
Visitar Hotel Aguas Claras, en Puerto Viejo de Limón, es entrar a un universo donde la naturaleza caribeña se mezcla con el arte, la memoria familiar y un diseño arquitectónico que cuenta historias en cada rincón. Mi experiencia allí no fue solo la de una huésped: fue la de alguien que descubre un lugar donde los detalles cuidadosamente elegidos hablan del alma de Costa Rica.
Una historia que se siente
Lo que distingue a Aguas Claras no es solo su diseño ni su ubicación privilegiada, sino la relación madre e hija que le dio vida. La artista multimedia Elizabeth Steinvorth llegó a Puerto Viejo en 1992 y se enamoró de su sencillez. “No había luz ni agua, pero todo era tan bello y relajado que no importaba”, recuerda en el sitio oficial del hotel. Desde entonces compartió ese amor con su hija Elena, quien prácticamente creció con el Caribe como escenario de su infancia.
De esa complicidad familiar surgió un hotel que también es una obra de arte. En palabras de Steinvorth, “el hotel es realmente un proyecto artístico, la unión de toda mi obra de vida”. Los detalles no están pensados solo para decorar, sino para contar una historia.

Cada mueble, adorno o cuadro guarda una memoria: muchos provienen de sus propias casas y de objetos recolectados a lo largo de los años. Esa curaduría íntima hace que el hotel no se sienta diseñado para impresionar, sino para abrazar, y, sin proponérselo, termina haciendo ambas cosas. En Aguas Claras se percibe la calidez de una familia costarricense que abrió su universo para compartirlo con el mundo.
Arquitectura caribeña tropical contemporánea
La arquitectura de Aguas Claras puede describirse como caribeña tropical contemporánea: un lujo íntimo que no se impone, sino que fluye en armonía con la selva. Sus estructuras de madera y techos altos evocan las antiguas casas caribeñas, mientras los colores intensos y vibrantes recuerdan la exuberancia de la naturaleza.

El resultado es un espacio sofisticado y, a la vez, orgánico, que se siente parte viva de la jungla y no un contraste impuesto.
En sus pasillos cuelgan cuadros con pinturas que retratan galletas Yipis —esas que tantas loncheras costarricenses llevaron— o arte hecho con tetrapacks de Frescoleche.

Elementos cotidianos incorporados con sutileza a la estética del hotel, reinterpretados como piezas de arte. Es un lujo con acento propio: un lujo costarricense. Un recordatorio de que la identidad también habita en los gestos pequeños y que la belleza puede surgir de lo más familiar.

La piscina central hace honor al nombre del hotel: sus aguas cristalinas invitan a refrescarse bajo el sol y hacen alusión al mar casi transparente del Caribe. Y, hablando del mar, el Beach Club ofrece un ambiente relajado, completamente inmerso entre árboles, diseñado para disfrutar de cócteles y un menú distinto y delicioso. Allí vivimos uno de los momentos más mágicos de la visita: un perezoso descendió lentamente de un árbol. No es algo que suceda todos los días; de hecho, estos animales bajan al suelo solo una vez por semana. Ser testigos de esa escena está en sintonía con los avistamientos que suelen ocurrir en Aguas Claras, y fue un recordatorio de la fortuna de convivir con la vida silvestre en su estado más puro dentro del hotel.

Cada habitación está pensada para contar una historia distinta, y eso hace que no existan dos estadías iguales.
Recomendación Perfil: si viaja en familia o en grupo, el Bungalow Deluxe de dos habitaciones con piscina privada, donde nos hospedamos, es un imperdible. Entre las habitaciones más nuevas del hotel, combina un aire moderno con guiños nostálgicos al pasado, y su piscina privada lo convierte en un lugar perfecto para compartir con confianza, en la tranquilidad del Caribe. Esa mezcla entre comodidad contemporánea y calidez logra que la experiencia se sienta cercana, ligera y extraordinaria a la vez.
Un festín caribeño
La experiencia gastronómica merece capítulo aparte. Al llegar, nos recibieron con un desayuno delicioso: recomiendo probar el gallo pinto en salsa de coco, un clásico caribeño reinterpretado con un giro exquisito. Las empanaditas de queso, crujientes y suaves a la vez, son otra parada obligatoria. La cocina de Aguas Claras no busca deslumbrar con pretensión, sino reconfortar con sabores auténticos que celebran la identidad local con twists que sorprenden al paladar.

Spa: un abrazo de la selva
El spa redefine la idea de bienestar. Aquí no hay salas cerradas con aire acondicionado; los tratamientos se realizan al aire libre, donde el susurro de la selva acompaña cada masaje. Las terapeutas, formadas en fisioterapia y técnicas con raíces costarricenses, ofrecen terapias que se sienten como un abrazo de la naturaleza. Escuchar el canto de los pájaros mientras recibe un masaje es una experiencia que ninguna sala cerrada podría igualar.

Celebrando el legado costarricense
Aguas Claras no es simplemente un hotel: es un manifiesto de lo que significa Costa Rica en su expresión más íntima y sofisticada. Un espacio donde lujo y naturaleza no compiten, sino que conviven; donde el arte cotidiano se eleva a símbolo cultural; donde una familia decidió compartir su visión del Caribe con cada visitante.

En cada detalle —desde un cuadro hecho con envases reciclados hasta un gallo pinto en salsa de coco— late una identidad auténtica. Y esa es, al final, la esencia de Aguas Claras: un lugar que no solo se visita, sino que se siente, se saborea y se recuerda.