Mike Kinsella es muchos seres habitando un mismo cuerpo. Por obvias razones, la mayor parte de la melomanía lo ubica por ser la poderosa (y dolorosa) voz detrás de todos los maravillosos y tristes himnos de la banda American Football, agrupación pionera del género midwest-emo.
Con solo ese logro, Kinsella se ha convertido en un ícono y faro dentro de la música emo; un compositor con vena de poeta y un músico creativo hasta la médula.
Kinsella, además de ser la bandera de American Football, se ha enlistado más méritos con otras agrupaciones afines a esa oleada generacional de música, como Cap N’ Jazz y Joan Of Arc. Más recientemente lo hizo de nuevo con el vibrante proyecto LIES (en el que colaboró con su hermano Nate) y Owen, el proyecto solista que empezó a construir desde el principio del siglo, pocos meses después de su primer disco con American Football.
Como Owen, ha publicado once personalísimos discos que vuelven a reflotar su importancia a la luz de un nuevo estreno: el disco titulado The Fall of Sioux, el cual fue pactado para publicarse el 28 de abril a través del sello Polyvinyl.
En ese marco, Kinsella conversó en exclusiva con Viva para reflexionar sobre cómo es vivir con la fama de ser una leyenda del género; y de cómo mantener una carrera tan prolífica y con un cancionero tan amplio como el suyo.
Kinsella, poeta adolorido
El hecho de ser leyenda no implica ser una diva. Mike es una persona tranquila y relajada, sin preocupaciones, que no tiene miedo de mostrar aspectos personales como los objetos que guarda en su carro antes de llegar a casa, o incluso mencionar que una de sus camisas de merchandising de su disco anterior ahora la usa como pijama debido a que su adorable perrita se le acurruca encima todos los días. Todo esto se evidencia mientras conversamos a través de una videollamada.
“He andado haciendo tantas cosas que por poco olvido que ya mi disco va a salir”, dice entre risas el músico, quien llega apuradamente a casa luego de una mañana de hacer algunos mandados.
Mike cuenta, precisamente, que lleva una vida normal, lejos de lo que alguien pensaría experimenta una estrella de culto. La faceta de hombre de escenarios queda atrás en el día a día, cuando debe ir a comprar leche al mercado como cualquier mortal.
Precisamente, nuestra conversación parte de una entrevista que había realizado hace cuatro años a un medio llamado BandWagon, donde Kinsella aseguraba que la paternidad y las responsabilidades domésticas le dificultaron mucho hacer música.
—Eso era en ese momento, pero ¿cómo es hacer música en este momento de su vida?
Uff, pues crear siempre es complicado. Con las bandas en las que he estado el proceso es distinto, porque son como “encargos” que hacemos en conjunto. Tenemos un plazo de tiempo en el que trabajamos y logramos que funcione. Escribir solo depende de esa inspiración que pueda llegar, que habitualmente viene por momentos difíciles. Entonces es más complicado porque suelen pasarme cosas no tan lindas cuando me siento a escribir (risas).
—Usted ha estado en muchos proyectos, entonces quisiera preguntarle: ¿Cuál ha sido tu interés particular en desarrollar el proyecto llamado Owen? ¿Cómo lo diferencia creativamente del resto de proyectos?
Es el más complicado de definir, porque siento que yo no lo comando. Solo aparece. Escribo las canciones cuando tengo tiempo o cuando me brota alguna idea. No es eso de un proyecto en banda, que ya es algo más estipulado. Mi intención ha sido que sea un proyecto, pues es enteramente de las cosas que solo a mí me preocupan y tal vez no necesariamente a un grupo de personas, como lo es una banda. Pero, honestamente, creo que el proyecto ha tomado el rumbo casi que por su cuenta y bueno, ya son más de 20 años escribiendo estas canciones.
—Yo tengo la impresión de que el trabajo que usted hace con Owen parte de un acercamiento más solitario. ¿Cómo es hacer canciones en solitario a hacerlas en una banda?
A veces es muy denso. Mi disco anterior The Avalanche fue sobre mi divorcio y este va sobre nuevas cosas que he atravesado. Entonces es un proceso muy distinto. De hecho, como todo nació de lo personal, mis primeros discos se escuchan muy lo-fi, grabados de forma más artesanal. Luego Polyvynil, amablemente, se ofreció a estar detrás de Owen y eso le ha dado un sonido mucho más profesional, pero siempre ha partido desde lo pequeño, de escribir canciones en la soledad con uno mismo.
— ¿Ha pensado alguna vez en publicar un libro, sea de poesía, cuentos, novela?
Wow (risas), pues realmente siempre me gusta ver la canción como un pequeño relato. Habitualmente, cuando no me está pasando nada en especial, voy al parque y veo cosas, veo gente sintiendo cosas y a veces eso desemboca en canciones. Creo que eso tiene algo de escritor, pero yo soy músico, realmente (risas). No me veo publicando un libro, aunque me encante leer, siento que lo mío siempre es la música y por eso lo primero que hago son los acordes y de último las letras.
—Aprovechando que hablamos de libros, ¿qué le gusta leer? ¿qué inspira su forma de escribir las canciones? En muchos de sus temas, por ejemplo, hay claras referencias a Bukowski y a García Márquez.
Sí, es algo que siempre me ha acompañado. A mí siempre me gusta definirme como un gran fan de Raymond Carver. Siento que su visión de mundo, sus angustias y su forma de decir las cosas siempre ha sido superinspirador para mí y es el primer autor que siempre puedo recomendar. Me gusta pensar que escribo como una forma de homenajearlo.
—Por otra parte, todas sus canciones son muy sentidas, la mayor parte del tiempo son muy dolorosas. ¿Cómo es la experiencia de cantarlas?
Es curioso, pero logro separarme de ellas. Siempre las que más me duelen son las más recientes, por lo mismo que te contaba: suelen devenir de cosas que estoy atravesando. Pero ya en una tarima de conciertos logro despegarme de ellas y contarlas como ese “cuento” del que hablábamos antes. Es como recitarlas. Es algo curioso.
—Ha tenido una carrera muy prolífica. ¿Cómo ha logrado escribir tantas canciones y hacer tanta música? ¿Ha sufrido del bloqueo del autor?
Pues tal vez no me creas, porque han sido muchas canciones (risas), pero con Owen sí me ha pasado lo del bloqueo. Igual siempre termina pasándome algo difícil y se me quita (risas). Pero creo que he escrito muchas canciones por estar en tantos proyectos, conocer otras personas, otras formas de acercarse a la música. Con Owen ya son más de una docena de discos y cuando me pongo a repasarlos me asusto de pensar en qué momento fue que escribí tanto. Nunca lo hubiera imaginado.
—¿Qué es lo que más le satisface de su nuevo disco The Falls of Sioux?
-Bueno, el disco anterior, The Avalanche, creo que ha sido mi disco preferido. Me gustó por las letras, porque siento que es muy personal y fuerte. En este quedé muy complacido porque lo asumí desde otro frente, desde poder probar con distintos géneros, varias texturas. El disco tiene canciones veloces y otras más lentas y siento que igual funcionan en su cometido.
“Creo que la música es un espacio para ser uno mismo, pero donde uno termina descubriendo más cosas en el camino de lo que uno ya cree resuelto. En estos veinte años me ha pasado que siempre descubro más cosas de mí cuando veo el disco terminado y lo escucho por completo de nuevo. Supongo que de ahí deriva esa “necesidad” de seguir escribiendo y escribiendo.