Son escasas las bandas que, como Los Fabulosos Cadillacs, han tenido una simbiosis total con el género musical que interpretan. Es que, ¿cómo hablar de ska en español sin Vicentico y su banda, y viceversa?
Por esta razón, no caben la dudas de que un grupo tan fundamental en la música de Latinoamérica merecía una fiesta enorme, que dejara claro que 40 años de trayectoria no son un brinquito.
Al contrario, estas décadas, han sido miles de millones de brincos frenéticos de un público masivo para el que los argentinos son memorias de épicas tortas juveniles, banda sonora de todo tipo de amores, y autores fundamentales de la filosofía que rige sus vidas.
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Y así lo celebró Costa Rica, este 22 de junio en el Estadio Nacional, en una velada que no por carecer de manteles largos cubriendo el salón, dejó de ser memorable. Lo hizo con una fiesta tan intensa como la lluvia que hacía que las capas fueran un objeto de primera necesidad y que el puesto de helados en el estadio no tuviera vela ni réditos en esta cita.
Invitados a la fiesta de Los Fabulosos Cadillacs
La incansable banda costarricense El Guato que, se dice pronto, pero ya también carga en sus espaldas la nada despreciable cifra de 28 años de historia, se encargó de inaugurar la celebración y salir a escena cuando La Joya de La Sabana lucía más bien vacía.
Pero con ese colmillo de guato callejero que se las sabe, de todas, todas, mataron chivo y con su música le dieron a los presentes lo que tanto necesitaban: energía que los pusiera a vibrar para sacarse el frío que guardaban entre capa y ropa.
La presencia de la banda nacional en esta fiesta de ska latinoamericano fue tremendamente atinada y simbólica. Geova y su grupo son, como pocos, una imagen viviente de aquellos revoltosos años 90, en los que germinó con raíces profundas la obra de Los Fabulosos Cadillacs.
A la vez, los ticos retratan perfectamente el paso del tiempo en las generaciones que colmaron el Estadio Nacional. Esas generaciones que, aunque aún la tengan muy dentro de sus corazones, hoy visten de comedimiento esa rebeldía que anduvo suelta en otra época.
Por eso, era una alegoría entre cómica y entrañable, ver al líder de El Guato tener complicaciones con los tirantes que vistió. Fue casi como si esa prenda, ideada para sostener, le estuviera manifestando su extrañeza al verse portada por un hombre que, tan solo hace un par de décadas, tenía entre su repertorio de frecuentes gestos provocativos, bajarse los pantalones para mostrar las nalgas.
No obstante, el amor por el ska no cambia y los espectadores montaron su mosh al ritmo de clásicos como Te diré te quiero y Ladrones y policías. También disfrutaron de las canciones más recientes de El Guato (de la etapa donde los pantalones no caen en público), como Cerciorarme de que estás.
La banda costarricense dejó el escenario tras 45 minutos de concierto y con su salida, la lluvia dijo un hasta luego que engañó a muchos, porque no fue un adiós y media hora después regresó con más ánimos de empapar a diestra y siniestra.
Pasadas las 6 p. m., La Mosca aterrizó su vuelo en la tarima, con sus inconfundibles lentes de sol que, siendo de noche y con su enorme tamaño, solo el músico argentino puede utilizar sin ser tachado de polo de primera categoría.
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La agrupación argentina fue otro invitado perfecto, además de por la clara afinidad musical, porque también este 2025 están de celebración, pues cumplen 30 años como banda.
Los sudamericanos trajeron una dosis cargada de euforia que el público bebió de un sorbo. No es casualidad que uno de sus mayores éxitos sea una canción dedicada a la Selección de Argentina, porque si en algo son expertos es en hacer corear aficiones.
La Mosca entregó todos sus éxitos, pero también demostró que no necesita entonar ni media nota para estallar el júbilo. Prueba de esto, fue cuando el vocalista bajó del escenario y se topó con una bandera de Costa Rica que ondeó, dando como resultado la ovación más grande que recibieron en la noche.
Eso sí, al regreso de su desatada interacción con el público dio señas de que ya el cuerpo no responde como antes.
“¿Acá hay altura (refiriéndose a si estaba en una zona de mucha altitud sobre el nivel del mar)? ¡No! Entonces estoy hecho mierda”, espetó el cantante argentino que pisaba por primera vez suelo tico.
Los teloneros de lujo brindaron una hora y media de espectáculo, en el que no se hicieron de esperar sus pegadizos hits Para no verte más, Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar y Hoy estoy peor que ayer.
Tras despedirse de La Mosca, el público del Estadio Nacional recargó energías porque todavía faltaba lo mejor. Sobraban las emociones, y ya se habían destapado muchas cervezas, pero el cumpleañero cuarentón no había dicho presente.
Los Fabulosos Cadillacs, los homenajeados del concierto
De golpe, al ser las 8 p. m., los corazones se dispararon, cuando la tarima se tiñó de azul y Los Fabulosos Cadillacs entraron en medio de una misteriosa música instrumental. Al terminar esta introducción, los presentes gritaron con una algarabía que no correspondía a lo escuchado, pero sí al amor tan grande que le tienen a la banda.
Aquella fuerza no fue solo una excepción por la bienvenida, como el reventar confeti cuando el celebrado cruza la puerta. Ese mismo ímpetu fue la tónica de la noche, en que la gente respondió con vítores a cada canción, desde Carmela hasta Calaveras y diablitos.
A dejarle las tumbas a los muertos, como dice esta última pieza, porque las flores y las canciones de los íconos del ska argentino “son para sentirse bien”, tan bien como se sintieron sus fieles admiradores, que continuaron festivos a más no poder, sin que les pesaran las horas.
Aunque era la fiesta de la rebeldía, uno de los momentos más especiales fue una plegaria. Con Padre nuestro, las emociones entraron en comunión, y el aforo les hizo saber que, a pesar de que ya ha llovido mucho desde aquel primer amanecer, en 1985, Los Fabulosos “siguen vivos” y siendo más que un recuerdo.
Sin embargo, el clima cuasi religioso, no apagó los impulsos de romper todo con V Centenario y Mal bicho. Más tarde, llegó el fúrico clímax cuando el Estadio Nacional, empapado y repleto, vivió sin frenos el salto al ruedo del Matador.
Muchos ya habían tomado hasta lo que no debían, otros tantos fueron por más, y como anillo el dedo llegó el momento de Vasos vacíos.
Nadie sabe cuándo le tocará a Los Cadillacs, como cantan en este tema, quedarse sin letras para hablarle a su gente, y por eso era totalmente entendible que el público aprovechara esa noche como si fuera la última.
Si fue la última, solo el tiempo lo dirá; lo cierto es que la noche se fue, Siguiendo a la luna que, hecha un cachito, no quiso perderse tan importante fiesta. Y aunque los versos digan lo contrario, hoy, a 40 años de su debut, Vicentico y su gente pueden decir, viendo a los ojos a su público, que han llegado incluso más lejos de lo que “se puede llegar”.