El 25 de febrero de 2015, la policía de West Hollywood recibió una denuncia inaudita: a Lupita Nyong’o, quien el domingo anterior había recibido el Oscar, le habían robado el vestido blanco que llevó en la premiación. El diseño estaba cubierto con seis mil perlas y estaba valuado en 150 mil dólares. Dos días después, el vestido fue encontrado en un baño del hotel donde se hospedaba la actriz. Los ladrones lo habían devuelto tras tasar un par de perlas que arrancaron del diseño y descubrir que no eran auténticas. Tuvieron mala suerte. Según explicarían, en el vestido se mezclaron tanto perlas naturales como imitaciones “para darle una mejor textura”.
Historia
Cuando Afrodita, la diosa del amor y la belleza de los griegos, emergió del mar y se sacudió el agua de su cabellera, al tocar el suelo esas gotas se convirtieron en perlas. Aunque hay algo de magia, su origen es más biológico. A diferencia de otras gemas, las perlas son orgánicas. Se crean cuando un cuerpo extraño, un grano de arena o un parásito entra en una ostra. Como no puede expulsarlo, segrega una sustancia llamada madreperla, que lo envuelve. Con el paso de los años, ese grano de arena o parásito queda recubierto y se transforma en una perla.
Para la realeza china las perlas eran obsequios ya en el 2.300 a. C. En la antigua Roma se consideraban el símbolo de estatus supremo: Julio César aprobó una ley que limitaba el uso de perlas solo a las clases dominantes. Cleopatra disolvió una perla gigante en una copa de vino para demostrar a Marco Antonio la prosperidad egipcia.
Pero el aura, sofisticación y grandeza de las perlas fueron conjuradas en varios momentos. Coco Chanel parodiaba los largos collares de la belle époque con largas hileras de perlas de imitación sobre vestidos de jersey e incluso en la playa. Jackie Kennedy, quien llevaba un collar de perlas de tres hebras, también prefería imitaciones.
Hasta finales del siglo XIX las perlas las recolectaban buceadores que se sumergían hasta treinta metros de profundidad. En 1893, el japonés Kôkichi Mikimoto patentó un método para cultivarlas. El proceso revolucionó el mercado. En 1920, los joyeros europeos lo acusaron de fraude. La demanda no prosperó: para los científicos no había diferencia entre las naturales y las cultivadas.
Hollywood se rindió ante las perlas
Ahí está Audrey Hepburn en “Desayuno en Tiffany’s”. Una de las pocas joyas que atesoraba Marilyn Monroe era un collar Mikimoto que le regaló su segundo marido, Joe DiMaggio.
Los diseñadores nunca han claudicado a su encanto. Karl Lagerfeld experimentó con perlas XL y Alexander McQueen creó tocados y tapizó vestidos con ellas.
Recientemente, el cantante británico Harry Styles creó un aumento en la demanda de los collares de perlas después de lucirlo en su más reciente gira. Que los hombres lleven perlas no debería llamar la atención: en las pinturas que representan a la realeza o la aristocracia del siglo XVIII y anteriores era común que los hombres fueran vistos con ropa bordada con perlas.