El título del filme
Además, si uno se entera de que estamos ante un refrito de una aceptable farsa francesa dirigida para el cine por Francis Veber, de 1998, uno se piensa que –más el título– hemos de llegar a una buena película. ¡Para nada! Ahí, ante la pantalla grande llena de estulticias, nos acordamos de la capacidad comercial hollywoodense para convertir en vulgar mercancía cualquier cosa que le sirva para ello.
El cine de Hollywood, en su gran mayoría, se parece a esas baratijas que nos venden llegadas de China (eso sí: China tiene muy buen cine, pero es lo que no nos llega).
Pues bien, en manos del director Jay Roach, el filme
¿Saben cuantos guionistas tiene esta película? ¡Seis! Definitivamente, a más cocineros, más rala es la sopa. Además, de parte del director Roach, no hay ningún talento especial para la puesta en escena de la trama. Él solo está ahí, así, como quien chorrea embutidos en lugar de imágenes en movimiento.
En cuanto película sobre estúpidos (no sobre la estupidez), es filme de personajes a los que ponen a hacer tonteras sin ninguna utilidad narrativa. Es puro cocimiento lento de necedades acumuladas (una lleva a otra, esta a otra más, como pedalear cuesta abajo, ¡fácil!).
Igual se cae la comedia por tan malas que son las actuaciones. Paul Rudd es más impasible que la piedra de Aserrí: la “peli” no pasa por él.
En cuanto a Steve Carrell, lo pusieron a imitar al gran Peter Sellers (¿lo recuerdan?: el inolvidable hindú de la
La verdad, aquí el más tonto soy yo, escribiendo la crítica de una película que ni se la merece. ¡Ah, Chaplin, cómo lo extraño! Bueno, es mi trabajo y lo disfruto.