Entre transeúntes, conductores apresurados y parlantes que anuncian descuentos desde las puertas de las tiendas, el silencio parece inalcanzable. El caos citadino, habitual en cualquier urbe, parece no dejar rincón que escape del bullicio, ni lugar a salvo del sonido —casi rítmico— de los semáforos, que irrumpen con un claro anuncio: transitamos las calles capitalinas.
“¡Lotería! ¡El 19 para hoy!″ grita una vendedora. “¡Hoy el 12!″, refuta un chancero desde la otra acera, como si de una competencia se tratara. “¡Aproveche los descuentos!”, vociferan dos o tres más. De fondo, música cristiana se mezcla abruptamente con el ritmo del reguetón. Todo sucede en una misma esquina, a escasos metros de la avenida Central. Mucho ocurre a la misma vez. Es abrumador.
Pero basta detenerse por un momento a mirar con otros ojos, para preguntarse: ¿qué pasaría si un día San José se vaciara? Parece imposible. Sería una circunstancia muy propia de un escenario apocalíptico, o quizá, consecuencia de algún extraño virus que anuncie su llegada. Y, sin embargo, ¿qué pensaría si le digo que ya lo está? Es probable que, de inmediato, me refute. Pero antes de llegar ahí, le invito a caminar las calles josefinas, a ver más allá del dinamismo que, inevitablemente, lo envolverá. Camine como habitualmente lo hace, pero esta vez, levante la mirada.

Otro San José transcurre a partir del segundo piso de una alarmante cantidad de edificios en el casco central. Es un San José silencioso, ajeno al bullicio; un segundo plano de la urbe por donde no transita una sola alma y solo resuena el murmullo de lo que ocurre afuera. Podría celebrarse: finalmente, un poco de calma en la capital. Sin embargo, este silencio no resulta particularmente alentador.
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A simple vista, es evidente que la capital está perdiendo negocios. Abundan los edificios fantasmas, con pisos completamente deshabitados y carteles que anuncian cuartos en alquiler o la oportunidad de instalar un negocio, pero que permanecen vacíos durante años, incluso décadas. Sin embargo, más allá de la percepción, los datos lo confirman: actualmente, la Municipalidad de San José contabiliza 204 edificios total o parcialmente desocupados en los cuatro distritos del cantón central: Merced, Catedral, Carmen y Hospital.

De hecho, la gente está saliendo del centro y el padrón electoral lo refleja: la población en esos últimos tres distritos se redujo de 38.000 personas en 2002 a menos de 4.500 en 2025.
Estas cifras, sin embargo, podrían solo insinuar una realidad aún más crítica, un escenario más desalentador de lo que plantea el ayuntamiento.
Dos profesores e investigadores de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo del Tecnológico de Costa Rica (TEC) realizaron en 2023 un estudio sobre la reactivación inmobiliaria del centro histórico, basado en el uso de plataformas tecnológicas alternativas. Los arquitectos analizaron 1.260 predios distribuidos en 100 cuadrantes y concluyeron, en ese momento, que 441 edificios (35%) presentaban un nivel de ocupación parcial o, directamente, estaban en desuso... acumulando polvo.
En San José 441 edificios están parcialmente ocupados o en desuso

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La subutilización del suelo, explicaron, es alta en un entorno privilegiado, pues la ciudad cuenta ya con electrificación subterránea, alcantarillado sanitario y acceso a transporte público.
Claro, este no es un problema nuevo. Los locales vacíos en San José son una realidad que se ha gestado durante varias décadas y que, a estas alturas, solo continúa empeorando.

Famosos edificios no escapan
Ni siquiera las edificaciones más emblemáticos se salvan. La crisis de abandono y desuso no distingue entre los edificios que de alguna forma se han mantenido fuera del foco y aquellos más simbólicos, estructuras que alguna vez marcaron la cotidianidad de miles de familias y, a la vez, llevaron el pulso del desarrollo josefino.
Nos dirigimos a la esquina donde convergen la avenida 2 y la calle 6. Toscas escaleras de piedra y antiguos barandales de madera reciben a decenas de compradores que buscan satisfacer necesidades muy diversas: desde la compra de casi cualquier electrodoméstico, hasta repuestos para cocina —esos que uno creía imposibles de encontrar—, peluquerías, zapaterías, telas e incluso videojuegos.

En un primer nivel y una planta subterránea, el Condominio Las Américas está abarrotado de locales comerciales. Los pasillos de este edificio quizá susciten la nostalgia de quienes acudían ahí a sus citas médicas cuando eran niños y jóvenes, hace ya varias décadas. El olor que emana de sus corredores indica una sola cosa: el tiempo ha pasado, y se nota.
Su diseño y construcción datan de inicios de la década de 1970, y en ese entonces se anunciaba como “un grandioso centro comercial y empresarial en el corazón de San José”. Durante décadas, esta estructura de seis pisos y fachada de piedra, efectivamente, lo fue.
Hoy, el edificio conserva un aire comercial, ya muy lejano a la intención empresarial con la que fue concebido en los años setenta. Aunque sus pasillos, a primera vista, parecen estar ocupados —como sucede en decenas de edificios del centro—, esconde una realidad desalentadora a partir del segundo piso.
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Paredes agrietadas conducen a las plantas superiores y, aunque el lugar está lejos de estar abandonado, abundan las puertas cerradas, los locales vacíos y el silencio. Contra todo pronóstico, uno que otro negocio permanece en pie, pero muy lejos de aquellas oficinas de finanzas y trámites migratorios o empresariales que antes proliferaban en los pisos altos. Ahora, dispersos y aislados, se leen rótulos que ofrecen, por ejemplo, préstamos personales, venta de camisetas o un pequeño taller de joyería.

Sus vecinos los superan en cantidad: son locales que llevan años a la deriva. Datos de la Municipalidad de San José reflejan que, entre 2019 y 2024, se registraron 6.296 renuncias de patentes comerciales, lo que equivale a un promedio de más de 1.000 cierres por año.
¿Es posible imaginar un futuro distinto para el centro de la capital? Una respuesta concreta no es fácil de condensar, pero algunas iniciativas artísticas buscan revivir espacios que durante años han estado marcados por el abandono. Ese es el caso de Abra (abra.espacio), un proyecto ubicado en el quinto piso del Condominio Las Américas. Fundado por la artista Montserrat Mesalles, el sitio propone un refugio para la excelencia artística: una galería que ofrece exposiciones, charlas y talleres, con el objetivo de llenar el vacío —espacial y cultural— que pesa sobre una ciudad con escasas oportunidades para el arte.
“Como artistas, nos damos cuenta de que hacen falta espacios. Viví fuera varios años y vi cómo mucha gente se organiza para crear cosas, desde lo más básico, y cómo aquí nos cuesta tanto. Fue el deseo de hacer un proyecto, por necesidad, lo que nos motivó a iniciar esto”, comenta Emmanuel Rodríguez, artista y miembro del equipo de Abra.
¿Qué pasaría si los espacios vacíos fueran ocupados por iniciativas artísticas? ¿Lo imagina?

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Por ahora, a falta de planificación y respuestas, algunas tiendas que aún operan en los primeros pisos aprovechan la desocupación de las plantas superiores —en edificios con ubicación privilegiada— para usarlas como bodegas. El espacio está subutilizado. En otras edificaciones, alguna que otra ventana con cortinas sugiere la presencia de cuarterías.
Salimos a recorrer las calles aledañas, y no tardamos en hallar los rezagos más evidentes del deterioro: lotes baldíos que funcionan como basureros a cielo abierto, con restos de antiguas fachadas y alguna que otra pared decorada con grafitis que apenas se mantiene en pie. Otros edificios, ya sin ventanas ni techo, conservan el recuerdo de lo que alguna vez fueron, con placas del Ministerio de Hacienda u otras instituciones del Estado todavía visibles —a duras penas—.

Un problema que no cesa
San José, “una isla en un mar de tormentas”, rememoró el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en una columna publicada en La Nación en 2022. Ramírez llegó a Costa Rica el 26 de julio de 1964 y recuerda la capital como un “ambiente ideal”: una ciudad “pequeña y tranquila”, perfecta para vivir. Librerías dotadas de experimentados libreros, una espléndida Biblioteca Nacional —hoy convertida en parqueo—. Era, en sus palabras, un lugar agradable.
Con el paso de los años, la situación dio un viraje del que la ciudad no ha logrado recuperarse. El vaciamiento de la capital se arrastra desde hace más de dos décadas.

Era 7 de marzo de 2003 cuando La Nación publicaba: “Que San José no se convierta en una ciudad vacía después de las 5 p. m., sino que vuelva a convertirse en un espacio para residir”. Ese sería el propósito del Ministerio de Vivienda, la Municipalidad de San José y la Secretaría del Plan Nacional de Desarrollo Urbano, que entonces daban sus primeros pasos para identificar comunidades aptas para albergar proyectos habitacionales.
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Se creó así la Comisión de Regeneración y Repoblamiento para el centro de San José, impulsada por el entonces alcalde josefino Johnny Araya Monge. El plan ofrecía incentivos como reducción del impuesto a la construcción y agilización de trámites para promover el desarrollo. Aunque el proyecto concretó al menos cuatro decenas de edificios en un intento por repoblar el centro, los resultados siguen siendo inciertos. Lo que sí se sabe es que la clase alta fue la principal beneficiada, según reconoció la propia municipalidad en su Plan de Desarrollo Municipal 2020-2024.

“La mayoría de las torres de apartamentos están dirigidas a una población de ingresos elevados”, se lee en el documento. Gran parte del desarrollo, en realidad, ocurrió en barrios en las afueras del centro.
Dos décadas después, el centro de San José sigue siendo inhóspito a partir de las seis de la tarde, y la inseguridad ha alcanzado niveles sin precedentes. De las 6.296 renuncias de patentes registradas en los últimos seis años, casi la mitad (49 %) se concentran en los tres distritos con mayores índices de criminalidad en el cantón central: Merced (1.031 renuncias), Hospital (1.030) y Catedral (1.024), según datos del Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
Culpar solo a la inseguridad sería arriesgado. El tráfico abarrota las calles, la indigencia aumenta y la ciudad, lejos de dar una calurosa bienvenida, lanza una invitación indirecta a buscar otros lugares: más seguros, más limpios, más habitables.

Diego Miranda asumió la alcaldía de San José consciente de esta realidad. El 19 de noviembre de 2024, durante la presentación del Plan de Desarrollo 2025-2030, se mostró crítico ante la situación y afirmó que la repoblación del centro histórico sería una de sus prioridades en los próximos años.
“¿Qué ciudad se construye teniendo su centro vacío? Eso es lo que ha venido sucediendo en San José. Tenemos los cuatro distritos centrales sin ningún tipo de planificación”, expresó entonces.
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Consultada por Revista Dominical, la oficina de prensa de la Municipalidad de San José envió la siguiente respuesta ante la solicitud de un vocero. De acuerdo con la institución, el ayuntamiento trabaja en reorientar la labor de la Comisión de Renovación Urbana y Repoblamiento, así como en la reforma parcial de los Reglamentos de Desarrollo Urbano, con el propósito de que los incentivos al desarrollo inmobiliario se otorguen a proyectos que busquen rehabilitar edificaciones desocupadas e insertar vivienda asequible.
También se plantea multar a los propietarios de terrenos abandonados en estado de deterioro, así como aprobar un Reglamento Municipal para la conservación de fachadas y la rehabilitación de edificios de interés patrimonial. En esta gestión, se modificaría el Plan de Desarrollo Urbano de San José para construir una ciudad más densa y compacta, al tiempo que “se protejan los barrios históricos, las zonas residenciales y las áreas de fragilidad ambiental”.

Para regresar el centro a la vida, el municipio pretende colaborar con el sector inmobiliario para establecer una normativa local que promueva la recuperación de edificios y, entre otras iniciativas, destaca el plan de renovación integral de la infraestructura del centro histórico, con apoyo de la banca multilateral. Esta intervención, afirma el ayuntamiento, consolidaría el tejido urbano necesario para aumentar la densidad habitacional y convertir San José en un destino turístico.
Quizá pasen varios años antes de que los cambios se reflejen en las caminatas diarias de quienes transitan o habitan el centro de la capital. Años antes de que vuelva a ser aquella “isla en un mar de tormentas” que tantos añoran. Ese otro San José, silencioso y desalentador, tiene las condiciones para atraer inversión y dejar atrás años de abandono. Siempre queda la duda: ¿mejorará? Como todo, es cuestión de esperar.
