
Jenny Zúñiga tenía apenas ocho años cuando, desde su asiento en un bus, vio a una mujer elegante, seria y serena, tejiendo con destreza. Le preguntó qué hacía, y la respuesta fue tan simple como poderosa: “¿Pues mira hija que no ves que estoy tejiendo?”. Esa mujer se llamaba Anita, una española que vivía en una casa victoriana en Barrio Otoya, y que, sin saberlo, marcaría para siempre la vida de Jenny.
Anita le abrió las puertas de su casa y del mundo del tejido, enseñándole con paciencia, con rigor, con ternura. Décadas después, Jenny recuerda ese momento como el verdadero punto de partida de su vocación, no solo por el arte textil, sino por compartirlo. Hoy, ella es para muchas personas lo que Anita fue para ella: una guía, una maestra, una mujer que teje con las manos y con el alma.
Con ese mismo espíritu (y con esa misma niña de 8 años que aún vive en sus ojos), Jenny decidió dejar su carrera como arquitecta y apostar por un sueño mayor: construir un espacio donde el tejido no fuera un negocio, sino comunidad, terapia, arte y lanas.
Por años, Jenny Zúñiga diseñó planos, levantó paredes y estructuró espacios como arquitecta. Pero había un sueño aún más grande que latía dentro de ella, uno hecho de colores, texturas y creatividad manual. Un sueño que no cabía en ningún plano, pero que ella veía con total claridad: abrir un espacio donde el arte textil no solo se compartiera y aprendiera, sino se viviera. Un lugar donde tejer fuera un acto de comunidad, de calma, de amor.
Ese sueño se llama La Oveja Lanera (LOL). Y desde su creación en 2016, ha ido creciendo puntada a puntada, hasta convertirse en una de las marcas más queridas por quienes practican el arte del tejido, el crochet, el macramé y el bordado entre muchas cosas más, en Costa Rica.
Lo que empezó como clases virtuales desde casa (en una época en que pocas personas se aventuraban a enseñar a través de una pantalla) terminó tomando forma como emprendimiento formal en 2018.
En medio de desafíos, Jenny decidió dejar atrás su profesión como arquitecta y apostarlo todo por su pasión. Esa decisión, valiente y profundamente personal, marcó un antes y un después en su vida.
Un rincón de paz en medio del mundo
En 2020, La Oveja Lanera abrió su primera tienda física en Barrio Escalante. Era pequeña “apenas 42 metros cuadrados”, pero estaba repleta de amor. Quienes entraban no solo encontraban productos textiles de alta calidad, sino una energía cálida, cercana, casi mágica. Como si el tiempo se detuviera entre ovillos, agujas y una atención amable asegurada.
La respuesta de la gente fue tan fuerte que dos años después, la tienda se trasladó a un espacio más amplio en Los Yoses. Ahí no solo creció el catálogo de productos, sino también la cantidad de talleres, actividades, y personas que encontraban en la tienda un lugar para reconectar con su creatividad y muchas veces, con ellas mismas.
“Siempre soñé con un lugar así. No solo vender hilo, sino crear una experiencia”, dice Jenny. Y eso ha hecho. Cada estante, cada rincón, cada detalle de La Oveja Lanera está cuidadosamente pensado para inspirar, conectar y acompañar.
Un sueño que se expande
Este 15 de mayo de 2025, La Oveja Lanera dio otro gran paso: la apertura de su segunda sede, esta vez en Escazú. Fue una meta soñada durante años, y también una apuesta valiente: ampliar la presencia de la marca en un contexto económico incierto y con una inversión que implicó riesgos reales. Pero si algo ha demostrado Jenny es que cuando un proyecto está hecho con el corazón, encuentra la forma de florecer.
La nueva tienda es más que una réplica de la original. Es una evolución. Un espacio que mezcla la calidez de siempre con una visión moderna, accesible y profundamente empática. Desde su diseño arquitectónico hecho por ella misma, hasta su equipo de atención, todo fue pensado para mantener la esencia de La Oveja Lanera, pero llevándola a nuevas manos, nuevos lugares, nuevas historias.
“La comunidad que se ha formado alrededor de LOL no tiene precio. Queríamos acercarnos más a nuestras clientas del oeste, muchas de las cuales nos pedían desde hace años tener una tienda cerca”, cuenta la ovejita mayor (Doña Jenny), con emoción. “Y Escazú era el lugar ideal”.
Tejer es también sanar
Más allá de los productos, los talleres, y la expansión comercial, La Oveja Lanera ha demostrado algo que pocas empresas logran: convertirse en un refugio emocional. Muchas de sus clientas han atravesado duelos, enfermedades, cambios de vida profundos, y han encontrado en el tejido (y en Jenny) una fuente de consuelo, resiliencia y compañía.
Un legado que se extiende
Hoy, Jenny no solo lidera la empresa, también guía a un equipo comprometido con la calidad, la atención y el crecimiento constante. Con dos tiendas físicas, presencia activa en redes sociales, y una comunidad que sigue creciendo, La Oveja Lanera ya no es solo un emprendimiento: es un referente.

Y todo esto nació porque una mujer se atrevió a cambiar de rumbo. A dejar la seguridad de su carrera profesional para seguir su corazón. A mirar el arte del tejido no como un pasatiempo, sino como una forma de vida, de encuentro y de transformación.
Inspirar a otras, punto por punto
En un mes en que celebramos el emprendimiento femenino, la historia de Jenny resalta por su honestidad y su profundidad. No todo ha sido fácil. Las pausas financieras, las decisiones difíciles, los momentos de incertidumbre también forman parte del tejido. Pero como ella misma dice: “Todo lo que hacemos tiene puntadas imperfectas. Lo importante es no dejar de tejer”.
Su historia nos recuerda que hay muchos tipos de arquitectura. Está la que levanta edificios, y está la que levanta sueños. Jenny eligió la segunda. Y gracias a eso, hoy muchas personas encuentran en su tienda algo más que lana: encuentran inspiración en Jenny Zúñiga, La Oveja Lanera.