Han pasado más de diez años desde que a Luz Vega le arrebataron a su hermana, de 41 años, y a su sobrina, de apenas 16. Aunque el tiempo pasa, su voz se quiebra al recordarlas. “Esto no sana, es una herida abierta”, dice. Su historia encarna el dolor que cada año enfrentan decenas de familias de mujeres que engrosan la cifra de femicidios.
Con 39 víctimas, el 2024 fue el año más trágico de la última década, y este 2025 le sigue los pasos, según los datos más recientes divulgados por el Observatorio de Violencia de Género del Poder Judicial. En promedio, 3,2 mujeres fueron asesinadas cada mes durante el 2024, lo que equivale a una víctima cada nueve días.
Este 2025, la violencia no cesa. Hasta el pasado 19 de agosto, el Observatorio reportó 26 femicidios, dos más que en la misma fecha del año anterior. A cuatro meses de que finalice el año, dicho número ya iguala el total registrado en todo el 2022 y supera las cifras del 2019 (17) y 2021 (20).
El promedio de muertes por mes de este año se mantiene en niveles similares a los del 2024, y la cifra podría incluso ser mayor, pues hasta hoy, 21 asesinatos de mujeres permanecen sin clasificar.
El femicidio más reciente certificado por el Observatorio corresponde al de Rufina Jiménez Arias, una mujer de 56 años cuyo cuerpo fue hallado el 19 de agosto, sepultado en el patio de su propia casa, en el cantón de Corredores, tras dos meses de estar desaparecida. El principal sospechoso de asesinarla es su hijo, de 17 años.
Como el de Jiménez, decenas de casos han conmocionado al país a lo largo de los años, y los nombres de las víctimas siguen resonando en la memoria colectiva: María Luisa Cedeño, María Tacsan o Eva Morera son algunos ejemplos.

Violencia que no incomoda
Óscar Morera es el padre de Eva, quien, a sus 19 años, fue asesinada por su expareja de un disparo en la espalda, en noviembre del 2019, en Barva de Heredia. El femicida fue condenado a 35 años de prisión, pero la ausencia de la joven es irreparable.
Su padre describe el delito como un acto de poder, tan traumático como aterrador y complejo, un reflejo de la sociedad, que no ha sabido asegurar relaciones afectivas sanas ni construir una cultura que no tolere la violencia contra la mujer. El incremento en los femicidios, para él, responde a un fallo del Estado.
“Para que un hombre mate a una mujer han pasado muchas cosas antes y si nosotros como sociedad permitimos que esas cosas sucedan, es más probable que las mujeres sigan muriendo. ¿Qué clase de respuesta del Estado tenemos? (...). Este deterioro en la seguridad de las mujeres y de la sociedad en general es un reflejo de lo que recibimos desde arriba”, aseveró.
Con él coincide Isabel Gamboa, doctora en Estudios de la Sociedad y la Cultura, de la Universidad de Costa Rica (UCR), quien indica que el femicidio es un fenómeno complejo y asegura que la cifra crece en gran medida porque este tipo de violencia no incomoda lo suficiente. Para ella, no parece ser “insoportable”, “espantosa” o “imperdonable”. Por el contrario, se ha normalizado.
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“Las mujeres somos víctimas no inocentes. Para que una sociedad se conmueva frente a un agravio contra alguien, ese alguien tiene que ser considerado inocente y no los somos culturalmente hablando”, explicó.
De ahí, según dice, se reflejan concepciones mucho más profundas y arraigadas en la sociedad, que continúan responsabilizando a la mujer luego de su muerte, cuando en realidad, el único culpable debería ser quien arrebató la vida.
“Si queremos ser una cultura ética, humana, compasiva, no podemos bajo ninguna circunstancia justificar ningún tipo de violencia”, añadió.
Por su parte, la socióloga Montserrat Sagot atribuye el fenómeno al incremento en las desigualdades, al surgimiento de discursos autoritarios desde las altas esferas y el debilitamiento de las políticas sociales. Además, asevera, el avance de redes criminales ha intensificado la violencia contra las mujeres.

Femicidios y narcotráfico
De acuerdo con datos del Poder Judicial, el año pasado un total de 22 mujeres fueron asesinadas por sus parejas y 17 casos fueron catalogados como femicidios en otros contextos. Esta última clasificación ha mostrado un incremento desde 2023, el año con la mayor cantidad de homicidios en la historia de Costa Rica.
Se trata de asesinatos tipificados en la Ley de Penalización de la Violencia Contra las Mujeres, que incluye crímenes en los cuales la mujer fue utilizada como un acto de venganza, represalia o cobro de deudas en redes de narcotráfico u organizaciones criminales.
“Es todo un tema que estamos apenas explorando para conocer todas estas variables”, afirmó a La Nación Debby Garay, fiscala adjunta de Género.
Según explicó, desde el Ministerio Público se está trabajando para dar un enfoque de género a las investigaciones y determinar si, entre las víctimas, existen nexos con crimen organizado.
“Eso es lo que puede estar aconteciendo en el país y es necesario visibilizarlo”, indicó.
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Los femicidios vinculados con las organizaciones criminales son usualmente más violentos y despiadados, pues el objetivo principal es amedrentar y enviar mensajes entre grupos criminales.
La violencia se extiende, aunque en menor medida, al resto de casos, con una fuerte carga de odio, control y ensañamiento, propios de una cultura machista, donde la mujer es percibida como propiedad. Así lo explicó a este diario la criminóloga Vanessa Valladares Delgado.
En tanto, la fiscala Garay señaló que la escasez de recursos en el Ministerio Público y la reticencia del Ministerio de Hacienda para dar plazas a la institución generan un desafío a la hora de investigar y resolver los casos, pues se traduce en personal con altas cargas laborales y una insuficiente cantidad de especialistas en el abordaje de casos en los que media violencia contra la mujer.

“Quienes están pagando la consecuencia de esta falta de recursos económicos son las personas usuarias de nuestro sistema (...). En este momento tengo tres personas fiscales coordinadoras para todo el país. Es imposible”, afirmó.
Víctimas invisibilizadas
Los femicidios trascienden las estadísticas. Detrás de cada número hay una historia y una familia.
En 2024, por ejemplo, el 74,3 % de las víctimas eran madres, y 44 menores de edad quedaron huérfanos. Este año, la cifra ya asciende a 34 niños o jóvenes que perdieron a su mamá.
“Es difícil para un niño, que lo lleven a la escuela y no esté su mamá. Que sus otros compañeritos van con su mamá y ella no está, porque cruelmente le arrebataron la vida”, manifestó Luz Vega, tía de un menor que, cuando su madre fue asesinada en 2014, tenía solo cinco meses.
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Para Óscar Morera, padre de Eva, las familias están invisibilizadas, sufren discriminación, estigmas y traumas por el resto de su vida. Asimismo, sostuvo que no son atendidas por el Estado como corresponde y como lo estipula la Ley de Reparación Integral para Personas Supervivientes de Femicidio, aprobada en mayo del 2022.
“No hay un seguimiento psicológico para las familias, y los hijos de las víctimas, con fortuna, llegan a recibir tres sesiones psicológicas. Eso es lo que el Estado les da”, afirma.