
Vivimos en un país orgulloso de su naturaleza, con un gran porcentaje de su territorio protegido bajo algún régimen de conservación y con una matriz eléctrica dependiente principalmente de fuentes renovables. Somos un país sin ejército y según un índice internacional, uno de los países más felices del mundo. Sin embargo nuestras ciudades no son un reflejo de lo anterior.
Vivimos en ciudades en donde, aunque la mayor parte de la población se moviliza en transporte público, la mayor parte del espacio público se destina a los vehículos automotores privados, en donde en promedio viajan 1.5 personas. Aunque no tenemos ejército y decimos ser un país de paz, vivimos una guerra en nuestras carreteras. Algo nos pasa una vez que nos subimos a un automóvil: nos transformamos y vemos a cualquier otro vehículo o persona como un enemigo, cuanto más vulnerable el vehículo o la persona, más rápido se convierte en nuestro enemigo.
Nos quejamos de las presas y pensamos que ampliando las calles vamos a solucionar el problema. El problema no es de otros, es nuestro y somos parte importante de la solución. No importa el tamaño de las calles ni el número de carriles, nunca será suficiente si no empezamos a cambiar la forma en que nos movilizamos.

Invertimos horas a la semana y días al año dentro de un carro, aislados, sentados, enojados, frustrados. Horas y días que podríamos invertir aprendiendo, interactuando con otras personas, haciendo ejercicio, compartiendo con familia y amigos o simplemente descansando.
Si la mayoría de la población se mueve en transporte público y caminando, para esa mayoría debería destinarse la mayor parte del espacio público, en cantidad y calidad. La democracia no se trata solamente de salir a votar cada 4 años, la democracia debe reflejarse en la calle, en la forma en la que destinamos nuestros espacios a los distintos usuarios. Hay soluciones que inevitablemente tendrán que venir desde el gobierno (luego de ser promovidas por nosotros como parte de la sociedad civil) pero las más sencillas dependen de nosotros mismos como personas.
Podemos empezar hoy demostrando cortesía en la calle y respeto a los distintos usuarios de la vía; o cambiando el carro (al menos unos días a la semana) por un bus, un tren, una bicicleta o unos tenis para desplazarnos hacia nuestro trabajo. Podemos empezar por conocer quiénes son los candidatos y candidatas a la Alcaldía de nuestro cantón y votando por quien mejor nos represente. O podemos ir más allá involucrándonos en grupos de la comunidad o proponiéndonos para puestos de gobierno municipal o nacional, en vez de quejarnos de los que ya están.
La forma en que nos movilizamos y cómo convivimos con los demás durante el trayecto puede generar un impacto positivo sobre calidad de vida nuestra y ajena. Dejemos de pensar en lo que se debería hacer y seamos el ejemplo de lo que sí se puede hacer, empezando por pequeñas acciones.