Lo dijo Moldo: “Evolución, para todos, es como estar montados en un dragón porque se siente una fuerza muy grande; el rock es muy visceral, muy primitivo. Estoy emocionado por volver a despertar ese dragón”. Palabras proféticas que se vivieron la noche del sábado en el teatro Melico Salazar con el concierto que ofreció Evolución.
Minutos antes de que comenzara el espectáculo, en las afueras del recinto josefino se vivió un ambiente como el de hace unos 15 años en el bar El Observatorio, donde constantemente los fans de Evolución se reunían para escuchar ese “rock visceral” de la banda, como también lo definió el bajista. Eso sí, algunas formas cambiaron, mas no la intensidad. Camisetas alusivas al grupo, compas que iban a los chivos sin falta se reencontraron, algunos con más canas, otros con menos cabello; pero todos con el mismo ímpetu.
Siete discos de estudio publicados tenían que resumirse en un tiempo (corto, para muchos) de dos horas de recital. El reto era grande, porque Evolución tenía que complacer a muchos y a ellos mismos, pero de que lo lograron, no quedó ninguna duda. A las 8 p. m.en punto, el trío arribó al escenario, pero con una variante que le imprimió al show una frescura y nuevos sonidos: la incorporación de cuatro artistas invitados: Felipe Damazzio (teclados) Santos Gassiebayle (guitarra), Yeromy Ávila (coros) y David Vargas (percusión).
LEA MÁS: Evolución: En paz y con su ‘rock’ visceral, la banda tica regresa a escena
Las canciones sonaron a recuerdo, sí, pero con tintes algo más contemporáneos. Tal vez la memoria de los fans de Evolución no quería que las piezas fueran diferentes, pero adquirieron a la perfección un sabor a sorpresa sin quitar esa esencia de su propio género, de su lenguaje.
La bienvenida fue fuerte. Nos encontramos aquí por fin, la tarde nos envuelve con fuego sabiendo que mañana nacemos, nacemos otra vez por tí, la letra y los acordes de El mañanero elevaron las emociones. El dragón voló alto, fuerte, intenso, como si no hubiesen pasado los años, como si Evolución nunca se hubiera alejado del escenario. Fue bueno, fue volver y reavivar esa relación, con sus seguidores, y de la que Balerom, Wash y Moldo siempre han alardeado. Fidelidad recíproca.
El concierto se dividió en tres bloques. Ocho temas completaron el primero, tan diferentes entre ellos, que llevaron al público por un subibaja de adrenalina. Hubo tiempo para el rock más intenso y, también, para las baladas más suaves. Era difícil moderar la adrenalina porque el repertorio sonó constante durante toda la noche, fueron pocas y cortas las intervenciones de Balerom para agradecerle al público el apoyo, pero qué mejor manera de decir gracias que tocando los temas que el público quería escuchar.
No me diga, Así, Siempre encuentro algo, La máquina, Misterios y pasiones, Emociones elevadas y Supercaína Zen, esta última protagonizada por Moldo, quien con su enérgica interpretación, desató al diablo en cleta en el escenario.
Aunque el público no paró de corear, de gritar y aplaudir, tal vez faltó un poco más de baile, de desatarse de pie al ritmo de los éxitos que cosechó la banda durante casi dos décadas; pero pudo ser que el recinto teatral influyera un poco en ello, y mantuviera a muchos pegados a sus sillas con el sudor corriendo por sus frentes y las gargantas adoloridas de cantar con entusiasmo.
En el éxtasis.
Luego de ocho canciones, el telón cayó. Las emociones no se habían recuperado cuando apareció Balerom solo con su guitarra acústica. Para ser feliz y El jueguito (de su etapa como solista), fueron coreadas en el Melico. “Esta piecita quiero que se desgalillen con nosotros porque es de interés nacional”, dijo el cantante, y así fue como presentó una versión muy particular de Chismólogos, de Evolución, acompañada por los teclados y la percusión que le dieron un sabor mucho más folclórico al tema.
Cuando llegó Del amor y el desamor –también de su trabajo en solitario– la sorpresa fue que volvieron al escenario Wash y Moldo para así marcar una unión entre ambas facetas. El público reconoció la buena intención con un sonoro aplauso.
Ya con el trío y acompañantes en pleno, llegó el momento de desatar más rock fuerte, el valeroso. Codeína, Esclavo, Inocente asesina, Locura, Magia y las poderosísimas Dr. Hongo y Ni vengo ni voy; fueron parte de esta sección que, definitivamente, fue intensa, dura. Aquí también entró, en medio de la pasión, En el éxtasis, canción que demuestra mucho esa relación que ha existido entre Evolución y sus seguidores.
Sensual y sabrosa en su coro, el público siempre interactuó directamente con la banda y el sábado no fue la excepción cuando la audiencia le respondió al grupo con el clásico: ¿Estás feliz? Feliz estás. Sonríe el sol. El sol sonríe. Volviendo a ver. A ver volviendo. Lo que pasó.
El cierre no podía ser diferente. La energía nunca bajó y, mucho menos, cuando banda y público interpretaron Del mar, Amor con transparencia, Superhéroe de su propia fantasía, Psicópata, Campo abierto, Voy por ella, San Valentontín y, para terminar, la querida Mundo de fantasía.
Fue un buen reencuentro. No solo porque Balerom, Wash y Moldo tocaran juntos, luego de casi seis años de no hacerlo, sino porque se lo debían a ellos y a los fieles que los acompañaron y acuerparon durante tantos años.
Tan bueno fue que Balerom confirmó que en setiembre de este año volverán al Melico una vez más.