Pasados diez minutos de las ocho de la noche, Tibás es un lugar de extremos.
Sobre el escenario del estadio Ricardo Saprissa, otro Ricardo salta al escenario. Mientras miles –sí, miles– de personas gritan ante la presencia del cantautor guatemalteco Ricardo Arjona, un par de kilómetros al oeste suena Metallica. Y AC/DC. Y Iron Maiden.
A las mismas 8:10 p. m., cuando Arjona comienza a cantar, en el bar Rolling Stones suenan solos de guitarra y gritos guturales y, cuando la pieza de turno es We Will Rock You, de Queen, un par de personas por ahí aplauden al compás.
Movido por la curiosidad y la esperanza de presencia algo así como un retiro espiritual de rockeros, asistí al Rolling Stones para vivir, desde allí, el concierto de Arjona.
En horas de la tarde, el bar se convirtió en tema de conversación, luego de que trascendiera que su dueño había decidido forrar las paredes del inmueble con espuma aislante.
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Su objetivo era simple: ofrecer a su clientela un refugio a salvo de la música de Arjona.
“Sentado con unos amigos nos pusimos a hablar paja. En medio de la borrachera nos acordamos de lo mal que nos cae Arjona. Entonces nos pusimos a pensar en forrar el bar con cartones”, dijo a La Nación Mauricio Víquez, administrador del bar desde hace 14 años.
La idea levantó cejas, propició likes y shares en redes sociales, y consiguió patrocinios inclusive: un par de modelos de Smirnoff se tomaron fotos con los asistentes y regalaron tragos de cortesía.
No todos sabían, sin embargo, la razón.
“Mae, di, yo los viernes siempre vengo. Me extrañó ver la espuma pero, diay, con tal de escuchar rockcito y tomarme una birra, todo bien”, dijo Luis Chinchilla, un vecino de la zona después de posar para la foto con las modelos.
Sofía Vargas, por su parte, dijo haberse enterado de la noticia. "La verdad sí me dio curiosidad. Qué pereza Arjona. Pero tampoco siento que la espuma haga mucha diferencia".
"Parece como que con solo la música del bar ya no se escucha nada de afuera", agregó su amiga María José Solís. Vestidas con camisas de Iron Maiden, una, y de Slayer la otra, no había duda de que conocían el establecimiento desde antes; es decir, emitieron un juicio al que decidí creerle.
Lo cierto es que el Rolling Stones vivió una noche tranquila mientras los fanáticos de Arjona perdían la cabeza por el guatemalteco. Afuera, el ruido del tránsito evitaba que los ecos del concierto viajaran hasta el bar; por dentro, la música que salía de los parlantes que sonaba hacía que las espumas fueran redundantes.
El gasto, al parecer, fue innecesario: para evitar a Arjona solo hace falta que suene un poquito de rock.