La última semana de junio las lluvias fueron intensas y para ese fin de semana habían anunciado un frente frío. Aun así, el plan se mantuvo. El sábado 28 de junio, con cierta incertidumbre, mi hijo Santiago y yo nos dirigimos a la comunidad de Vida Nueva, en Concepción de Tres Ríos, para participar en una jornada de voluntariado organizada por TECHO y Porsche.
No sabíamos del todo a lo que íbamos, pero nos habíamos comprometido, así que fuimos. Sin expectativas. Sin experiencia. Con las manos vacías, pero dispuestos.

Santiago tiene 16 años. Era su primer fin de semana de vacaciones, y honestamente, en ningún momento se ofreció como voluntario. Fui yo quien lo convenció de participar. Estaba cansado, desmotivado, tal vez desconectado. A esa edad, todo puede ser demasiado. Pero yo quería que viviera algo diferente.

Cuando llegamos, nos explicaron que construiríamos tres viviendas para tres familias de la comunidad, en jornadas de 8 a 4 durante sábado y domingo. Más de 40 voluntarios, entre colaboradores de Porsche, miembros de TECHO y otros ciudadanos como nosotros, nos reunimos en medio de calles estrechas, terreno desigual y casas improvisadas. La escena imponía. El contraste con nuestra rutina era abrumador.

Nos asignaron trabajar en la casa de doña Nuria, quien, junto con su familia, participó activamente en cada momento de la construcción. Verlos allí, con ilusión y esfuerzo, nos devolvió el sentido de por qué estábamos haciendo esto. No era solo levantar una estructura de madera sobre pilotes: era devolver dignidad, ofrecer abrigo, construir esperanza.

Con la guía del capataz del grupo, aprendimos desde cero: cómo usar el serrucho, cómo nivelar el piso, cómo ensamblar los paneles. Y mientras el cuerpo se agotaba, algo más se activaba.
Las conversaciones, las meriendas compartidas, primero de pie y luego sentados en el piso de lo que sería la casa, los silencios cuando simplemente observábamos el entorno… todo nos fue atravesando.

Lo que más me marcó fue ver cómo Santiago fue cambiando. Al principio arrastraba los pies; al final, martillaba, ayudaba a alinear estructuras, se ofrecía para cargar. Lo vi comprometido, contento, con brillo en los ojos. No sé si fue el trabajo físico, el contacto con una realidad tan distinta o el simple hecho de sentirse útil. Pero algo en él hizo clic.

Esta actividad formó parte de un proyecto mayor: desde 2011, la alianza entre Porsche y TECHO ha logrado construir 33 viviendas en Costa Rica y 817 en América Latina y el Caribe, beneficiando a cientos de familias en situación de vulnerabilidad. La meta simbólica es llegar a la casa número 911, como homenaje a uno de los íconos de la marca. Pero más allá del símbolo, lo que se construye es tejido social, conciencia, comunidad.
Volver a casa después de esa experiencia fue distinto. Pensé en todo lo que damos por sentado. Pero sobre todo, pensé en mi hijo. Muchas veces nos rompemos la cabeza buscando cómo motivarlos, cómo hablarles, cómo entender qué necesitan. Y resulta que, a veces, lo que más los ayuda es justamente eso que no podemos explicar con palabras.

Estar en contacto con otra realidad, tan distinta a la suya, le hizo entender mucho más de lo que yo podría haberle dicho jamás. Comprendió el valor del esfuerzo, del trabajo colectivo, de la empatía. Y lo más importante: descubrió que él también tiene mucho para dar.
El voluntariado no solo cambia la vida de quienes reciben ayuda. Cambia, de forma profunda y silenciosa, la vida de quienes se atreven a involucrarse. Y construir esa casa juntos, fue mucho más que una experiencia. Fue un regalo.