La tradición de las mascaradas costarricenses renace en manos jóvenes y talentosas. Sebastián Cruz, de 11 años, y Julián Moreira, de 13, dos pequeños artistas heredianos, deslumbran con su talento y su amor por una de las expresiones más coloridas de la identidad nacional.
Ambos prometen mantener viva una herencia cultural que ha llenado de alegría calles, ferias y festejos populares durante generaciones.
El destino los reunió el pasado 2 de octubre en la inauguración de la Exposición Nacional de Máscaras Tradicionales Costarricenses, realizada en la Biblioteca Nacional.
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Rápidamente, ambos cultivaron una amistad marcada por la admiración mutua y una profunda conexión con el folclor. Sus obras, expuestas una junto a otra, reflejan la pasión con la que ambos transforman la arcilla, la fibra y la pintura en arte lleno de vida.
Un equipo de La Nación los visitó en sus exposiciones para conocer más sobre sus inicios, su proceso creativo y sus sueños dentro de este oficio que combina imaginación, historia y orgullo nacional.
‘No lo hago por el negocio, sino por dar alegría’, dice Julián
“Hago máscaras desde los 10 años. Aprendí solo y fue por curiosidad. En la escuela me pidieron que hiciera una máscara de cartón con material reciclado y quedé con la curiosidad de cómo era que se hacían las de verdad”, explicó Moreira.
El joven recuerda que, de niño, solía temerles a las bombetas y a las imponentes gigantas. Sin embargo, todo cambió cuando una mascarada visitó su escuela: “Me empezó a gustar, aprendí a hacerlos solo”, contó con orgullo.
Desde entonces, Julián ha experimentado con distintas técnicas: comenzó con papel y cartón, luego trabajó arcilla y más tarde incorporó la fibra de vidrio, un material propio de mascareros profesionales.
“Lo que más me gusta de las máscaras es su significado y la creatividad que se le puede poner a cada una. También la historia que puede haber detrás de una máscara. Puede representar un momento o una persona muy importante para alguien”, afirmó.
Su parte favorita del proceso es moldear y luego pintar. “Mis personajes favoritos son los tradicionales”, añade, convencido de que su pasión tiene raíces profundas en San Juan de Santa Bárbara, Heredia, su pueblo natal.
“En San Juan la gente ama la tradición de la mascarada. Usted puede ir a un recorrido de payasos en San Juan y más o menos hay 1000, 1500 personas”, contó.
Al ver las comparsas pasar frente a su casa y sentir la felicidad que despertaban, Julián decidió que quería ser parte de esa alegría.
“Tengo el pensamiento de que cada persona que se pone una máscara se convierte en el personaje que está usando. Me da una alegría inmensa ver que están usando máscaras mías para dar alegría, para dar sentimientos que por lo general quedan para el resto de la vida”, expresó con emoción.
Su familia juega un papel fundamental en su labor: su padre y su abuelo fabrican la armazón donde se montan las máscaras, mientras su madre, su abuela y varias costureras confeccionan los vistosos trajes que las acompañan.
Además de mascarero, Julián es un auténtico folclorista: recita retahílas y toca la guitarra. Aspira a ser recordado como alguien que hace máscaras por pasión y no por negocio. También imparte talleres para niños y adultos, en los que enseña sus técnicas y comparte la historia de esta tradición.
“Mi técnica para trabajar es darles los pasos, pero también voy contándoles un poco de historia de las máscaras para que no solo sepan lo que están haciendo, sino de donde viene”, explicó el joven maestro.
“No lo hago por el negocio, sino por dar alegría”, agregó.
Sus obras, que pueden adquirirse entre ¢10.000 y ¢120.000, se distinguen por sus colores y detalles únicos. Quienes deseen hacer algún encargo de su trabajo pueden contactarlo al número 8336-2299.
Sebastián: el artista que encontró su pasión entre lienzos y máscaras
Basta un minuto de conversación con Sebastián para percibir el brillo de su talento. Más que un pasatiempo, lo suyo es un don. Este joven herediano combina las máscaras tipo casco con cuadros de pintura llenos de vida, en los que se entrelazan los tonos vibrantes de la tradición costarricense.
Con tan solo 11 años, Cruz equilibra sus estudios con su pasión por el arte. Reconoce que el apoyo de sus padres ha sido clave: “Mis papás, desde pequeñito, me llevaban a los payasos en Barva de Heredia. Me daban mucho miedo las máscaras de susto, pero como me llevaban muy seguido, me empecé a enamorar de las máscaras y empecé a sentir amor por ellas”, relató.
Superado el miedo, su fascinación lo llevó a intentar replicar un cuadro de máscaras que vio en una feria. Luego de varios lienzos, quiso crear su propia máscara y, aunque la primera no resultó como esperaba, no se rindió.
“Luego de esa le dije a mi papá: ‘quiero intentar volver a hacer otra’. Entonces hice un duende con un sombrero grande y la nariz muy larga y ese sí salió bien, gracias a Dios”, recordó.
Desde entonces, no ha parado. Su estilo mezcla realismo con toques fantásticos e incluso terroríficos. Entre sus piezas más destacadas están un Yoda de Star Wars, un payaso de terror, un cerdo con heridas, una señora gigante tradicional y hasta un Labubu —figura moderna de la cultura pop asiática—.
“Lo que más me gusta hacer son los gigantes (...). Pero también me gusta hacer personajes ficticios, de miedo o modernos”, comentó. Además, realiza máscaras en miniatura inspiradas en figuras que le regalaron de niño.
Aunque recibe encargos, Sebas no ve su arte como un negocio: “Es entretenimiento, no un trabajo. En el futuro no me veo brillando ni siendo el mejor. Lo que quiero hacer nada más es dejar mi legado y ya”, afirma con una madurez sorprendente.
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Más allá de sus propias metas, Sebastián sueña con que otros niños se sumen a esta tradición: “Es un símbolo nacional. Eso se tiene que respetar. Lo que yo quisiera es que las nuevas generaciones hagan máscaras y así no perdamos el legado de los viejos mascareros”.
Los interesados en adquirir alguna de sus piezas, o hacer algún encargo, lo pueden contactar al número 8601-8457. En el caso de las máscaras, los precios varían entre ¢60.000 y ¢120.000; mientras que los cuadros pintados tienen precios que oscilan de ¢10.000 a ¢80.000.
Julián y Sebastián son prueba viva de que las raíces culturales florecen con más fuerza cuando las riegan la curiosidad, la creatividad y el amor por lo propio.
En cada máscara que modelan se esconde una historia, una sonrisa y una promesa: que la tradición costarricense sega bailando al ritmo de sus risas y pinceles por muchas generaciones más.
Vea la entrevista completa aquí:
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