
Cuando estaba pequeño y mi tiempo se invertía primordialmente en ver televisión, mi mayor temor era ver la primera cuña política en meses preelectorales. Sabía que, tan pronto aquel primer comercial apareciera en pantalla, le seguirían cientos más durante las semanas venideras. Sabía que, desde ese momento y hasta febrero siguiente, mi entretenimiento se vería interrumpido por la incomodidad que me generaba el barullo insustancial de los candidatos.
Ahora, un par de décadas después, y tras tres años de vivir sin cable –mucho menos una antena para consumir televisión nacional–, mi opinión sobre la incomodidad política –y, en general, sobre la incomiddad, punto– es distinta.
He tropezado con poquísimos spots publicitarios de los distintos partidos políticos, únicamente en pantallas encendidas en establecimientos comerciales o en la casa de algún familiar. Aun cuando la campaña, en buena medida, se ha mudado a las redes sociales y al ciberespacio, eliminar la tele de la ecuación ha sido un alivio.
La incomodidad, sin embargo, me parece más importante que nunca. Incomodarse es el primer paso para entender y crecer.
Incomodarse es escuchar opiniones con las que no estamos de acuerdo sin intenciones de menospreciar un punto de vista ajeno.
Incomodarse es ir más allá de la primera fuente de información, sobre todo cuando esta es complaciente con nuestras opiniones previas; incomodarse es leer las noticias que no queremos leer con una actitud receptiva y constructiva, en vez de tomarlas como un ataque. Incomodarse es sano porque amplía nuestra cosmovisión, porque nos hace ser solidarios; hace que los demás nos importen más.
Incomodarse es ver más allá de los memes, de los chistes, de las cadenas de mensajes que comparten las tías en WhatsApp. Incomodarse es escarbar hasta entender por qué alguien piensa distinto; por qué hay gente que asegura que sus derechos están siendo pisoteados y por qué alguien teme que su modelo de familia esté en riesgo.
Incomodarse es cambiar el odio, que es muy fácil, por la solidaridad y el amor, que a veces se complican. Incomodarse es dialogar, discutir y aprender. Incomodarse es consumir información y dudar de ella; es contrastar fuentes, comparar criterios, aceptar errores.
Incomodarse es comprender que hay gente que quiere aprovecharse de su zona de confort para ganar poder. Incomodarse es el primer paso para tomar una decisión informada, saludable y responsable.
Incomodarse es comprender que el ruido de la campaña electoral busca dividirnos, y lo consigue cuando se lo permitimos; nos hace pensar que las elecciones son una compentencia entre equipos, y que cuando los fanáticos de uno ganan, pierden los otros.
Incomodarse es comprender que eso no es cierto, que pase lo que pase después de una elección, todos seguiremos compartiendo el mismo país, todos volveremos a ser un mismo equipo. Incomodarse es recordar que, si nos dejamos dividir, perdemos todos.