Han pasado 55 años desde que, por primera vez, miles de personas LGBTQA+ tomaron las calles para exigir dignidad, justicia y derechos. Aquel 28 de junio de 1970 no fue una marcha cualquiera, sino el eco de una revuelta contra la brutalidad policial desatada un año antes en un pequeño bar gay de Nueva York llamado Stonewall Inn.
Desde entonces, cada junio, los colores del arcoíris tiñen las calles del mundo como símbolo de resistencia y, a la vez, celebración. Con el paso del tiempo, más países han avanzado en el reconocimiento de los derechos de las personas LGBTQA+. Sin embargo, la realidad sigue siendo desigual en decenas de territorios. De acuerdo con Amnistía Internacional, al menos 64 países aún criminalizan la homosexualidad y en naciones como Brunei, Irán, Mauritania o Arabia Saudita, la libertad puede costar la vida.
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La resistencia persiste, porque el camino hacia la igualdad y el respeto aún está lejos de concretarse. No obstante, esa ruta que hoy permite salir a las calles ha sido trazada con coraje por generaciones que se niegan a dar un paso atrás.
Así se vivió el fin de semana anterior en San José. Madres extendieron sus brazos, no solo para cobijar a sus hijos, sino también a quienes, en sus propios hogares, nunca recibieron consuelo. Tras años de silencio, adultos mayores se permitieron vivir el amor con la intensidad que solo da la experiencia.
Niños que apenas dan sus primeros pasos aprenden, con naturalidad, que las diferencias enriquecen. Tíos, abuelos, padres, profesoras, madres y amistades resguardaron y acompañaron a sus seres queridos para reafirmar su promesa: ninguno volverá a caminar solo.




























