Carlos Ramos, humorista nacional conocido como el Porcionzón, reveló un episodio personal durante una conversación con Gustavo López en el programa Casual. Con tono directo y sin rodeos, habló de su adicción al juego.
“Soy ludópata (adicto al juego). Porque el juego no es un vicio. Es una enfermedad. Está catalogada por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad de la cual yo padecí”, afirmó Ramos frente a las cámaras.
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Recordó que su contacto con los casinos se dio cuando tenía altos ingresos, especialmente por su participación en el mercado informal.
“Yo llegué a tener mucho dinero, pero no tanto en el humor, sino cuando vendía dólares en bajos de Monumental. Y comenzaron a proliferar los casinos. De hecho, ahí a la vuelta de la Soda Palace pusieron un casino y hacía fila la gente”, dijo.

El casino se llamaba Royal Garden y, según Ramos, la imagen de las personas haciendo fila para entrar lo llevó a acercarse.
“Yo digo: ‘Qué es la vara, porque esta gente está haciendo fila’. Ya me dijeron, entonces hice fila yo también, y ahí fue donde me enfermé”, relató.
Su adicción empezó como una experiencia agradable. “Al principio fue muy tuanis y hasta ganaba. Y ya después vino la parte fea, que es cuando se pierde”, explicó.
Más allá de las pérdidas económicas, Ramos subrayó el impacto emocional de la enfermedad. “La plata va y viene. Y se pierde. Pero lo que más se pierde son los principios”, aseguró.
Ante una pregunta de López sobre si llegó a ese extremo, respondió: “Sí, claro. Se pierde el principio. Se vuelve uno mentiroso y se vuelve manipulador”.
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El humorista reconoció que, pese a la adicción, nunca recurrió a prestamistas ni a pedir dinero.
“Yo tuve una gran ventaja. Parece mentira: yo siempre me jugué lo que fue mío. Yo jugué todo. O sea, yo quedé en bancarrota, pero yo me jugué mi dinero. Todo. No hice… o si estuvieran los gota a gota, seguro me hubieran matado”, confesó.
Ramos aseguró que sus apuestas no eran pequeñas. “Yo jugaba fuerte. Al principio sí, era un apostador de $100 en una noche para ir a jugar”, señaló.
Ese poder adquisitivo reforzó el círculo vicioso sobre el dinero que ganaba o perdía. “Digo yo: ‘Hoy la pierdo (el dinero) y mañana me la vuelvo a ganar’. Y era cierto. Porque fue una bonanza que hubo en la bolsa negra. Entonces yo ganaba plata. Aunque fuera intermediario, yo vendía ¢100.000 y me ganaba la plata que se ganaba un ejecutivo en un mes”, contó.
Para Ramos, la experiencia dejó una lección. Aunque logró salir del círculo del juego, no minimizó el daño que este provocó en su vida personal. La adicción, afirmó, lo llevó a perder mucho más que dinero.