
Los túneles generados por una extracción minera subterránea de décadas, hundieron el 6% del territorio de la ciudad de Maceió, la capital de Alagoas, una pujante ciudad turística al nordeste de Brasil. Nadie imaginó con claridad las consecuencias de la extracción de sal gema en la zona -un mineral producto del proceso de evaporación de mares que es usado en productos tan variados como lámparas hasta el PVC-, que inició en 1975, terminaría por traerse abajo la vida de más de 60 mil personas.
Ya pasaron casi 8 años desde que Roberta Santos escuchó un sábado por la tarde un fuerte retumbo y pensó que su casa se venía abajo porque creyó que un auto la había chocado. Como pudo, salió corriendo del baño y al abrir la puerta para ver qué ocurría, se encontró a decenas de personas en la calle con la misma sensación de miedo e incertidumbre que aún hoy les acompaña.
Ese día, el 3 de marzo de 2018, tres de las 35 minas perforadas por la empresa Braskem se derrumbaron y provocaron un sismo nunca antes sentido en un país que no está acostumbrado a estos fenómenos. Cinco céntricos barrios de Maceió empezaron a vivir una verdadera pesadilla. Primero fueron temblores, luego ruidos fuertes y finalmente en cuestión de días, casas, edificios, comercios y centros de salud pasaron a ser parte de la zona cero o zona de evacuación inmediata, y con ello las familias vieron perder entre las ruinas, años de esfuerzo, la historia familiar y el sentido de pertenencia de una comunidad entera.

Mutange, Bebedouro, Bom Parto, Pinheiro e Farol, cinco tradicionales y vibrantes barrios de Maceió, comenzaron a convertirse en pueblos fantasmas, una vez que en 2019 se ordenaron de forma gradual evacuaciones en una buena parte de las localidades.
“Vivíamos en estado de pánico porque no nos habían dado orden de evacuación, pero muchas casas a nuestro lado ya habían sido desalojadas. Una tarde, en febrero de 2019, llovió muy fuerte, más de lo usual. Al día siguiente a las 6 de la mañana aparecieron frente a nuestras casas los bomberos, la policía, la defensa civil y nos dijeron que un edificio se había hundido, que debíamos salir”. Así fue como comenzó la historia de éxodo de Elisa Moraes, una de las habitantes del barrio Pinheiro, que creó una organización de rescate de mascotas abandonadas tras el desastre.
“Desde aquí arriba pudimos ver el éxodo. Vimos a nuestros amigos irse, vimos nuestra escuela y nuestra iglesia ser demolidas. El tren que antes conectaba nuestros barrios dejó de circular. Perdimos el valor más importante: el de nuestro hogares”, comenta Paulo Rodrigo, un joven líder de La Quebrada, una comunidad desde donde se puede observar un impactante paisaje de la ciudad y lo que quedó de los barrios alcanzados por el desastre.
Desde allí Paulo recuerda que el colapso más significativo, el de la mina 18, ocurrió el 10 de diciembre de 2023, cuando una parte de la estructura subterránea cedió sobre la Laguna Mundaú, un rico ecosistema que tradicionalmente ha sido el vínculo principal de ingresos para miles de familias que vivían de la pesca y de la extracción del sururú, un molusco base de la comida nordestina y declarado patrimonio inmaterial de Alagoas.

Ese día, Mônica Oliveira, una marisquera oriunda del interior del Estado de Alagoas, estaba como todas las tardes viendo hacia la laguna desde su ventana en el quinto piso de un reciente complejo habitacional donde vive. De repente, un remolino se formó en el agua. La mina estaba hundiéndose y con ella el miedo se reactivó.
“Entramos en pánico. Yo pensé que el edificio se iba a caer, se iba a hundir, como ya había pasado en el Barrio de Mutange”, dice mientras señala el otro extremo de la laguna desde donde se divisa una gran área verde. “Allí estaba el barrio. Ya hoy no existe más”.
Quizás porque no hubo víctimas mortales directas en el momento de los sucesos, poco se habla de lo que pasó y sigue ocurriendo en Maceió, pero allí la vida cambió para siempre. Aproximadamente 60 mil personas fueron obligadas a abandonar sus hogares y encontrar de forma intempestiva un lugar donde vivir, mientras que otras muchas permanecen en barrios “del borde” donde las grietas que aparecen en las paredes son el recordatorio de que el desastre no terminó.
“Este desastre no tiene antecedentes en el mundo pues involucra una área que era habitada y es un desastre que aún no ha terminado, el proceso de hundimiento de los barrios continúa ocurriendo” asegura la Doctora Roberta Bomfim, de la Procuraduría de la República a cargo del caso.

Resiliencia urbana
Paulo Rodrigo, el joven líder comunitario, explica que desde que comenzó el desastre, las personas han tenido que aprender los conceptos de riesgo y resiliencia. “Antes nadie usaba la palabra borda, ahora todos sabemos que significa estar cerca del riesgo. Aprendimos que la zona 0 ya no existe, la zona 0.1 fue la segunda en ser evacuada y eso nos hace vivir con miedo a diario, sin saber qué pasará en el futuro”.
Hoy casi 20 mil personas más esperan lo peor. En el barrio de Bom Parto, la comunidad vecina del antiguo barrio de Mutange- demolido en su totalidad- los moradores discuten en las esquinas si sus casas estarán contempladas en el mapa 5 de riesgo. Esto genera posiciones divergentes, entre quienes lo entienden como una eventual orden de desalojo y el recomienzo de una vida que no quieren iniciar o continuar con la incertidumbre de vivir al lado de casas desalojadas por no ser consideradas aptas para vivir.
Según el más reciente Informe de Evaluación sobre el Riesgo de Desastres en América Latina y el Caribe Regional, elaborado por la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción de Riesgos y Catástrofes (UNDRR), la región es la segunda más propensa a desastres a nivel mundial. Entre los años 2000 y 2022, aproximadamente 190 millones de personas fueron afectadas por 1.534 desastres, impactando de manera desproporcionada a las poblaciones vulnerables y vulneradas, destacando la afectación a las personas más pobres, excluidas y marginalizadas, con incidencia importante de condiciones interseccionales de género, discapacidad, edad, etnia y raza, entre otras. La historia de Maceió ejemplifica sin duda estas estadísticas.

Más allá de las paredes
En Maceió, además de cientos de casas y hogares, se perdieron numerosas infraestructuras públicas, incluyendo una línea de tren ligero, varios hospitales; entre ellos el único centro psiquiátrico de la ciudad, escuelas y centros de salud.
Comerciantes y trabajadores informales perdieron sus medios de vida y su fuente de ingresos, pero hay otros daños irreparables como el patrimonio histórico, cultural y la memoria afectiva de la comunidad que demanda justicia climática y el derecho a la reparación. ¿Qué pasa con las personas después de un desastre de esta magnitud?
“Ahora queremos justicia y mantener la memoria del desastre, la memoria de quienes se fueron y ayudar a sanar la población, promover un desahogo y recordar la historia, nuestra historia”. Así resume Dilma de Carvalho el camino que acompaña hacia la reparación de Maceió.
Ella es una de las mujeres que han tomado el liderazgo para trabajar en la reparación, una iniciativa inédita puesta en marcha desde el 2024 y gestionada por la Oficina de Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS).
El programa de Reparación de Daños Extrapatrimoniales, conocido localmente como “Nosso Chão, Nossa História” (Nuestro Suelo, Nuestra Historia), se coordina a través del Comité Gestor de Daños Extrapatrimoniales (CGDE) y se implementa con recursos provenientes de una acción civil pública representada por el Ministerio Público Federal de Alagoas. Tiene una duración de cuatro años y un presupuesto de US$30 millones.

Desde la perspectiva de la institución, este programa forma parte de la necesaria reparación de los daños causados por el desastre. Además de una compensación por los daños en la infraestructura y por los daños ambientales, la empresa Braskem fue condenada a asumir la responsabilidad por las pérdidas no materiales.
“Ya habíamos logrado una reparación individual para aquellos que debieron dejar sus casas, pero se requería una reparación de daños morales colectivos y para eso convocamos a las personas para poder darle forma a un programa que respondiera a sus necesidades y bajo una pluralidad de pensamiento, para reparar aquello que es intangible, todo ese sufrimiento”, asegura la Doctora Roberta Bomfim.
Precisamente, Bernardo Bahía, Gerente del Proyecto por parte de UNOPS, explica que el programa en Maceió es innovador por cuanto trae directamente a la comunidad al proceso de reparación.
“Cuando las cosas se rompen, no se pueden reparar. Pero se pueden construir procesos que reconfortan, mitigan los daños, mitigan las consecuencias y se abren caminos para la reconstrucción de los lazos sociales”, asegura. “Desde UNOPS, hemos traído la experiencia de implementación de proyectos a esta iniciativa y estamos aquí para comenzar este trabajo, para plantar esta semilla de reparación para que este proceso pueda perdurar en el futuro“.
En un entorno complejo de un desastre aún en curso, todavía existe un desconocimiento general sobre qué son los daños extrapatrimoniales y que su reparación es un derecho. Atender a las personas afectadas ha sido todo un reto, pues la movilización forzada llevó a las familias a establecerse donde sus recursos económicos lo permitieran. Dispersas por la ciudad de Maceió, muchas desconocían la existencia de un programa que busca reparar los daños inmateriales sufridos.
Fue así como se puso en marcha una innovadora campaña de comunicación social y búsqueda activa con movilizadores locales, voluntarios de las Naciones Unidas, llamada ECOA. A través de anuncios de radio, televisión y medios sociales, se convocó a las personas afectadas para contar sus historias, porque al contarlas, empieza el proceso de reparación de aquello que estaba roto, su historia. Este trabajo también fue apoyado por movilizadores locales, quienes tenían la responsabilidad de localizar a las personas afectadas en diferentes barrios de Maceió.

Actualmente, el Programa está en marcha con proyectos de reparación centrados en la salud mental comunitaria, la generación de ingresos y el emprendimiento, la educación ambiental, la preservación de la cadena productiva de la Laguna Mundaú, además del fortalecimiento y fomento de organizaciones de la sociedad civil locales. La cultura y la religión son también parte de los proyectos de reparación que han alcanzado a más de 750 personas hasta ahora. Otras áreas, como el deporte, serán parte de una segunda fase de proyectos de reparación. La idea es aprovechar la información recolectada a lo largo de la campaña ECOA para la elaboración de proyectos que tengan aún más sentido a la población afectada.

Espacios de reconstrucción comunitaria
En el barrio de Bebedouro, todas las semanas, mujeres de lugares cercanos son invitadas a participar en talleres de apoyo psicológico. Allí, mediante dinámicas colectivas buscan acercarlas y generar nuevos lazos sociales que les permitan avanzar juntas.
Doña Luiza Espedião de 63 años y residente del barrio Bom Parto es una de las mujeres que cada miércoles acude puntualmente a los talleres psicosociales que ofrece el Programa Nosso Chão, Nossa História.
Mientras construye una muñeca con alambres y masilla, recuerda que en 2019 tuvo que abandonar su hogar repentinamente y eso le obligó a romper todo los lazos que tenía con la comunidad donde había vivido 11 años. “Era un plazo muy ajustado, no esperábamos que fuera tan corto. Así que tuvimos que irnos. Llegó el camión, cargó nuestras cosas y se marchó. Pero a donde llegué no conocía a nadie. Era como un desierto. Entonces tuve que volver” relata. Y una de las formas de volver fue integrándose a las actividades de reparación donde ella y otras mujeres como Cleide Coleta intentan reconstruir sus vidas y su tejido social.
“A veces se piensa que el territorio es solo la infraestructura, pero el territorio también son los vínculos entre las personas y lo que allí se hacía. No sólo fueron las paredes las que cayeron, fueron nuestras vidas. Fue un dolor colectivo y necesita repararse” asegura Roberta Santos, de pie frente a un árbol que su familia plantó frente a su casa y que es lo único que sobrevive del pasado en este lugar.
Para ella, volver a pasar por las calles desiertas de Maceió, tapiadas con enormes vallas metálicas que no dejan ver, ha sido un proceso de largo duelo que comenzó a sanar cuando participó en uno de los proyectos de reparación de daños morales colectivos del programa Nosso Chão, Nossa História. “Ahí finalmente conseguí elaborar algunos temas y no fue tan traumático regresar”.

Por esa razón ella quiere que la historia de Maceió suene fuerte en la próxima COP30- tan fuerte como aquel ruido inolvidable del 3 de marzo del 2018- para alertar a quienes toman decisiones a nivel global y nacional, del peligro que representan las industrias extractivas sin control, y la necesidad de que la recuperación post desastre sea enfocada también en las personas.
“El poder económico no puede ser mayor que la vida humana, que la vida de las personas. Se requiere un equilibrio en la sociedad. Esto fue un desastre por no tener límites sobre la naturaleza y la gente necesita saber y aprender de nuestra historia. No podemos permitir que en nombre del desarrollo las personas pierdan sus derechos, su dignidad y que el medio ambiente sea tan violentado como nuestras almas. Esto es un asunto de derechos, de justicia ambiental, de justicia social”, aseguró Roberta.
La soledad del desastre
Los lazos de hermandad y alegría que históricamente conectaron a los barrios de Pinheiro, Mutange, Bebedouro, Farol e Bom Parto en Maceió, son ahora solo un recuerdo lejano en la memoria colectiva que busca formas diversas de sobrevivir.
La otrora alegría del paisaje local está hoy vestida de gris.
“Es un cementerio de personas vivas”. Así lo describe Roberta Santos de pie frente a la que fue su casa, su barrio y que hoy es apenas un predio abandonado tras unas vallas metálicas de seguridad o contención.
Son las mismas que se extienden por largas extensiones de terreno demolido, separando las calles que cruzan la zona cero del desastre de lo que antes fueron barrios, residencias, comercio, escuelas, iglesias y sitios de reunión.
“Es muy difícil visualizar el lugar donde tenías tu casa, tu vida, tus vecinos, la convivencia colectiva y hoy solo ves aluminio y vegetación tomando todo el espacio porque no hay más civilización. Ver estas vallas me deja la sensación que fuimos enterrados aquí, aun estando vivos. Fueron enterrados nuestros sueños y comunidades.
“Esas vallas agreden nuestra memoria, porque no nos permiten identificar dónde vivíamos, dónde estudiábamos. Es tan cruel como la demolición que promueve el olvido”, asegura Paulo Rodrigo, líder comunal de la comunidad de la Quebrada. Para él, se debería mantener al menos una parte de cada barrio en pie como recordatorio de lo que una vez fue y de un desastre que no debe repetirse en ningún lugar del mundo.
El cementerio, uno de los lugares que carga una memoria imposible de ser demolida, está interdicto y solo una autorización especial de la empresa Braskem, propietaria de toda la zona impactada, puede otorgar los permisos para ir a visitar a sus muertos.
Mientras tanto, las paredes hablan a través de decenas de mensajes inscritos, en las vallas metálicas y en las paredes que quedan, la dimensión de la tragedia y las señales de resistencia de una comunidad que recuerda los lugares donde fueron felices. El desastre provocó daños que van mucho más allá de las estructuras físicas. En el trabajo del UNOPS, el enfoque está precisamente en los impactos invisibles, profundamente sentidos por las comunidades: las pérdidas que no se tocan, pero se viven en el día a día.
Es en este contexto que el Programa Nosso Chão, Nossa História desarrolla actualmente proyectos de reparación, abarcando diversas áreas afectadas por el desastre. Las acciones reconocen que los efectos de la tragedia atraviesan múltiples aspectos de la vida comunitaria. A lo largo de la ejecución del programa, se implementarán nuevas iniciativas en colaboración con organizaciones de la sociedad civil, fortaleciendo la reconstrucción social y la memoria colectiva.