Para conocer a Rosario Flores, hay que verla en escena. Punto. Ella es un torbellino de energía. La tarima y la artista se funden en una especie de canción de amor cuya potencia se extiende hasta el último rincón del recinto donde se presenta la española. Así pasó la noche del miércoles 31 de mayo en el teatro Melico Salazar.
La historia gitana que recorre sus venas, la herencia de sus padres, los míticos Lola Flores y Antonio Gonzalez “El Pescaílla”, la abrazan. Rosario se desvive por su público, por sus canciones y por llevar con orgullo esa tradición de bulerías, flamencos y rumbas que la distingue tanto.
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Una vez más Rosario Flores en concierto dejó encantado al público que la fue a ver al Melico. ¿Cómo no? Si desde que pisó el escenario del teatro josefino la Flores fue entrega total.
Hay que ver cómo esa mujer se mete de lleno en su papel, cómo vive con intensidad cada una de las letras que interpreta y cómo, con la sensualidad y picardía que la caracterizan, baila al compás de las palmas, de los cajones y de la percusión.
Hay que verla cómo se carga de energía cantando, acompañada por una guitarra flamenca que, por momentos pareciera que llora.
A Rosario Flores hay que disfrutarla, gozarla, admirarla, quererla. Y así lo hicieron los cientos de fans que abarrotaron el teatro el miércoles por la noche.
Una diva
El concierto inició a las 8:05 p. m. Cuando las luces del recinto se apagaron, en el escenario aparecieron 10 artistas. Hicieron una hilera frente al público, saludaron y se fueron a sus instrumentos a hacer lo suyo.

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La música comenzó a sonar y las emociones se calentaron, pero cuando Rosario arribó a la tarima, aquello fue una locura total. Llegó vestida con un traje con pantalón y chaqueta en tonos dorados y blancos, como toda una reina. Tenía un sombrero de ala ancha que le tapaba su icónica cabellera rizada.
Te lo digo todo, tema de su última producción de estudio, fue el elegido para comenzar la velada. Con esa sabrosura gitana que tienen los españoles de comerse las “s” al final de las palabras, la Flores puso al público a bailar a su antojo.
“¡Maja!”, “¡Guapa!” y “¡Te amo!”, se escuchaba entre el público mientras Rosario seguía haciendo lo que mejor sabe: cantar y bailar. “Para eso nací”, había dicho en una entrevista con La Nación previa al concierto y sí, para eso nació.
La artista con cada paso que da, con cada nota que sale de esa voz tan peculiar que tiene, demuestra su poderío, que es toda una diva de la música en español.

En escena Rosario es un torbellino de adrenalina, pero sus músicos juegan un papel fundamental en el concierto. La cantante estuvo acompañada por guitarra eléctrica, la flamenca, batería, percusión, bajo, teclados y dos coristas maravillosas que jugaron con ella durante todo el show.
Pero punto y aparte fueron los dos bailaores de flamenco que encantaron. Con un talento envidiable y la alegría del zapateo, los artistas se echaron a la bolsa al público durante sus intervenciones. Incluso apoyaron a Rosario con las palmas y el cajón.
El repertorio siguió con Gloria a ti, Al son del tambor, Como quieres que te quiera y la icónica Qué bonito.

Mientras la artista cantaba con toda su potencia, ramos de flores caían sobre el escenario. El público estaba preparado para darle todo su amor a Rosario.
Sin parar
La energía de Rosario y de sus músicos parecía inagotable. Para la segunda parte del concierto, ella solo se cambió el pantalón por una enagua con short para tal vez sentirse más libre y continuó con ese huracán de alegría que es.
“¡Dios mío, Costa Rica! ¡Cuánto calor hace!”, exclamó mientras se echaba un poco de agua sobre su melena. Inmediatamente, comenzó a cantar una de las piezas más representativas de su trayectoria, una llena de amor: Algo contigo.

“Costa Rica, qué público tan bonito que sois. Volveré muy pronto, le pido a la vida salud y mantenerme así tan joven para daros mi corazón y mi alma. No sé qué haría sin cantar y sin bailar”, expresó momentos antes de terminar su presentación.
Con Te quiero, te quiero, Los tangos de mi abuela y Mía Mamma llegó el cierre. Durante todo su desarrollo mantuvo la potencia al máximo, incluso en las baladas más suaves que Rosario cantó con el alma en la voz.
El adiós llegó con No dudaría, un himno de amor según lo llamó Rosario. Pero el concierto no podía terminar de manera nostálgica, así que la española cerró con Queremos marcha. Esa canción tan enérgica fue la elección perfecta para la despedida, llevando al público a ponerse de pie y celebrar la vida y la alegría.
Rosario se despidió con amor. Por su parte, se arrodilló y besó el suelo tico con respeto y admiración. “Aquí está una servidora para todos vosotros”, dijo y salió feliz del teatro.
