
Julieta Venegas, una de las máximas referentes de la música en español, salió a su concierto en Costa Rica serena, con esa sencillez y ternura que emana. De frente topó con una imagen muy distante de lo que representa su figura.
Aunque de seguro no lo notó por la iluminación y el estar ensimismada en su música, el Palacio de los Deportes estuvo lejos de ser un llenazo.
La escena, en un recinto que hace rato dejó de ser de los principales del país, era de parchones vacíos a los que se le sumó una buena parte del público que esperó al último momento para ingresar.
Si llegó a percatarse, lo más probable es que ni siquiera la inquietara. Porque aquella mujer es quien enseñó a millones que a la vida, como a los amores, se les suaviza con limón y sal, y se quiere tal y como está.
Por su parte, a los presentes tampoco les pesó en lo más mínimo. Ellos supieron entregar su cariño y el auditorio herediano, como su mayor bondad, cumplió magnificando el sonido del público.
“Gracias de verdad por su cariño. Qué lindo estar aquí. Puro amor... Pura vida, como dicen aquí”, dijo a corazón abierto la cantante.

Éxitos, emoción, caricias... el concierto de Julieta Venegas
Grandes éxitos como Me voy desataron ovaciones gigantes a las que la acústica del lugar volvía ensordecedoras, como si la pasión por la Julieta que marcó tantas generaciones multiplicara a los espectadores.
En contraste total con el bullicio, la voz de Venegas regaló caricias de terciopelo en cada nota. Ya no es solo que se mantenga intacta, sino que pareciera, incluso, que el tiempo se encargó de afilarle la dulzura a su voz, para que cada vez llegue más rápido y profundo al alma.
La puesta en escena de la mexicana fue minimalista pero cautivante. Durante el show fue al teclado, se puso de pie, volvió al piano y en varias ocasiones tomó el acordeón, lo mismo que se acompañó con la guitarra.
Su banda es apenas de tres músicos, pero es que, sin pasar por alto la gran calidad de sus acompañantes, bien podría estar sola en la tarima, porque ella por sí misma y su repertorio provocan hipnotismo.
Sin dudas, Venegas es una artista imprescindible de Latinoamérica, de las que creció con el siglo y acunó un amor en sus seguidores que ya cumple casi tres décadas. No obstante, algunas cosas no cambian.
Suenan las primeras notas de uno de sus clásicos, se contagia la euforia entre los espectadores y a Julieta se le escapa una risa de asombro y ternura más propia de las primeras veces.
Con maestría, supo llevar al público del éxtasis a lo pausado, y llenó de matices su espectáculo. Maneja al dedillo cada detalle y por eso pasa de lo melódico de su canto en Eres para mí a soltarse el fragmento de rap que interpreta Ana Tijoux en esta canción.

Por ratos, danza de una forma tan peculiar que en casi cualquiera parecería algo ridícula. En ella, esos movimientos a veces desacompasados y los revoleos en su vestido azul son expresión genuina de una personalidad que, sencillamente, apasiona.
Lo mismo sucede con sus intervenciones, donde su certera voz se torna más bien atropellada, como un signo de que en sus adentros, su genio va a todo lo que da.
Al introducir su canción La nostalgia reflexionó sobre la añoranza por la persona que se fue en ciertos sitios, y cómo eso no volverá. Palabras profundas que, para esta ocasión, calaron hondo.
Porque gran parte del encanto de sus temas está en lo nostálgico. En cada tonada, a más uno le entra ese sentimiento de querer acurrucarse en algún ayer o de abrazarse con amores que ya no son, que ya no están.
Así lo detalla con agudeza en el coro de la canción: “No te habías dado cuenta, la nostalgia sigue ahí... vive en ti”.
Venegas ha sabido mantenerse vigente e innovar. No por nada, uno de los temas más gritados durante la velada fue ¿A dónde va el viento? (2024), banda sonora de una serie homónima de Prime Video, que se volvió un fenómeno viral en TikTok, en el que se recuerda a seres queridos fallecidos al son de la frase que se torna desgarradora: “Cuéntame el final, el final, final feliz”.

Y así como las melancolías no detienen ni devuelven los años, el show de la mexicana siguió enfilándose rumbo a un final que nadie deseaba. En medio, se dio un paseo por su discografía, intercalando sus hits de radio con otros de sus tesoros más escondidos.
Por un momento, abandonó el escenario, pero su energía transparente dejó ver que aquella no era la despedida. Minutos después regresó, por supuesto, que al calor de una ovación desmedida.
Con la multitud rendida ante ella y entendiendo que un adiós hay que saber darlo, cerró la noche con Limón y sal. Y sí, algunos corazones rotos con el fin, pero a Julieta no hace falta cambiarle nada. Después de todo, se le quiere, da igual “si viene o si va”.
