En marzo de 1981, John W. Hinckley Jr. apretó el gatillo de su revólver. Seis proyectiles surcaron el aire en apenas 1,7 segundos con un objetivo claro: acabar con la vida del presidente estadounidense Ronald Reagan. Al mismo tiempo, Sebastião Salgado presionaba el obturador de su cámara. La historia se desplegaba frente a su lente, y su misión era una sola: registrarla. Así lo hizo durante cinco décadas.
Difícilmente lo habría imaginado el joven nacido en Minas Gerais, Brasil, en los años 60, cuando comenzó sus estudios de Economía en la Universidad de São Paulo. Y mucho menos que terminaría siendo reconocido como uno de los grandes maestros del fotoperiodismo, capaz de retratar con sensibilidad y profunda comprensión los escenarios más complejos del Tercer Mundo.
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“En cada rostro hay una historia por contar. Solo hay que saber escuchar con la cámara”, solía decir Salgado. A este viajero incansable, su trabajo lo llevó a recorrer más de cien países. Siempre en blanco y negro, sus imágenes capturaron la esencia de la condición humana: la guerra, el hambre, la migración, la explotación laboral, pero también la naturaleza. Le preocupaba, con profundidad, la salud del planeta.
Durante décadas expuso sus obras y fue reconocido con numerosos premios, entre ellos el Príncipe de Asturias en 1998 y el Praemium Imperiale en 2021. “La fotografía ocupó tanto espacio en mi vida que no quedó lugar para ninguna otra actividad”, dijo hace solo tres años, en una entrevista con NatGeo.
El viernes 23 de mayo se conoció la noticia de su muerte. Tenía ya 81 años y padecía las secuelas de la malaria que contrajo en uno de sus tantos viajes. Una despedida amarga para un maestro de maestros. Sebastião Salgado dejó un legado imborrable. Sebastião inmortalizó la historia.








