Hoy, el arte costarricense se enluta con la muerte de Brunhilda de Portilla; pero de seguro que allá en el cielo hay alegría. Imposible no pensar en que Tatica Dios reciba con los brazos abiertos a la guanacasteca que hizo de sus villancicos un portal criollo, donde acogió al Niñito, María y San José, para que el pueblo de Costa Rica, cual pastorcillos, los visiten cada Navidad.
Brunilda Rodríguez Martínez, nombre de registro de la histórica compositora costarricense, falleció a los 96 años. La noticia de su deceso se conoció este 9 de julio y fue confirmada en las redes sociales de la Asociación de Compositores y Autores Musicales de Costa Rica (ACAM).
La artista dedicó toda su vida a la educación y a la creación de música infantil y villancicos. Su vida en Guanacaste, su infancia y los juegos de su niñez los plasmó no solo en sus canciones, sino también en cuentos y poemas.
Su obra abarca la pintura, relatos, canciones de cuna, cuentos infantiles, boleros, valses, dramas y operetas. Además, fue actriz de teatro.
Los villancicos fueron su mayor orgullo y marcaron la Navidad de Costa Rica. Entre los más reconocidos se encuentran: Din don din don, Mi niño campesino y Vamos vaquita mía. Para 2019 había compuesto más de 40 de estas piezas.
“Así como muy religiosa, yo no soy. Lo que sí he sido siempre es muy dependiente de Dios, por eso digo yo que no me cuesta nada escribirle tantas canciones”, explicó la compositora a La Nación en una entrevista del 2002.
En el 2011, el Ministerio de Cultura y Juventud declaró sus creaciones como cantos de interés público. En el 2017, ACAM la incluyó en su galería al mérito, uno de los más grandes honores otorgados por dicha asociación.
Además, en 2024 ACAM le entregó el premio Ricardo Reca Mora, que honra la trayectoria musical.
La vida de Brunhilda de Portilla: un villancico que viajó de puerta en puerta por Costa Rica

Brunhilda de Portilla, nació el 2 de junio de 1929; hija de José Ignacio Rodríguez Caracas y Francisca Martínez Vargas, una pareja nicaragüense que hizo hogar en Guanacaste desde tempranas edades.
Su padre era abogado, pero sobre todo, enamorado del arte. Él dio nombre a la compositora inspirado en la heroína de un libro de Pedro Antonio de Alarcón. También, era dueño de una victrola, que llevó al oído infantil de Brunhilda desde óperas hasta canciones de Pedro Vargas.
Su madre fue otra apasionada del arte, a quien la compositora describió como “bella, trabajadora y amorosa”. Ella, al igual que su papá, tocaba la guitarra y la mandolina; aunque la histórica Brunhilda no heredó esta habilidad.
“No ceso de darle gracias al Creador por el don que me hizo de la música y la poesía. Yo no toco ningún instrumento. Tenía toda la música del mundo en mi cabecita de niña. A lo sumo llegué a tocar una organeta que me permitía darle forma a mis melodías. Yo fui una niña muy bendecida”, expresó De Portilla en 2019 en otra conversación con La Nación.
“Cantaba todo el día. En el campo y en la casa, mientras hacía mis labores, cantaba sin cesar. En un aparatillo del tiempo del fusil de chispa grababa mis melodías y luego las escribía”, añadió.
Creció en un país muy distinto. En La Cruz, donde dio sus primeros pasos, las puertas eran casi un formalismo estructural, pues estaban siempre abiertas.
“Era un pueblo bellísimo, con casas de adobe, con su franja azul al pie de las paredes, para disimular las cuitas de las gallinas, y sus ventanas tan anchas que uno se podía sentar en ellas. Eran pocas casas, separadas por pastizales fragantes e imponentes árboles. La noche era clara y azul: yo sentía que podía tocar las estrellas desde la ventana. No había alumbrado eléctrico, solo candelas o lamparitas de canfín”, narró Brunhilda a La Nación.
“Tengo en mi piel la sensación de la brisa fresca y la llovizna sutilísima de la noche. Con aquella luna y aquellas estrellas casi no hacía falta luz artificial. Durábamos ocho días en carreta (con toldo para protegernos de la lluvia) para ir de La Cruz hasta Liberia. Dormíamos en la carreta”, continuó.
Brunhilda de Portilla, la maestra
Más adelante, se mudó a Las Juntas de Abangares, cantón en el que su padre fungió como alcalde. Luego, la melodía rural de su vida resonó en San José, donde inició otra de las facetas donde brilló: la docencia.
Estudió en la Universidad de Costa Rica e impartió clases durante muchos años en la escuela de San Antonio de Desamparados, en la Pilar Jiménez y en la escuela de Sabanilla de Montes de Oca. Años antes de que Costa Rica la conociera por cantarle al Niñito; ella ya era la niña Brunhilda.
No obstante, su labor profesional no arrulló el ímpetu de su arte. Al contrario, este continuó floreciendo en himnos de escuelas y como una de las actrices fundadoras de la compañía Teatro Universitario.
“Compuse muchas canciones didácticas. Cuando tuvimos que estudiar las esdrújulas, me inventé una tonada que decía: ‘Pánfilo, un escuálido músico sinfónico, esquelético, pálido y afónico, fue rápido al médico otorrinolaringólogo’. ¡Y funcionaban muy bien como instrumento pedagógico!”, reveló la artista.
En 1953 se casó con Roberto Portilla Ibarra, “un esposo maravilloso” de quien tomó el apellido con el que fue reconocida durante su trayectoria musical. Roberto falleció en el 2009.
A su vasto repertorio de villancicos e himnos, se suman por lo menos 40 piezas románticas y 25 canciones de cuna. Su ingenio fue inmenso e incansable, y probablemente los temas que son de conocimiento público sean tan solo la superficie de su profunda obra.
Eso sí, no quería tener nada que ver con los derechos de autor, a pesar de que algunas de sus composiciones tenían repercusión fuera de estas fronteras. Brunhilda tenía como único interés “que la gente cante y disfrute”.
Al final, ella era hija de una tradición oral en que la música y la poesía viajaban libres en la voz y silbidos del pueblo.
“En Costa Rica, toda la gente cantaba y silbaba –una tradición que se ha perdido–. Silbaban los agricultores, silbaban las mujeres que iban a lavar al río, silbaban los niños y los viejitos. Es muy bello, silbar: un instrumento natural que Dios nos ha dado”, expresó en 2019.
Y así es su música, un río de inspiración que tiene caudal en las gargantas de los demás. Por eso, hoy Brunhilda de Portilla se despide de este plano terrenal, pero el Niñito, los pastorcillos y todos a quienes plasmó en sus letras, seguirán por siempre acá, muy vivos entre la gente.
“Es un género que adoro, y que para mí encapsula lo mejor del hermoso mes de diciembre. ¿Qué sería una Navidad sin villancicos? Y esa ha sido mi vida: bendición tras bendición, música, poesía, naturaleza, gente bondadosa… Claro que toda vida tiene su lado oscuro, pero en la mía prefiero evocar la inmensa luz de luna y estrellas que la ha bañado, y que tanta música y poesía me han inspirado”, concluyó.