Cuando Sebastián va al súper, no incluye un paquete de cigarrillos en su canasta básica, pero sí se asegura de comprar una cuarta de cacique y un paquete de confites. De regreso, se detiene en la farmacia por un jarabe para la tos. Ya en su habitación, los vierte en su vasito de vidrio. “Solo se vive una vez”, dice mientras enumera todas las drogas que ha probado.
Este contador, de 24 años, solo compra alcohol para cruzarlo con drogas sintéticas. No es novedoso que, al igual que él, los jóvenes en Costa Rica consuman y mezclen narcóticos. Lo reciente son los cambios en las tendencias: donde antes reinaban el alcohol, el tabaco y otros componentes inhalantes, hoy se abren paso psicotrópicos cuyos orígenes son difíciles de rastrear.
En términos generales, el alcohol sigue siendo la sustancia más consumida, aunque su presencia ha fluctuado con el tiempo. Entre los jóvenes de 20 a 29 años, alcanzó su punto más alto en 1990, cuando el 74,1% afirmó haberlo probado al menos una vez. Para 2022, esa cifra descendió al 65,2%, según cifras del Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA).
Entre tanto, estimulantes como la cocaína y el crack ganan terreno. Apenas un 0,8% de los jóvenes reportaban haberlas consumido en la década de los 90; hoy, el dato se eleva a 7,2%. Caso similar ocurre con el cannabis y el uso de medicamentos sin receta.
Y aunque mucho se ha repetido que el consumo juvenil está ligado a condiciones de vulnerabilidad, ese no es el panorama completo. Es cierto que circulan en espacios recreativos, pero también hacen eco en lo corporativo. Precisamente estos usuarios, quienes aseguran no gastar más de ¢30.000 en sus dosis mensuales, narraron sus rutinas.
Este reportaje no es una invitación a consumir sustancias no reguladas o ilícitas; es un retrato de lo que está ocurriendo, en el entendido de que las variantes en las tendencias de consumo de drogas son un complejo fenómeno cultural que va más allá del simple acto de consumirlas.
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Nuevo menú de drogas mezcladas
Cuando Sebastián comenzó a fumar marihuana, quizás a sus 16 años, recuerda que siempre tenía hambre; testimonio de ello son las fotografías en las que aparece con un físico lánguido. Ahora, considera que ya domina la sustancia: la fuma a diario, para concentrarse durante el teletrabajo, o para aliviar la tensión cotidiana. Esta especie de “equilibrio” lo ha motivado a experimentar con las demás.
Si busca euforia, por ejemplo, recurre al MDMA (éxtasis, presentado en cristales). Lo hace para sentirse “ligero”, similar a si se hubiese tomado un par de copas de vino. Eso sí, sabe que si está malhumorado, la experiencia puede volverse incómoda. En más de una oportunidad, lo ha invadido la paranoia al punto que se le traba la mandíbula.
Fue en una de esas ocasiones en que intentó tomar MDMA, que sospecha haber ingerido otra cosa. Si le preguntan, diría que era metanfetamina. Al principio no notó la diferencia, pues el cristal lucía igual que los que ya había consumido, pero comenzó a dudar cuando, tras triturarlo y diluirlo en una botella con agua, experimentó alucinaciones persistentes durante una semana.
Comprar estas u otras drogas le resulta sencillo. Su proveedor (dealer, en confianza), las envuelve en un trozo de tela y utiliza distintas plataformas de transporte para hacérselas llegar. En ocasiones, cuando son pedidos grandes, envía motociclistas contratados a su hogar, y por tratarse de un cliente frecuente, le regala “pasti”; es decir, MDMA en forma de pastilla.
Karla, estudiante de administración de empresas de 21 años, también usa MDMA para “despejarse”. Su vínculo con los narcóticos comenzó con el alcohol y luego escaló a cigarros, de vez en cuando. En el camino probó puros de marihuana, MDMA y su predilecta, LSD. Su primera vez fue en la playa, donde juró escuchar cómo el mar reventaba contra la arena en cámara lenta.
En cambio, el LSD llegó a las manos de Sebastián de una manera menos gustosa, pues se lo regalaron en la calle después de una pelea. Un desconocido le ofreció esas tabletas pequeñas, que se colocan sobre la lengua, como una manera de apaciguar una discusión. Las probó esa misma noche y encontró que le “intensificaba sus sentidos”. Ahora es la sustancia que compra para estar “callado por dentro”; según dice, le ayuda a silenciar lo de afuera.
Un joven de unos 20 años comenta a un amigo en las cercanías de La California: “Mae, ayer quedé bien tronado, como loco. Me mandé tusi, perico, había fumado weed, mae, pacha... viera la goma”

Bazar de drogas: desde la cocaína hasta los hongos
Bajo esa misma lógica de recibir drogas como regalía, Lucas, un publicista de 25 años, ha probado cocaína en múltiples ocasiones. Sus efectos lo hacen sentirse disasociado, activo y somnoliento al mismo tiempo, pero considera que la calidad de esta droga Costa Rica es deficiente, ya que suele estar “cortada con bicarbonato de sodio”, es decir, adulterada para rendirla.
A diferencia de hace dos décadas, la producción global de cocaína ha aumentado significativamente, lo cual ha repercutido en una baja de precios. Según Luis Eduardo Sandí, psiquiatra del IAFA, el tráfico de drogas sintéticas se ha vuelto más rentable. Ya no requiere grandes plantaciones, sino laboratorios clandestinos y fórmulas relativamente simples.
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En la categoría de estupefacientes en polvo, también está el “tusi”, conocido como la cocaína rosada referenciada en canciones urbanas. Lucas recuerda haberlo inhalado años atrás, previo a la pandemia, cuando le dijeron que era “exportado” de Colombia. Aunque no lo puede afirmar, cree que era una mezcla de cocaína con MDMA. “Se sentía bien sintetizado, estaba muy cool”, recordó.
Con el tiempo, Lucas percibió que el “tusi” se popularizó y, en consecuencia, su calidad disminuyó. Según le relatan sus amigos, tanto dealers como otros consumidores, la droga comenzó a producirse localmente, lo que dificulta encontrar la misma composición dos veces. “Ya no es lo de antes, le echan muchas cosas distintas, sobre todo ketamina. Es un baño maría, literal (...). Alguna gente todavía le echa MD y supuesto LSD, pero no se sabe”, comentó.
De acuerdo con Sandí, el “tusi” es, efectivamente, una mezcla de cocaína con diversas sustancias, entre ellas ketamina, cafeína y hasta fentanilo. Se desconoce su composición y no necesariamente tiene cocaína, pese a su nombre, que viene de la droga sintética 2-CB.
Lo que me mando cuando salgo, pues depende, pero puede ser tusi y MD, o un pasecito (de coca). Depende de si voy a bailar. No me gusta mezclar nada más", dice un hombre de al menos 22 años en un parque josefino
Sumado a estas drogas estimulantes, Diego, un agente de servicio al cliente de 27 años, prefiere los hongos. Aunque piensa que no son la gran cosa en comparación con otros químicos, los consume porque le provocan la sensación de que “el tiempo deja de existir”. Le gusta que su visión se torna “más nítida”: dice captar los colores con mayor intensidad, como si tuviera colocados unos lentes 3D.
También ha experimentado náuseas y dolor estomacal, como antesala de los efectos psicodélicos. Justo cuando percibe que hiperventila y que un frío recorre su piel, empieza a ver distorsionados los rostros y objetos a su alrededor. “Es igual a los memes”, señaló.
A Diego también le gustan los poppers, inhalantes similares a nitrito de anilo que suelen circular en la comunidad LGTBIQ+, y que se utilizan con fines sexuales (aunque su uso en contextos de fiesta se ha expandido). Los consigue en pequeñas botellas y, de vez en cuando, no le molesta soportar el dolor de cabeza que generan con tal de sentir su cara caliente, acompañado de un leve mareo y adormecimiento.
Una persona consumidora dijo que su dealer le vende cocaína y MDMA. No tiene reparo en viajar en motocicleta, pero si está en San José, le pide verlo en una calle concurrida. El gramo de cocaína puede encontrarse entre ¢8.000 y ¢12.000.

A un shot adulterado de un infarto
Si a Paula, colegial de 17 años, le piden distinguir entre un cigarro tradicional y uno mentolado, no sabría dar una respuesta. En cambio, sí demuestra agilidad para enumerar distintas formas de mezclar bebidas energizantes con licor.
Al igual que Paula, muchos menores de edad consumen bebidas energizantes en cantidades que llaman la atención: el 73,3% de jóvenes entre 12 y 19 años las han probado al menos una vez en su vida, según la encuesta del IAFA realizada en 2022. Se trata de la sustancia más consumida dentro de ese grupo etario, incluso por encima del alcohol.
Aún más inquietante es el uso combinado. Dentro del mismo rango de edad, un 6,9% ha mezclado energizantes con jarabe para la tos, 5,6% con codeína y 3,4% con ketamina. Un cóctel.
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La doctora Guiselle Amador, especializada en drogodependencias, explicó que, ante la falta de regulación de estas bebidas, su acceso es mucho más sencillo. En los gimnasios, por ejemplo, es común ver a jóvenes entrenar con una de estas latas para mantenerse activos y, quizás, aumentar el peso en las mancuernas. Sin embargo, su dependencia no es gratuita.
Cuando una persona se ejercita, su corazón ya trabaja con intensidad. Si a eso se le suma un energizante, puede darle taquicardia. Esto podría derivar en una complicación cardíaca severa y, en casos extremos, un paro respiratorio.
Al combinarlas con alcohol, se produce un efecto contradictorio. “Se opone el estimulante, que serían en este caso las bebidas energizantes, con el alcohol, que es un depresor. Entonces, la persona no siente que está embriagado”, explicó la especialista Amador.
Además, la mezcla de drogas sintéticas puede inducir espasmos en las arterias, lo cual provoca una desconexión entre la edad cronológica y el estado real del sistema cardiovascular. Por eso, se habla de corazones que envejecen más rápido que el resto del cuerpo.
“A los 15, 17 años, no se tienen tantos males, pero ya ahí por los 50, 60, empiezan a tener alguna cosilla que le molesta”, adviritió el cardiólogo Elliot García, presidente del Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica.
“La situación principal acá es que no se sabe qué es exactamente lo que están consumiendo. Al ser esto una sustancia ilegal, cada vendedor va a utilizar lo que tenga a mano para hacerla. Puede tener alguna o algún otro contaminante y algún adulterante que pueda hacer que la situación se vuelva mucho más grave, incluso mortal”.
— Dra. Guiselle Amador, especialista en drogodependencia
¿Quién regula el consumo?
Las drogas, como las conocemos ahora, están en todas partes. Aunque existen cultivadores y distribuidores que se rigen por cierta “ética”, es decir, que venden lo que verdaderamente anuncian, también hay quienes buscan maximizar sus ganancias y mezclan las sustancias con cualquier químico. Muchos productos están mal preparados, mal secados, y rara vez se conoce con certeza qué contienen o cuál es su base.
Naturalmente, ese consumo descontrolado de estupefacientes, sin importar su tipo, puede provocar daños severos a la salud. Las reacciones más intensas ponen en riesgo la vida, ya sea por alteraciones cerebrales de gran magnitud o por afecciones en el sistema arterial.
Para los especialistas, uno de los factores que ha favorecido la expansión de las drogas sintéticas es la escasa visibilización del fenómeno. La población, en general, conoce poco sobre estas sustancias, y esa desinformación obstaculiza la construcción de políticas públicas eficaces con enfoque en salud y derechos humanos.
Según la doctora Amador, tanto la comunidad científica como la sociedad civil deben asumir un papel protagónico en la definición de cuáles componentes requieren regulación. “No hablamos de legalización, hablamos de regulación, porque ninguna de las sustancias en ningún país se pone al mercado sin una regulación estricta”, subrayó.
Mientras tanto, si uno sale una noche cualquiera, pareciera que más jóvenes inhalan perico de lo que ven fútbol. En otra época, solo podían conseguir boletas para enrolar sus puros en algún mall josefino; hoy, les llega por encargo o las compran en las pulperías. Las drogas, por distintos motivos, ahora son más accesibles, más baratas, y, ante lo fácil que es abusar de ellas y sus mezclas, más peligrosas.
¿Habría que hablar de un consumo más “responsable”, a sabiendas de que seguirán circulando? ¿Difundir información para que al menos se prevengan errores fatales?
