Un vecino de Alajuela creyó haber contactado vía Facebook a una joven interesada en relacionarse y salir con él. Así empezaron a chatear por la mensajería de esa red social y, al poco tiempo, Óscar ‐nombre ficticio para proteger a la víctima real‐ entró en confianza con la “muchacha”.
Las conversaciones versaban sobre asuntos personales. “Me preguntaba si tenía pareja, hijos y a qué me dedicaba”, recordó Óscar, quien respondía a las consultas que le hacían por Messenger.
No pasó mucho tiempo para que el tono de los mensajes tomara tintes más íntimos y ahí empezó la desgracia del hombre. Su aparente interlocutora le ofreció enviarle fotos y videos sexuales a cambio de un pequeño monto, a lo cual Óscar accedió.

“Me dijo que era para ayudarse a pagar un recibo de agua porque estaba sin trabajo, entonces yo accedí a ayudarle”, explicó el afectado, quien a cambio de ¢10.000 recibió el material prometido.
Confiado en que aquella joven era quien decía ser ‐y sin sospechar lo que estaba por ocurrir‐, Óscar siguió varios días más con el intercambio de mensajes, dinero y fotos de índole sexual, hasta que llegó el día en que no tenía más dinero para depositarle a la supuesta interesada. A partir de ahí, las comunicaciones dieron un giro.
“Me dijo que tenía que ver cómo hacía yo para depositarle más plata, porque ya tenía fotos íntimas mías y que si no (le depositaba), me iba a quemar” (hacer públicas las imágenes), recordó Óscar, quien sintió cómo le aumentaba la frecuencia cardíaca y experimentó resequedad en la boca.
El mundo se le vino encima al alajuelense. Él asegura que, de extorsión en extorsión, pagó más de ¢500.000 durante varias semanas. Cuando la situación se le hizo insoportable, confesó a su familia lo que estaba pasando. Así se liberó del estrés de sufrir la vergüenza de que se enteraran por redes sociales y cortó comunicación con sus extorsionadores. En su caso, la historia no pasó a más, pero el desenlace no el mismo en todas las ocasiones.
Costa Rica vive una nueva tendencia de extorsiones virtuales con un denominador común: dinero a cambio de contenido sexual, seguido por amenazas.
Datos del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) revelan que situaciones como las que vivió Óscar o las detectadas en otros grupo de WhatsApp, son más frecuentes de lo que se piensa. En promedio, cada día una persona denuncia ser víctima de este tipo de extorsión que se conoce como ‘sextorsión’.
El número, sin embargo, podría ser mayor.
Acecho en WhatsApp
La aplicación de mensajería más popular del país es otro espacio donde pululan estas estafas.
Alguien que se hacía llamar Mariam era integrante de un chat de WhatsApp en el que se actualizan las condiciones de tránsito de la ruta 32. Es un chat con 1.022 personas. Un día, en ese grupo, Mariam envió un mensaje efímero; es decir, de los que solo se pueden ver una vez y que contenía una imagen de índole sexual.
Alertados de este tipo de situaciones por otro integrante del grupo, a quien llamaremos Mario para proteger su identidad, comunicadores de La Nación supervisaron una conversación con Mariam, quien de inmediato ofreció una “promoción” que consistía en enviar más material de ese tipo.
“Vale ¢6.000 la promoción más cómoda amor, trae 4 videos y 10 fotos calientes amor”, respondió de inmediato al mensaje de Mario. Esta forma de atraer potenciales víctimas mediante el envío indiscriminado de mensajes en grupos que se supone no son para encuentros sexuales, resulta novedosa.
Lo usual es que las personas interesadas en adquirir el llamado contenido tres equis acudan a páginas de esa índole, como por ejemplo Skokka, o bien interactuar en chats de WhatsApp o Telegram dedicados a la actividad.
Según los datos que aportó Mariam ‐y que fueron cotejados con la página del Tribunal Supremo de Elecciones‐, es una joven de 20 años, vecina de Limón. Ella dio a Mario un número distinto con el cual inició el contacto para hacerle la primera transferencia vía Sinpe de ¢6.000.
La Nación confirmó que estaba registrado a nombre de una mujer con los mismos apellidos que ella.
Posteriormente, con el timo de que necesitaba pagar un recibo telefónico de ¢13.400, Mariam solicitó a Mario, integrante del chat sobre la ruta 32, una “cooperación” con otra promesa: “Si me ayuda le mandaría algo más rico amor”, se leía en un mensaje.
Sabiendo que el objetivo de Mariam era engancharlo para recibir más dinero, la conversación se extendió unos pocos minutos hasta que Mario le informó de que un medio de comunicación estaba supervisando y registrando el intercambio.
De inmediato, la mujer amenazó con hacer pública la conversación y “dañar” la imagen del periódico “ante todo el país”. Intentó extorsionar con este mensaje: “¿Qué pasaría si el pueblo de Costa Rica supiera que anda comprando este tipo de contenido?”.
Tras múltiples llamadas de un tercer número (todas rechazadas) y amenazas vía WhatsApp sin responder, la supuesta oferente cesó los intentos y borró la conversación, al ver que sus delictivas intenciones no fructificaron.
Un administrador del grupo donde estaba Mariam la eliminó porque incumplía con las normas de convivencia y de uso; sin embargo, la presencia de esa persona en el chat revela que los ciberdelincuentes mutan sus estrategias para captar víctimas.

Trampa diaria
Solo hasta julio de este año, la Policía Judicial recibió 257 denuncias por este delito (de ahí el promedio de un caso diario), siendo San José (144 casos), Alajuela (39), Heredia (23) y Cartago (30) las provincias donde más víctimas hubo.
El artículo 214 del Código Penal establece penas de cuatro a ocho años de prisión “al que para procurar un lucro obligue a otro, con intimidación o con amenazas graves, a tomar una disposición patrimonial perjudicial para sí mismo o para un tercero”, sanción que aumentará de cinco a diez años de cárcel cuando “la conducta se realice valiéndose de cualquier manipulación informática, telemática, electrónica o tecnológica”, como es el caso de la sextorsión.
De acuerdo con el subdirector del OIJ, Michael Soto, la mayoría de las extorsiones nacen de la misma información que comparten los individuos en redes sociales.
Esa información es analizada por los timadores para determinar características de la persona. Por ejemplo, si tiene familia, dónde trabaja, etcétera, “porque los ciudadanos tendemos a poner muchos datos que no son necesarios en las redes sociales y nos ponen en una situación de vulnerabilidad”, dijo Soto.
Esa información vale oro para los ciberdelincuentes, pues construyen las amenazas con base en esos detalles.
“Las estructuras criminales ven un nicho para poder lucrar con esto. En muchas de estas, el modo de operar es muy sencillo: se generan visitas a páginas web de dudosa procedencia o contactos entre dos personas que se conocen por las redes sociales, y empiezan a compartir fotografías íntimas”, añadió el jefe policial.
Muchos de estos delitos los cometen redes internacionales que disfrazan sus IP o direcciones electrónicas con aplicaciones conocidas como VPN, que les permiten hacer creer que están en un lugar específico, aunque en realidad están en otro e incluso en países distintos.
“La debilidad que hay a nivel general es el desarrollo tecnológico, porque limita muchísimo identificar a los inculpados, incluso estando la persona con un IP a nivel nacional, con un VPN podría generarnos que está conectando desde otro país” puntualizó Soto.
El abogado especialista en delitos informáticos Adalid Medrano precisó que hay siete modalidades más comunes para cometer las sextorsiones: estafas románticas, seducciones efímeras, plataformas sexuales, cuentas vulnerables, equipos en reparación, falso malware espía y montajes con inteligencia artificial.
En esa última categoría, los delincuentes aprovechan la información pública de las personas para crear ultrafalsificaciones o deepfakes. Es decir, imágenes o videos falsos que simulan ser reales, con lo que pueden lograr extorsionar incluso a personas que nunca compartieron material íntimo.
Medrano enfatizó que en el mundo digital la prevención es más efectiva que la reacción, por lo que es fundamental aplicar el principio de confianza cero: desconfiar de cualquier persona desconocida y ser cautelosos incluso con quienes se conocen, “pues el material íntimo puede ser usado en nuestra contra”.
La privacidad familiar también garantiza un bajo riesgo de caer en estas trampas cibernéticas.
“En Costa Rica, el Registro Civil publica datos accesibles en línea, lo cual facilita la labor de los delincuentes, por ello, se debe restringir el acceso a la información personal y familiar y ajustar la configuración de privacidad en redes sociales como Facebook”, agregó el especialista.
En su criterio, es necesario tener un segundo factor de autenticación en las plataformas digitales.
Fui víctima; ¿ahora qué hago?
El subdirector del OIJ señaló que en muchos casos, las víctimas han sido extorsionadas por meses y por cantidades importantes de dinero con las mismas fotografías, por lo que las narraciones de los hechos a la hora de denunciar son muy similares. Esta situación se repite porque los delincuentes saben que la persona va a seguir pagando con tal de no pasar por una vergüenza.
“Nuestra recomendación primero es: no comparta fotografías personales con nadie, ni menos en la web y en el caso de que ya lo haya hecho, lo más importante es acudir a las autoridades correspondientes”.
Michael Soto fue contundente al afirmar que si usted es víctima, debe dejar de pagar de inmediato, “de lo contrario lo van a continuar extorsionando mes a mes o cada 15 días”, como le pasó a Óscar, el protagonista del primer caso narrado.
Con él coincidió Medrano, quien especificó que se debe bloquear y cortar de inmediato comunicación con el agresor y avisar a los círculos cercanos, especialmente si el entorno laboral o familiar ha sido mencionado por los extorsionadores.
La experiencia dice que no existe manera de garantizar el impacto cero en la vida de la víctima, pero muchas veces los ciberdelincuentes atacan a tantas personas, incluso en un mismo día, que pierden el interés si los afectados siguen los pasos adecuados.
