
Jacob Collier no es un músico cualquiera. Compone lo que se le antoja, reinterpreta clásicos de manera inimaginable y toca prácticamente cualquier instrumento que le pongan enfrente. A ello suma un dominio de la teoría armónica, rítmica y melódica que le permite innovar sin límites.
Por eso no sorprende que lo acompañen adjetivos como superdotado, prodigio o genio musical. Sin embargo, su mayor mérito no está solo en la técnica, sino en su capacidad de poner ese virtuosismo al servicio de la audiencia. Su música, aun siendo grandilocuente y compleja, logra ser accesible y profundamente humanista.
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Esa cualidad se hizo evidente en su presentación en Costa Rica el domingo 21 de setiembre, en Parque Viva. Junto a la Orquesta Filarmónica ofreció algo más que un concierto: una experiencia social cargada de sorpresas. Desde su ingreso al escenario, brincando inquieto, atrapó al público y no soltó la energía hasta el último acorde en el piano.
Tocó su guitarra Taylor de cinco cuerdas, bajo eléctrico, piano de cola, sintetizador, y percusión. En otra muestra de genialidad, sustituyó con su voz la línea de uno de los violines en el Concierto para dos violines en re menor de Bach, compartiendo protagonismo con la concertino Mercedes Rodríguez.
Como un titiritero convirtió a la multitud en coro, indiferente a la afinación de cada quien. Conseguir esa unión, tan rara en tiempos modernos, fue uno de sus mayores logros. Tal vez la interacción más memorable llegó con Wild Mountain Thyme (original de The Byrds), pieza extensa y sensible en la que también brilló Eunice Alfaro, corista de la Filarmónica, como vocalista principal junto al inglés.

En otro momento ocupó el lugar del director Marvin Araya para improvisar con la orquesta, asignando tareas a cada sección en tiempo real. Tras ciertos tropiezos iniciales, los músicos lograron ensamblar una versión renovada de Bitter Sweet Symphony, de The Verve, experiencia que el público celebró como si hubiera presenciado una obra construida desde los cimientos hasta la entrega “llave en mano”.
Adaptarse al vértigo creativo de Collier no es fácil, pero la Filarmónica respondió con solvencia y brilló especialmente en temas como Every Little Thing She Does Is Magic y Human Nature.
Aunque el repertorio se inclinó hacia los covers —probablemente para facilitar la conexión inmediata con el público—, no faltaron piezas originales del inglés como la delicada Little Blue, la deslumbrante Summer Rain y la favorita All I Need. Además, hubo gestos inesperados, hacia el final interpretó Soy tico, de Carlos Guzmán, desatando un aplauso interminable.
Entre canción y canción, Collier demostró dotes de narrador, compartió anécdotas, jugó con silencios cómicos, agradeció con generosidad e incluso se permitió un gesto político al responder “Palestina libre, por supuesto”, ante un grito del público.
El resultado fue una noche de música encantadora, honesta y auténtica. Jacob Collier y la Filarmónica lograron lo más básico y a la vez lo más difícil: dejarnos con una sonrisa en el corazón.

EL CONCIERTO
ARTISTA: Jacob Collier con la Orquesta Filarmónica
FECHA: 21 de setiembre
LUGAR: Anfiteatro Coca Cola
PRODUCCIÓN: Magflow y Dopingüé