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María Torres y Marcia Saborío representan a Catalina y Julia, dos hermanas con casi nada en común. Foto: Esteban Chinchilla / Teatro Espressivo.
Hay una receta casi infalible para producir humor: coloque, en el mismo espacio, a seres cuyos rasgos y conductas sean antagónicos. Agrégueles antecedentes problemáticos y trabas para la convivencia. Luego déjelos que hiervan en el fuego lento de sus pasiones. La extraña pareja (1965) de Neil Simon o Dos hombres y medio (2003) son ejemplos de dramaturgias escénicas y audiovisuales en esta línea.
El reencuentro se nutre de esa herencia y la empuja hasta un límite en el que lo cómico se vuelve doloroso. Después de muchos años de separación, vemos a Catalina (Marcia Saborío) llegar sorpresivamente a casa de su hermana Julia (María Torres). La primera ha perdido su hogar y su vínculo matrimonial. La segunda se ha atrincherado en un departamento impecable donde no hay espacio para nada o nadie más.
El diseño de personajes se impone como la mayor fortaleza de la obra. En un extremo, Julia es una suma de fobias, rutinas invariables y tics. Además, no deja de exhibir su profunda incapacidad para sentir empatía. En el otro, Catalina es una maraña de tristezas y rencores. La inevitable colisión de mundos genera momentos hilarantes, pero también, muy emotivos.
Torres y Saborío ponen al servicio del montaje su versatilidad para transitar entre registros cómicos, dramáticos e, inclusive, propios del Teatro del absurdo. Al respecto, algunos pasajes tenían la devastadora violencia verbal de Fin de partida (Samuel Beckett, 1957). Las actrices y la dirección de Arnoldo Ramos le dieron a cada escena el punto exacto para mantener al público en permanente disfrute y complicidad.
Aunque un espectáculo de esta naturaleza se cimienta en el manejo preciso de las interacciones, es obligatorio destacar el sólido trabajo de María Torres. La actriz presentó, de manera eficaz, un personaje inmerso en los trastornos del espectro autista. Corporalidades que van de la rigidez al espasmo o emociones que saltan de la contención al desborde fueron algunas de las muchas dinámicas que Torres le imprimió a “su” Julia.
La veterana intérprete nunca sucumbió a la tentación de abusar de estos hallazgos para subirle el volumen a las risas de la sala. Pudo hacerlo –y sabe de sobra cómo–, pero decidió enfatizar la coherencia de su propuesta a fin de sostener el justo equilibrio entre personajes. Torres se robó todas las miradas y demostró madurez, pericia y respeto por la condición de Julia.
Las diversas capas del diseño escénico están trabajadas para conformar un recipiente que no distraiga la atención del público. Sin embargo, aparecen guiños ingeniosos como las cortinas musicales –a veces, simples staccatos– que rematan un chiste o la luz que emana de la urna de la difunta madre cuando sus hijas la mencionan. Estos detalles ejemplifican la capacidad de los niveles formales del espectáculo para aportar sutiles dosis de humor.
A pesar de sus amargos comentarios contra la parentela, El reencuentro es una historia optimista sobre las oportunidades de crecimiento personal que ofrece esa red de afectos a la que llamamos familia. A fin de cuentas, los lazos consanguíneos marcan, para bien o para mal, nuestros destinos. En el caso de Julia y Catalina, su renovada hermandad las salvó de seguir siendo las mismas de siempre.
Ficha Artística
Dirección: Arnoldo Ramos
Dramaturgia: Ramón Paso (España)
Actuación: María Torres (Julia), Marcia Saborío (Catalina)
Asistencia de dirección: María José Torres
Diseño de escenografía y utilería: Mariela Richmond
Diseño de iluminación: Jody Steiger
Composición musical: Bernardo Quesada
Diseño de mapping: “Tito” Fuentes
Diseño de vestuario: María Torres
Confección de vestuario: Glenda Silva
Construcción: Alejandro Méndez, Jorge Arturo Díaz, David Pérez, Fausto Delgado
Producción: Asociación Cultural Teatro Espressivo (ACTE)
Espacio: Teatro Espressivo
Función: 14 de febrero del 2020