco público para ir y venir. La electricidad llegó aquí hace apenas 45 años. Tenemos bastante agricultura, pero la principal fuente de ingreso es la pesca. En diciembre lo empecé a viralizar en redes sociales. La gente cree que vivo en medio de la selva amazónica, pero no. No es un lugar tan aislado. Es de difícil acceso, sí, pero no soy como en Capitán Fantástico (la película), donde el tipo cría a sus hijos en pleno monte”, añadió.
Para ella, el contacto con la naturaleza es esencial. Odara explica que la tecnología transforma las infancias actuales en algo distinto de su propia experiencia, y por eso busca preservar ese aspecto nostálgico en sus hijos.
“Soy una niña de los años 90, jugaba en la calle, no tenía celular y la TV llegó a casa después de un tiempo. Aquí, ellos pueden vivir eso. Mi hija estudia con tres niños que yo vi nacer. Ese tiempo ‘fuera del tiempo’ en la infancia es muy importante”, aseguró.

Una decisión radical
El cambio no fue sencillo. Su madre apoyó su sueño, pero el resto de la familia no. “Para muchos, yo soy la loca que estaba embarazada y se vino al monte a tener hijos. Pero aquí es una delicia para quien lo disfruta”, admite.
Las críticas tampoco la afectan. “Siempre fui un poco fuera de la curva. Mi lema es: ‘Sin tiempo, hermano’. Quiero vivir y hacer lo que me gusta. Tengo 36 años y ya estoy llegando a la mitad de la vida, según las estadísticas. Quiero aprovecharla.”
Odara siente que la experiencia la transformó por completo. “Soy otra persona comparada con antes. Incluso teniendo siempre conexión con la naturaleza, vivir rodeada de ella trae otro ritmo. Quisiera que todos pudieran desacelerar y vivir el tiempo real de las cosas, no el que el mundo exige.”
Mirando al futuro

Sobre lo que viene, la fotógrafa sueña con tener un terreno más aislado y tener más reconocimiento en su quehacer artístico.
“Quiero ser la señora que vive en la comunidad y la gente visita cuando tiene algún malestar o cuando una gestante entra en trabajo de parto. Quiero ser reconocida en mi arte, vender mis cuadros y series fotográficas, y además plantar mis propios alimentos y hierbas”, comentó.
“Para mí, el futuro es ancestral. Aunque esté en manos de las nuevas generaciones, debemos mirar con urgencia lo que pasa hoy. Vivimos una emergencia climática y un momento tenso, en el que es necesario pensar en formas de vivir, en el destino de la basura y en el consumo desenfrenado. El futuro es volver atrás y aprender con nuestra ancestralidad: cuidar la tierra, la naturaleza y exigir más políticas públicas para estas comunidades”, concluyó.