San José
Formar parte de una orquesta es ser parte de una familia con la que crea el arte más rico. Sin embargo, no muchas veces un instrumentista cuenta con la oportunidad de disfrutar de la música de su propia agrupación como si fuera un espectador más (a menos que sea en un disco).
Una oportunidad así tuvo José Manuel Rojas, oboísta y cornista inglés de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), el domingo 29 de noviembre. Esa mañana, en el Teatro Nacional, la OSN celebró su último concierto de temporada (siguen los conciertos especiales de Navidad). En esa cita, se interpretaron la Novena Sinfonía de Beethoven y la Sinfonía en fa menor No. 49, de Haydn.
Rojas publicó este año ¿Para qué carretas sin marimbas? Hacia una historia crítica de la práctica de la música "clásica" en Costa Rica (1971-2011) (Editorial Arlekín), sobre el cual puede leer en este artículo. Este año, la Sinfónica celebra 75 años, una conmemoración que ha permitido repasar, cuestionar y reflexionar acerca de la música que crean año tras año.
A propósito del concierto, Rojas escribió la siguiente reseña.
Contrapunteando, innovando y logrando
No se esperaría que alguien, como miembro titular de la Orquesta Sinfónica Nacional, escribiera una reseña sobre un concierto de la agrupación donde trabaja o, más exactamente, donde uno interpreta un instrumento –en mi caso, el corno inglés–. Me parece importante que los que "estamos adentro" también tengamos la oportunidad de expresarnos. La razón fundamental de esta reseña, es porque el último concierto de la Temporada Oficial del 2015 de la Orquesta Sinfónica Nacional, el domingo 29 de noviembre del 2015 en el Teatro Nacional, estuvo excelente.
Voy a explicar el porqué de mi afirmación. No soy amigo de utilizar adjetivos de esa magnitud porque los considero inestables, pero sostengo haber tenido el privilegio, mientras mis colegas trabajaban en el escenario, de haber escuchado como introducción, una sinfonía de Franz Joseph Haydn como la número 49, absolutamente "trabajada" en cada uno de sus rincones sonoros para producir un discurso estructurado y transparente de la música europea del siglo XVIII.
Un detalle sutil y fino, rara vez utilizado en Costa Rica, por el maestro Carl St. Clair y para la producción del conocimiento, fue la utilización y economía del espacio que requiere la sonoridad de una obra como estas: las y los intérpretes de pie, la utilización del justo balance orquestal y acústico de lo que requiere una obra sinfónica, pero todavía de cámara, expuesta en cada detalle temporal.
Se está tratando de romper con el ritual canónico del concierto. Se produjo un discurso intenso de diálogo y contrapunto entre los músicos, el director y el público. Ya en estos momentos el paisaje sonoro se comenzaba a formar. Todas y todos escuchaban. Los aspectos técnicos y estructurales musicales se habían resuelto. No había ni cuerdas ni vientos en el escenario, hubo amalgama y resultados obvios con una de las músicas mundiales.
No va a ser casual contrapuntear en este caso música y filosofía contemporáneas. El filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (Alemania, 1770–1831), nacido en el mismo año de Beethoven, afirma: "el yo existe en el tiempo, y el tiempo es el ser del sujeto. Pero puesto que el tiempo y no el espacio es el elemento fundamental en que el sonido cobra existencia y valor musical, y puesto que el tiempo del sonido es también el tiempo del sujeto, el sonido penetra en el yo, se apodera de su pura esencia, lo pone en movimiento y lo arrastra con las cadencias de su ritmo..."
Se veía venir la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven por una coherente escogencia del repertorio: ambas sinfonías en tono menor, la primera en fa menor y la segunda en re menor, y ambas estructuradas en cuatro movimientos. Es la estructura formal establecida en la modernidad musical sinfónica europea.
En la interpretación, participaron cantantes invitados. Los voy a nombrar: Mary Wilson, soprano, Margaret Lattimore, mezzosoprano, Steven Tharp, tenor y Kevin Deas, Bajo – barítono, un cuarteto de cantantes estadounidenses invitados, llenos de experiencias y con una carrera sólida pero colmados de una sonoridad con la cual lograron poner a cantar la "vocalidad beethoveniana" de la Novena: cada nota de cada acorde producida fue un canto. Los mismos elogios van para el Coro Sinfónico.
¿Y la Oda a la Alegría, y la Novena, en general? Quedó demostrada una vez más la desfronterización del mundo. La temporalidad de la Novena seguirá siendo desde la creación del mundo, como la utilización del silencio y del sonido en el lenguaje beethoveniano, hasta nuestros días. Todo el mundo quiere oírla y escucharla, pero también se la sabe. La obra está estructurada como una voz única y a la vez a varias voces, contrapunto humano que une. En el Teatro Nacional todas y todos nos sentimos que formamos parte de lo mismo.
En el cierre de esta Temporada Oficial de la OSN, y celebrando su 75. ° aniversario, no sobró ni faltó ninguna nota musical. Desde el Centro Nacional de la Música todas y todos trabajamos en grupo para seguir "contrapunteando" una calidad de vida mejor para Costa Rica.