Menuda paradoja sería estar en la cuerda floja por culpa de un padre equilibrista. Ese es el caso de los hermanos Peter, Paul y Prince, tres hombretones hechos y derechos que deben emprender un largo viaje para reencontrarse con su progenitor. Este, un afamado artista circense, los invita a su última y más espectacular proeza: caminar entre dos altísimas torres.
Los hijos concurren sin entusiasmo: le reclaman al padre el haberlos abandonado durante su infancia. No obstante, la tentación de ver a esa figura mítica y todopoderosa los impulsa. El viaje, lleno de peripecias y revelaciones, se vuelve un proceso terapéutico en el que los protagonistas, sin saberlo o pretenderlo, van sanando sus heridas vitales.
En este montaje de resonancias tragicómicas, el peso descansa en un trabajo actoral que logra recrear esa condición particular de cualquier grupo de hermanos reales. Me refiero al hecho de ser, al mismo tiempo, tan similares y tan distintos. La conducta de los personajes genera caracteres antagónicos, pero inevitablemente cercanos por la vivencia de un pasado común.
Además, los integrantes del elenco son responsables de construir, en la imaginación de los espectadores, las diferentes locaciones de la trama. Con apoyo de tres valijas de mano e igual cantidad de pedestales de luz, dibujan una sala de abordaje, los asientos de un avión, un bar de paso y hasta el caótico interior de un taxi atrapado por el tráfico urbano.
Cada espacio cobra vida gracias a las acciones, gestos precisos y la resignificación de los objetos que hacen los intérpretes. A partir de sencillos y eficaces juegos actorales, el equipaje se convierte en mobiliario y los pedestales, en postes guía de una fila, durante una escala aeroportuaria. De esta manera, cuerpos y objeto, en complicidad con la banda sonora, materializan un universo variopinto.
Lástima que el recurso no se sostuvo en la escena del acto estelar del padre. Un muñeco a escala, una cuerda y dos parales sirvieron para representar aquello que el público pudo haber imaginado a partir de la evocadora descripción de los hermanos. Los intérpretes no parecían cómodos con el muñeco, por lo que el momento perdió la verosimilitud necesaria para el buen funcionamiento de un clímax dramático.
A pesar de ello, la obra culminó en un desenlace emotivo. De alguna forma, los tres hombres se reconcilian, por un instante, con su papel de hijos. Atrás quedan los resentimientos y el perdón asoma. Así, la alocada odisea del trío se transforma en un reparador viaje hacia adentro. No estamos, sin embargo, ante un final feliz. Es, más bien, agridulce pues toda herida, aunque sane, deja su marca.
Cuerdas se fundamenta en el paradigma narrativo del héroe que, al buscar a su padre ausente, se encuentra a sí mismo. La simplicidad de la fábula es engañosa pues, a fin de cuentas, lo narrado se relaciona con la conquista de la madurez.
El espectáculo nos recordó lo doloroso de crecer, pero el dolor se mitiga si se mantienen firmes las cuerdas que nos unen a otros en este viaje que es la vida.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección y diseño de sonido: Arnoldo Ramos
Asistencia de Dirección: Fernando Ávila
Libreto: Bárbara Colio (México)
Actuación: Alberto Alpízar, Gabriel Sánchez, Elmer Badilla
Producción: La TraKa Teatro
Escenografía, utilería, luces y vestuario: Katherine Bermúdez
Iluminación: Karina Granados
Música: Alex Quirós, Daniel Solano
Gráfica: Esteban Alfaro-Moscoso
Fotografía: Leo Sandoval Photo, Freddy Miranda
Difusión: Freddy Miranda
Espacio: Teatro La Fortina
Fecha: 2 de octubre de 2016