
El paradero de 36 personas que desaparecieron sin dejar rastro durante los últimos cinco años es un verdadero misterio, pues las autoridades y sus familiares no cuentan con información que permita localizarlas.
La pista de Giancarlo Mena Brenes, de 28 años, se perdió mientras realizaba una tarea cotidiana. La noche del viernes 5 de febrero de 2021, se detuvo en una gasolinera de Santa Ana, llenó el tanque de su carro y aprovechó unos minutos para ir al baño. Vestía camisa color vino, pantalón gris y tenis negros.
Partió sin dejar más que una factura como prueba de su paso por el lugar. Las cámaras de seguridad del establecimiento registraron sus últimos minutos, y así sus padres y hermanos lo vieron caminar por última vez. Hoy, cuatro años y siete meses después, el dolor de la ausencia persiste y la incertidumbre se ha convertido en parte de su rutina.
“Lo que yo le pido a Dios es que, si está en su presencia, me devuelva los restos para poder estar tranquila, y que si está entre nosotros, que lo cuide y que vuelva (...). No es bonito levantarse y acostarse todo el tiempo pensando en lo mismo. Es muy duro”, lamentó su madre, Miriam Brenes.
Las 36 personas que permanecen desaparecidas tenían entre 15 y 71 años cuando se perdió el contacto con ellas, entre el 2020 y junio del 2024. Las investigaciones permanecen activas, pero sin arrojar detalles claros sobre su ubicación actual.

Giancarlo era el menor de cuatro hermanos, tenía una empresa de mantenimiento y limpieza, y se desplazaba por el país para trabajar. Desde hacía algún tiempo vivía en Curridabat, lejos de su familia, que residía en Guápiles.
Los fines de semana, cuenta su madre, hablaba poco con él, pues lo dejaba disfrutar con los amigos, aunque siempre se mantenía atenta por si él la contactaba. El domingo, cuando regresó de misa y estaba a punto de cocinar el desayuno, el padre del joven llegó a su casa desconcertado.
− ¿Sabe algo de Gianca?, preguntó.
Nadie se había contactado con él y no contestaba sus llamadas ni mensajes. “Se puso a llorar, desconsolado, y me dijo: ‘A mi machito lo mataron’”, recuerda.
El padre tuvo un presentimiento de que algo le había sucedido, y fue entonces cuando comenzaron a buscarlo, sin resultados. En diciembre de ese año apareció su vehículo, un pick-up blanco, pero con partes modificadas.
Doña Miriam asegura que nunca le dijeron dónde lo hallaron, ni quién lo tenía, pero se enteró de que había rastros de sangre en el vehículo.
Hoy tiene sospechas sobre el destino de Giancarlo. Incluso, se ha puesto en contacto con las autoridades cuando aparece un cuerpo, solo para corroborar si se trata de su hijo.
“Yo siento que él está muerto. Si estuviera vivo, él se habría comunicado con al menos uno de los familiares; apenas somos seis y tiene muchos primos (...). Se lo dejé todo a Dios, que me ayuda a salir adelante”, lamenta.

Los 36 desaparecidos
Entre 2020 y julio del 2025, un total de 18.012 personas fueron reportadas como no localizadas ante la Policía Judicial, 10.794 de ellas eran menores de edad. El año con mayor cantidad de casos fue el 2024, cuando se notificaron en promedio 11,25 personas sin localizar por día.
Aunque la cifra es alta, el 99,8% de las personas reportadas finalmente regresan a sus hogares. La principal causa de las desapariciones es la decisión voluntaria de abandonar el núcleo familiar, por conflictos familiares, violencia, abusos o resentimientos.
En otros casos, las investigaciones de las autoridades logran esclarecer la situación y ubicar a los desaparecidos.
De las 36 personas que aún permanecen sin localizar, 8 son mujeres y 28 hombres. La mayoría son costarricenses (32), aunque también figuran una canadiense, un mexicano, un suizo y un hondureño.
Limón concentra la mayor cantidad de los casos (20), incluido un menor de 15 años, quien permanece desaparecido desde julio del 2023 y este 2025 cumpliría la mayoría de edad. A la provincia del Caribe le sigue San José, con 8 casos.
Historias inconclusas
Caso por caso, el nombre de cada desaparecido encierra una historia inconclusa. Algunos corresponden a personas vinculadas con organizaciones criminales; otros luchaban contra adicciones. También hay madres, padres o hijos que parecían alejados de situaciones riesgosas, y algunos que vinieron de vacaciones y jamás regresaron a sus países.
Entre estos últimos figura el caso de Aníbal Lozano Cano, el único mexicano de la lista. Aníbal perdió contacto con sus familiares en agosto del 2020. Había llegado a Costa Rica de vacaciones poco antes de la pandemia, pero con el cierre de fronteras quedó atrapado en el país. Mantenía contacto diario con sus hijos, quienes incluso lo ayudaban económicamente mientras lograba regresar a territorio azteca.

Lo último que comunicó a sus familiares fue que pronto podría regresar en un vuelo de repatriación, pero al día de hoy no hay rastros suyos.
Jaclyn Naomi Smith es una canadiense cuyo paradero también es incierto. La exmilitar, de 40 años, desapareció en agosto del 2022 en Guanacaste. Su huella se perdió tras una discusión con su pareja; salió de la vivienda bajo la lluvia a eso de las 8 p. m. y nunca más se supo de ella.
“No hay palabras para describir cómo nos sentimos, pero nuestros corazones pesan y la extrañamos. Esperamos respuestas en el futuro y todavía trabajamos en el caso. Con amor, mamá y papá”, escribió su padre el pasado 17 de agosto en Facebook, como lo hace en cada cumpleaños, cada Navidad y en cada aniversario de su desaparición.

Aunque la lista oficial reporta 36 personas, la cifra podría ser mayor, ya que no contempla los casos en los que la Policía Judicial remitió informe al Ministerio Público sin información suficiente para imputar a alguien, o dar con el paradero del desaparecido.
El departamento de prensa del OIJ aseguró no contar con datos sobre la cantidad de informes remitidos a la Fiscalía, y esta última entidad también dijo no contar con esa información.
Tal es el caso del venezolano Donny Avendaño Vielma, de 42 años, quien residía en Ciudad Colón y, pese a no figurar en la lista, desapareció junto a su vehículo el 4 de julio del 2023. Hoy, sus familiares y allegados siguen sin recibir respuestas.

Posiblemente fallecidos
Según el director del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), Randall Zúñiga, la principal causa de estas desapariciones es el riesgo delictivo; es decir, que la persona haya sido asesinada.
Aunque no es posible establecer con certeza lo que ocurrió detrás de estas cifras, Zúñiga indicó que podría tratarse de casos en los que personas vinculadas con grupos criminales perdieron la vida en disputas entre los miembros de las bandas. En otros, por ejemplo, personas allegadas podrían estar involucradas en la desaparición.
Además, indicó que los procedimientos de investigación de personas reportadas como desaparecidas son prolijos.
Zúñiga explicó que el protocolo contempla diligencias en las primeras 24, 72 y 172 horas tras la llegada del reporte de una persona no localizada.
Si después de seis meses no hay resultados, el investigador a cargo es sustituido por otro durante un nuevo periodo de seis meses y, de persistir la falta de avances, el caso pasa a un equipo especializado con sede en San José.
“Ellos generalmente siempre ubican a todas las personas”, manifestó.
Sin embargo, cuando no es así, se confirma la condición de desaparecido y la causa permanece abierta, pero depende de información nueva que surja sobre el caso.
Un duelo que no acaba
Cada desaparición deja un vacío que no se llena. Para la psicóloga forense Hanna Arroyo, se trata de un duelo ambiguo: la persona está ausente físicamente, pero no hay confirmación de su muerte, ni rituales de cierre.
Esto, según explica, mantiene a los familiares en un ciclo constante de esperanza y desesperanza, con un dolor que se reactiva ante cada noticia, rumor o silencio institucional.
“La desaparición de un ser querido genera un impacto emocional muy profundo y muy particular”, añadió.
Para Arroyo, el acompañamiento terapéutico y rituales simbólicos podrían ayudar a una persona a encontrar sentido en la ausencia. Estos cierres simbólicos, aunque no sustituyen la verdad ni la justicia, ayudan a las familias a continuar con su vida, mientras conviven con la incertidumbre de lo que ocurrió con sus allegados.