
Los hombros rozan pieles ajenas y el sudor resbala por las chancletas, pero bajo los lentes oscuros y los sombreros de ala ancha brota una sonrisa. Muchos se detienen por joyerías elaboradas con conchitas, otros coordinan viajes en lancha hacia las islas, y la mayoría abarrotan las cucharas en un helado bañado con leche condensada. Estamos en Puntarenas... pero la de hace treinta años; de aquel recuerdo, hoy apenas quedan vestigios.
“Puntarenas, la ciudad fantasma”, le dicen algunos de sus habitantes, por la saturación de aire: no hay transeúntes, ni turistas ni porteños. En su lugar, abundan las leyendas de “se alquila” o “se vende”, colgadas de rejas oxidadas, que tiñeron de gris una antigua parada obligatoria para cualquier tico con ganas de pasear.
Las razones de la baja afluencia de personas y comercios en el Puerto sobran, aseguran quienes aún lo habitan: pescadores, educadores, cocineros y trabajadores del sector turístico y hotelero. Trabajan para cubrir salarios y subsisten con lo indispensable, hasta que las deudas los ahogan y deben migrar a otra ciudad, una de las tantas vecinas donde sí hay movimiento.
Al tiempo que lanzan un llamado de auxilio, insisten en que aquella Puntarenas colorida todavía no se ha desvanecido.
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Un vacío Paseo de los Turistas
Un sábado por la mañana, en fin de semana largo, los visitantes del Paseo de los Turistas se pueden contar con los dedos. Los pocos que llegan extienden sus hamacas y colocan sillas de playa frente al mar, pero no alcanzan a llenar el paisaje. Ni siquiera provocan ese bullicio que se da por sentado en otras costas del país.
Leonor Zambrana se instala a diario con un pequeño carrito decorado con manteles y un letrero azul que anuncia vigorones. Sostiene una sonrisa de oreja a oreja mientras habla del negocio, aunque admite que las ventas han caído. “A veces guardamos y nos llevamos todo a como venía. El tomate se pierde, porque mañana no lo podemos traer. Ahí ya es una pérdida, y tan caro que está ahorita”, explica.
Al igual que muchos otros vendedores, Leonor ha perdido clientes de todo el país, incluso de Puntarenas misma. Según los censos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), realizados en 2000, 2010 y 2022, la población total del primer distrito pasó de 9.559 a 6.653 habitantes; es decir, se redujo un tercio en 20 años. Pero hay locales que dicen que incluso menos personas residen todavía en el centro, y que se mudan sin freno.
En las calles también resulta evidente el desplazamiento institucional: las sedes del Poder Judicial, el Registro Civil, la Caja Costarricense del Seguro Social, el Ministerio de Hacienda y otras dependencias migraron de Puntarenas hacia El Roble. Lo mismo ocurrió con cadenas de comida rápida y supermercados, que dejaron solos a la municipalidad, un Ebáis y unos cuantos bancos en la Perla del Pacífico.
Aunque El Roble queda a solo 11 kilómetros de Puntarenas, persiste la idea de que “subir hasta la punta” resulta costoso y, sobre todo, aburrido. Quienes solían visitar el centro para trámites relacionados con la hoja de delincuencia o el pago de partidas de nacimiento ya no tienen esa necesidad; ahora les basta con alquilar un Airbnb en El Roble para completar sus gestiones.
Lejos quedó el anhelo de comprar un churchill mientras revientan las olas, lo cual resulta paradójico si se considera la facilidad con que se puede llegar a esta playa desde la Gran Área Metropolitana. Más aún si se piensa en todo lo que Puntarenas ha inspirado: cientos de fotografías, pinturas, canciones y puestas en escena, como el Festival de la Chucheca de Oro, aún vigente y considerado uno de los más importantes de la región. No por nada, su gente se enorgullece de la herencia porteña.
Su importancia histórica no es menor. No solo fue el principal puerto, sino que atrajo migraciones que enriquecieron la identidad tica actual. Hacia 1850, cientos de inmigrantes chinos llegaron a trabajar, según la investigación Percepciones y actitudes políticas con respecto a la minoría china en Costa Rica: 1897-1911. Algunos fueron contratados para labores de movimiento de tierras y manejo de explosivos, mientras que otros se desempeñaron como cocineros, sirvientes, carpinteros y mecánicos. Por esta razón, Puntarenas sostiene uno de los mayores conglomerados de población china en el país.
“A veces nosotros prestamos para trabajar y no tenemos para los abonos, pero hay que seguir luchando. En el nombre de Dios vamos a salir adelante”
— Leonor Zambrana, vecina y vendedora de Puntarenas

Inhóspito mercado de Puntarenas
Si se quiere almorzar en el mercado de Puntarenas, primero se deben recorrer aceras donde saltan a la vista cables enredados por el suelo y ventanas rotas en fachadas que alguna vez fueron blancas. En los alrededores se encuentran los locales de siempre, ventanillas de comida y pasamanerías, pero sus pasillos conducen a una lúgubre realidad.
Puestos otrora vistosos, decorados con rosados, amarillos, blancos y rojos, ahora sirven de refugio para gatos callejeros, maderas podridas y metales corroídos. Permanecen abiertos menos de 15 locales, frente al amplio espacio que en mejores tiempos albergaba al menos 40.
Jimmy Pizarro, quien se describe como “el más viejito del mercado” por sus 86 años, siempre ha vivido de la pesca. Asegura que ha mantenido su negocio gracias a una clientela leal, pero en los últimos años ha visto cerrar a decenas de colegas. Antes los puestos del mercado estaban repletos; hoy, clausurados o abandonados.
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“Para muestra, un botón. Aquí viene gente de allá de Chacarita a buscar trabajo, pero no encuentra ni un día, dos días. Aquí no hay empleo, esto está muerto”, dice Walter Mendoza, otro pescador. Resiente el veto a la pesca de arrastre —aunque reconoce que no era la opción más amable con el ambiente—, porque dejó sin sustento a familiares y conocidos, que ahora “están en la calle”.
Si bien el INEC no precisa la tasa de desempleo por distrito (omisión que resulta, en sí, un problema), la región Pacífico Central reportó la cifra más alta del país durante el primer trimestre de 2025, con 9,7%.
No todo está perdido. En las últimas décadas, también se han impulsado inversiones millonarias para darle nuevos aires al Puerto. En 2019, por ejemplo, el Instituto Costarricense de Puertos del Pacífico (Incop) destinó ¢450 millones para restaurar el parque Mora y Cañas, fundado en conmemoración del sitio donde fusilaron a Juanito Mora. Ese mismo año se colocó internet inalámbrico en el Paseo de los Turistas, que, pese a la baja afluencia, continúa siendo un lugar idóneo para vacacionar y caminar hacia inmuebles patrimoniales, como la Antigua Capitanía, el faro y sus restaurantes.
Las personas que somos de Puntarenas, que hemos vivido aquí por muchos años, sabemos que esto nos está dañando y nos duele mucho ver cómo se está apagando. Aquí hay una situación de auxilio"
— Mauren Mondol, educadora de Puntarenas

Restaurantes y hoteles de antaño asfixiados
En el Parque Victoria, por allá de los años 60, un pequeño local de comida china comenzaba a ganar notoriedad en la ciudad. Con el paso del tiempo, el restaurante Chung San fue trasladándose de un sitio a otro, siempre en el distrito primero... hasta hacia ocho meses atrás.
Según recuerda su dueño, Siumen Casaw, en los años 80 solía darle la una de la madrugada con todas las mesas del local ocupadas; treinta años después, cerraba a las nueve de la noche, sin un alma a la vista. Por la caída de su clientela, se vio obligado a instalarse en El Roble.
Desde entonces, aunque no ha regresado a “los mejores tiempos del restaurante”, sí ha notado un incremento entre el 30% y el 50% en sus ventas.
El Chung Shan no es el único comercio porteño de antaño que resiente la ausencia de visitantes. El Tioga, uno de los primeros hoteles fundados en la Perla, ha pasado de registrar fines de semana repletos en sus 52 habitaciones, a tener entre cinco y siete reservadas.
Cuando Andrés Gómez heredó el hotel familiar, ubicado frente al Paseo de los Turistas y con vista al mar, no imaginó que se mantendría a flote gracias a los pocos funcionarios públicos que todavía requieren hospedaje entre semana. Dichosamente, con ellos logra llenar unas 30 habitaciones, mientras espera que los números se repongan durante la temporada alta. “No estoy pidiendo nada, simplemente lo mínimo: que sea una playa limpia, un lugar ordenado, seguridad municipal, un balneario bonito”, agregó el propietario.
En el día ya nadie transita por aquí y en la noche no hay carros. Todos los negocios están cerrados (...). La gente simple y sencillamente se empezó a ir para El Roble, porque era más barato alquilar allá, o en Barranca o Chacarita. Puntarenas poco a poco se empezó a vaciar”
— Siumen Casaw, comerciante porteño que se trasladó a El Roble

Menos jóvenes estudian en Puntarenas
El desalojo de Puntarenas también ha atacado a las escuelas y colegios: de los cinco centros educativos públicos, cuatro han registrado una amplia disminución en su matrícula, según datos brindados por el Ministerio de Educación Pública (MEP) a Revista Dominical.
Por ejemplo, hace cinco años, 189 niños y niñas asistían a la escuela El Carmen; hoy, son 121. Situación similar enfrenta el Liceo Diurno José Martí, que pasó de tener 1.029 estudiantes matriculados en 2020 a 776 en 2025.
La misma problemática alcanzó a los colegios privados, como el Laboratorio del CUP, que durante más de 30 años operó frente al mar y ahora se ubica en El Roble. Rigoberto Castro, su director, explicó que optaron por trasladarse a una zona más cercana a El Roble o Barranca ante el vencimiento del contrato de alquiler en sus instalaciones originales. Fue así como encontraron la estructura de la Universidad Castor Carazo, donde actualmente imparten clases.
De acuerdo con el director, el CUP venía enfrentando una baja sostenida en matrícula desde 2010, que se agravaba año con año. Luego del traslado, pasaron de tener 77 a 106 alumnos, y proyectan un aumento en años venideros.
Porteños desalentados
Ya nadie ve atractivo pasar un día en el Puerto, y mucho menos dos, porque es una “zona abandonada”, asegura la educadora Mauren Mondol. El tiempo ha pasado factura a la ciudad, y en consiguiente, a las industrias que dependen de su belleza.
Lo mismo opina Juan Carlos Delgadillo, administrador del Almacén Puerto Libre El Gallo Más Gallo ubicado en el centro de la ciudad. “Es común denominador: en todas las cuadras hay cuatro, cinco, seis, siete locales vacíos y va en aumento. Otros han ido anunciando que se van en agosto, octubre, que van a terminar hasta fin de año y cierran las puertas”, señaló.
“Antes, parquearse al frente del negocio costaba mucho. Ahora usted llega y siempre hay campo”, comenta sobre su empresa, que ya suma 47 años de trayectoria, y que pasó de tener 24 colaboradores a solo 10.
Los fines de semana y feriados, que solían ser los días más fuertes para el negocio, ahora los da libres a sus empleados. De igual forma, dice, no vendería.
No es un tema de este año ni del año pasado. Esto ya tiene cola del abandono de los múltiples gobiernos que hemos tenido en los últimos años, del gobierno de la República y de gobierno local (...). Aquí se han hecho algunas inversiones muy visibles, notables en su momento, pero no han sido capaz de programar un mantenimiento preventivo de las obras”
— Juan Carlos Delgadillo, comerciante de Puntarenas

Desalojo de Puntarenas preocupa a municipalidad
Los jóvenes porteños ya no salen a la punta de noche, sino que prefieren reunirse en sus casas. Y si planean una celebración más amplia, organizan una salida a Isla Tortuga. La presa que antes hacía imposible transitar desde El Faro hasta el malecón ya no existe; ahora, el embotellamiento se trasladó a El Roble, y dejó al Puerto desierto, sin importar la hora que marque el reloj.
La migración del distrito primero es motivo de preocupación para el alcalde de Puntarenas, Randall Chavarría, quien reconoce un deterioro progresivo en zonas como los “poyitos”, los adoquines, los faroles y las aceras frente a la playa.
A su juicio, tres factores han golpeado la economía del distrito: el traslado de las instituciones públicas, el cambio del muelle a Caldera y la eliminación de la pesca de camarón. En cuanto al muelle, explicó que se perdió una importante fuente de empleo y los ingresos por una patente valorada en más de ¢1.000 millones anuales. En el caso de la pesca, estimó que la zona dejó de percibir alrededor de ¢6.000 millones al mes.
Consultado sobre las acciones tomadas por la municipalidad para apaciguar la situación y reactivar el distrito, Chavarría insistió en que el elemento clave es la inversión, un tema que, según dijo, no compete únicamente al gobierno local.
“El Gobierno central tiene mucho que ver en esto. Por mucha política que nosotros tratemos de implementar, si no hay inversión en la parte hídrica, eléctrica o tecnológica, es poca la oportunidad que tenemos de competir para atraer inversión. Y si no hay inversión, no hay trabajo”, sentenció.
Para convertir la ciudad en un destino turístico competitivo frente a otras localidades, Chavarría dijo que planea transformar la infraestructura del Paseo de los Turistas. Para diciembre de este año, proyecta intervenir el área del faro con dos nuevas obras, además de renovar las bancas y el área de juegos infantiles en la playa.
Hemos dejado de captar al cliente de media clase hacia arriba. Estamos hablando de los doctores, de los abogados, de los jueces, ese posible cliente que no se queda en Puntarenas, no consumen en Puntarenas, aunque trabaje y viva en los alrededores como Esparza, El Roble, Miramar".
— Randall Chavarría, alcalde de Puntarenas

¿Cómo reactivar al Puerto?
Aunque Puntarenas se vacía poco a poco, existen diversas iniciativas que buscan reactivarlo.
Mario Núñez Arias, presidente de la Cámara de Turismo de Puntarenas (Catup), destacó la campaña Jale al Puerto, la cual busca posicionar al distrito como un destino vacacional mediante una ruta histórica, gastronómica y cultural. Esta incluye actividades como avistamiento de delfines y experiencias de aventura, y la intención de la Cámara es retomarla con el apoyo del Instituto Costarricense de Turismo (ICT).
También buscan tender puentes con otras organizaciones, como el comité organizador de los festejos de la Virgen del Mar, para integrar a la comunidad y aprovechar las tradiciones locales como motor turístico. Lo mismo ocurre con la atención de cruceros, que según Núñez, suman un promedio de 80 arribos al año.
Otro proyecto que logró atraer público de la meseta central fue Con sabor a Puerto, realizado en 2019, cuya dinámica consistía en que los chefs prepararan platillos con un valor de ¢1.000, sin utilizar plástico. Durante los 15 días que duró el festival, se acercaron más de 3.000 personas.
Según Paco Cervilla, uno de los organizadores de Con sabor a Puerto, para generar más iniciativas como esta es necesario apostar por proyectos a largo plazo y aprovechar el valor que ya tiene la zona: su biodiversidad, con manglares y riqueza marina; una historia marcada por la migración china; el sitio donde fusilaron a Juan Rafael Mora Porras; y una gastronomía diversa que funciona como conector social.
“Muchos lugares en Costa Rica, pero el Puerto en particular, sigue siendo inexplorado; parece mentira. Ha sido explotado, pero no explorado de una manera estratégica”, agregó.
Lo secunda Mario Zamora, dueño de una empresa de tours y vecino de Puntarenas desde el nacimiento, quien asegura que los propios porteños pueden ayudar a mantener limpia la playa, por ejemplo. “Me cuesta creer que no haya despegado, porque tenemos todos esos recursos. Puntarenas tiene un montón de atractivos y todas las facilidades del Golfo de Nicoya”, añadió.
Y usted, ¿qué espera para ir al Puerto, ver el atardecer con helado en mano, pasar la noche, madrugar para pescar y llevarse un recuerdo? A veces, un paseo breve basta. Mejor ganar una anécdota con olor a sal que pasar otro fin de semana frente al televisor, mientras una de las ciudades más emblemáticas de Costa Rica se apaga.